Santos y comunistas

Desear que el futuro haga realidad el más agorero de los pronósticos con el único fin de atesorar la razón -o al menos justificar que va de nuestra mano incluso sin tenerla- es uno de los sentimientos más abstrusