«Coronas de cristal»

A los que aman al Dios presente en el hermano
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CORONAS DE CRISTAL

No quiero que me crucifiquen con coronas de cristal,
que cuelguen en mi pobre cruz sus lienzos de tergal.
No quiero ser Ecco Homo con mantos de fino oro
y báculo en bruñido metal.
Ni que sus lágrimas de madre se conviertan en diamantes cuando ya la seriedad
no es por la sangre derramada en honor y por amor a la verdad.

Ni quiero sacrificios ni holocaustos con sabor a anís
ni falsas penitencias de aprendices de faquir.
No quiero sentir mis manos, ni ver mis pies clavados
en una cruz grabada en marfil,
mientras millones de hermanos se consumen en pedazos por que la necesidad
de sus vidas se malgasta y se marchita con dinero espiritual.

No se puede cimentar el amor a Dios sobre doradas catedrales,
ni explorar el manantial de la fe con costosas imágenes.
¿Dónde está la sencillez? La humildad se ha perdido, sólo queda el Rey.
Pero mi Reino no era de este mundo, jamás he buscado el poder.

No quiero ver mi cuerpo convertido en burda exposición
de ricos Monumentos vanagloria de su autor.
No puedo entender las voces ni tantas peleas o roces
por llevarme a hombro hasta Dios,
cuando temen inclinarse humildemente por las calles ante la sagrada faz
de tanto cristo que perece o que parece estar a punto de expirar.

No quiero plañideras con bordados pañuelos de tul,
más vale amar a oscuras que llorar a plena luz.
No sé contemplarte, madre, arropada en purpúreos trajes
con siete dagas contra tu cruz,
cuando sé que más te duele como tratan a las gentes que por la desigualdad
sobreviven con cien dagas incrustadas en su cruda realidad.

No se puede cimentar el amor a Dios sobre doradas catedrales,
ni explorar el manantial de la fe con costosas imágenes.
¿Dónde está la sencillez? La humildad se ha perdido, sólo queda el Rey.
Pero mi Reino no era de este mundo, jamás he buscado el poder.

 

Estulticia financiera

Not For Sale by johnberd

Not For Sale by johnberd

     – Pues en mi casa no entra un yogur desde no sé cuando.

    Quien lo suelta como la cosa más habitual del mundo es el Chache; un abuelo de edad impredecible, con la cara arrugada como un higo seco y la mitad de los dientes inexistentes. Vive en el barrio periférico de Palmeras, dicho así por ser fino y usar un eufemismo de gueto, algo más ajustado y fiel a la realidad impuesta por otros de bolsillos menos tristes.
– Y un filete ya ni te cuento-continúa a imagen de quien reza el rosario.
Entre su mujer y él ganan unos setecientos euros, de la pensión de ella y de su ayuda al desempleo, pero los trescientos y poco de la madre de familia son fagocitados nada más caer en sus manos rugosas por las tripas insensibles de Endesa, Emacsa, Repsol… o las algo más pragmáticas del alquiler social y la comunidad. Los otros poco más de cuatrocientos tiene que exprimirlos como un limón de descomunales dimensiones para alimentar a las veinte o veinticinco personas -según la Rocío esté mejor o peor colocada en la casa de algún señoritingo- de diferentes edades y generaciones que a diario tienen la obligada manía de ir a comer a su domicilio.
– Mucho puchero. Garbanzos, judías, lentejas… un poco de aceite y de vez en cuando algunas patatas.
Interviene de inmediato como un torrente, tocado por similar experiencia personal cuasi traumática y con los párpados volcados por la tristeza, el miembro varón de la pareja más joven del grupo de familias que participan en el taller de Promoción.
– Mi hijo de tres años no entiende que estamos mal. Si me pide un zumo quiere un zumo, y si tengo que ir a por hierro o a por chatarra o a coger espárragos para comprarle un zumo pues hay que ir a por cualquier cosa.
(No huelga decir entre paréntesis, por aquello de no romper el ritmo de lectura del común de los mortales y no despistar del argumento principal cual si esto no lo fuera, que en la actualidad, en casi todas las regiones de España y supongo que para proteger una flora de tan alto valor biológico como el espárrago, la seta o el berro y no con el fin de recaudar fondos y putear al personal está sancionada hasta con la friolera de quinientos eurillos de nada la recolección de dichos productos botánicos que el monte ha dado a mansalva de toda la vida).
Muchos asienten, ninguno dice que no y alguno que otro se rasca la mollera como intentando cuadrar tipo tetris cómo coño estirar el salario social ni a base de guisos. A Dios gracias los pobres de verdad no suelen tener hipotecas, ni préstamos más allá del intento de engaño de Cofidis que acabó volviéndose en su contra, ni seguro médico. Eso sí, los muertos, que les llaman, los paga hasta el tato, no vaya a ser que en el vahído postrero vayan a enterrarlos en una fosa común.

     Entonces toma la palabra Manolo, del colectivo de Barrios Ignorados, quien ha convencido sin exceso de esfuerzo al Chache para que dé una charla acerca de cómo sobrevivir a la desesperanza con cuatro duros mal contados. Lo que dice helaría la sangre incluso a Mefistófeles y va referido a la cáustica asignatura llamada “Educación Financiera”, que está siendo impartida de manera gradual en las aulas de tercero y cuarto de la E.S.O. y cuyo material ha sido elaborado por el Ministerio de Educación junto con la Comisión Nacional del Mercado de Valores y el Banco de España. Sí, las manos a la cabeza y un grito desgarrador de apertura de carnes: dar cuartelillo a esta mezcolanza de gente honrada donde las haya es como abrir la caja de Pandora y tirar el candado a la fosa de Las Marianas. La cosa, sin reelaboración literaria ni hipérboles, la explica con un cabreo de lo más esencial.
– A raíz de esto que estamos hablando, el otro día vi en un programa de la tele lo de esa nueva asignatura que están dando ya en algunos colegios-una de las madres se toca repetidamente el pecho con el dedo índice afirmando incrédula que también lo había visto-. Se trata de enseñar a los adolescentes cómo organizar la economía doméstica y se habla de dos códigos diferentes. En el código uno, que son los gastos que hay que atender primero porque son los más importantes están pagar la hipoteca, las deudas… y en el segundo ponen la alimentación, la ropa… Fijaos qué tipo de sociedad estamos construyendo, donde los bancos son más importantes que las personas.
Lo que el bueno de Manolo ignoraba en ese momento es que, dentro del programa de “Educación Financiera”, concretamente en su tema introductorio, lanzan una pregunta la mar de sencilla y cuya respuesta deja bien a las claras la ideología vertida como una tonelada de estiércol sobre las cabezas pensantes del alumnado: ¿Por qué debemos ahorrar? Obvio, verdad: pagar la universidad a los hijos, darles algo de seguridad u oportunidad, hacer al menos algún plan de vacaciones aunque sea una vez al año, apoyar a la familia… ¡Ay, almas de cántaro! No, para invertir y tratar de generar más riqueza.
Quizá sea por eso que este peculiar grupo de familias que tan sólo a duras penas logran llegar a fin de mes, con la luz enganchada de la calle, deudas en la tienda de la esquina o en la farmacia y cuya máxima inversión es el euro que sacan de vender una cabeza de ajos en la puerta de un supermercado jamás van a formar parte de lo que otros, que viven en la realidad paralela de Matrix, llaman economía. Ni falta que les hace mientras la banca sea el valor supremo al que acogerse. No es tarea fácil mostrar tanta desvergüenza, seguro que ensayan.

Dos pares de deportivas

    A veces uno, medio abilortao que dicen por aquí, pierde el norte y olvida el sentido de las obviedades fundamentales de toda vida humana que se precie de serlo. Tal vez porque en realidad resulta tan elemental entender cuando un semejante sufre que si se muestra el hecho sin embalajes ni papeles de colores parece que el único motivo al hacerlo evidente es hurgar en una herida incurable.

Entonces, en ese instante preciso, en esa cargante semana de infamias surgen seres excelsos mas de apariencia austera e insignificante, como la de Ana, y cada historia descarnada recobra su sentido primigenio.

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De unos cuarenta y pico años poco lustrosos, cabello tintado de rubio, cara redonda y altura de hobbit Ana se presenta en la oficina con un recibo del ayuntamiento y los párpados somnolientos. Deben cerca de 2.000 euros por no poder hacerse cargo de la cuota mensual para poner su puesto en el rastro. Han llegado a un acuerdo supuestamente amistoso -aunque a los amigos solemos perdonarles las deudas- para pagarlo a plazos y tan sólo solicita a Cáritas un documento para presentarlo en el consistorio certificando que no cuenta con ingresos, que se le está haciendo un seguimiento desde la parroquia y que hemos comenzado a ayudarla a sostener la economía familiar: dos recibos de agua y pago del tratamiento médico para su depresión. Incluso en el supuesto más que hipotético de que pudiera ponerse al día con las cuotas y evitar que su puesto se lo ofrezcan a otra familia, tampoco podría intentar ganarse el pan motu propio porque no disponen de recursos para comprar género ni para pasar la Inspección Técnica a la furgoneta.

Le hacemos el escrito y la emplazamos a que informe a las compañeras que irán por su domicilio de la evolución de la condena que le están imponiendo sin derecho a réplica. Hasta el momento, como si la historia que narra fuera del vecino del quinto, mantiene la compostura con soberana dignidad; entonces, antes de girar su cuerpo de complexión débil y menuda y tomar la salida de la oficina, nos mira con sus ojillos de pupilas vivaces y titilantes.     “Y mi hija de 8 años”, desde ese iris vivaz y marrón comienzan a desprenderse lágrimas como cascadas, “no tiene zapatillas pa’ el deporte del colegio. Se tiene que poner las del año pasao y le hacen daño en los deditos y tiene las uñas encogías…”

La emoción me turba de nuevo el ánimo al recordarlo y escribirlo, me golpea y me transforma en caos casi llenándome de heces.

Mi dar pábulo una vez y otra a la angustia ajena no es una invitación al suicidio o a la lástima enfermiza e inactiva. El único sentido al que acogerse ha de pasar ineludible por el sólido lamento hacia uno mismo, pues a pesar de conocer tanta injusta inmundicia dispone de dos pares de zapatillas de deporte y no es capaz de renunciar a ninguna.

Licencia Creative Commons Dos pares de deportivas por Rafa Poverello se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Puta sociedad de mierda

    Con un metro y cuarenta de estatura, su aceitoso cabello negro, liso y lánguido como una peluca de Cleopatra, inmensos ojos azabache y el rostro aceitunado curtido de sol y batallas, Antonia bien podría pasar por un dalit de aquellos cuya sombra es capaz de contaminar de inmundicia e impureza al más santo de los creyentes hindúes con sólo tocarlo de soslayo. Ingrata tarea resulta decidir si son sus dientes blanco nieve o si es consecuencia directa tal aproximación de lo obscuro de su piel.

 

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Detalle de Corrupt Legislation (1896), por Elihu Vedder

Como suele acontecer en el año y medio que lleva su domicilio sin agua corriente por falta de pago, aquella tarde, esta mujer menuda e insignificante, de quien ningún medio de comunicación digital o analógico da noticia ni razón, bajó las escaleras de su piso por segunda o tercera vez en lo que iba de jornada con dos cubos de plástico vacíos pendiendo de sus manos cortas. Cuando enfrente del portal llegó al cuidado jardín, cuya esencia consiste en intentar normalizar el aspecto de un barrio internamente derruido, apoyó los baldes en el suelo al lado del registro con puerta metálica desguazada donde se hallaba la grifería del suministro municipal de agua. Algunos de sus vecinos pagan alrededor de veinte euros a un menda para engancharla gracias a la maña con una llavecita de paso de útil conexión en los contadores, al menos hasta que lo advierta la empresa. Antonia no tiene dinero ni para que dos céntimos le suenen en las faltriquera uno al lado del otro. Sin ingresos fijos y con una hija y dos nietas a cargo, la menor de ellas de apenas un año, bastante tiene con pasar las mañanas vendiendo ajos o calcetines de estraperlo buscándole las vueltas a los munipas como para plantearse tamaño desembolso. Por eso estaba aposentada allí, ya medio agachada para levantar la tapa de la cisterna. Insertó una manguera ridícula en la roseta y dio comienzo al usual protocolo de llenar los cubos de agua hasta el borde. Andaba metida en faena con el segundo recipiente en discordia cuando se le acercaron dos tipos con la pinta vulgar de los don nadie. Antonia apenas levantó la vista para echar una mirada de lo más fugaz cuando vio que uno de ellos se introducía la mano en un bolsillo y le enseñaba una placa. “Señora, ¿sabe usted que está robando a la Empresa Municipal de Aguas?”, le soltaron estoicamente. La intocable en potencia abrió los ojos como dos luceros, los observó queda y dirigió la vista al portal de su vivienda social. “Si es que no tengo agua, a …” Fueron solidarios y comprensivos los polis; la dejaron ir a avisar a su hija, quien se encontraba arriba meciendo a la nena, para que se subieran los cubos de agua. Lo mismo la ayudaron y todo en un ínclito ejercicio de bondad, porque pesaban lo suyo y Antonia es mayor y su hija un alma en pena. Entonces se llevaron a la abuela al cuartelillo -escoltada a diestra y siniestra por sendos agentes del orden- donde prestó declaración por haber cometido la sublime desfachatez de disponer de un bien de primera necesidad -que, todo sea dicho, hasta hace cuatro días no estaba privatizado- porque no puede pagarlo. En espera de juicio está.

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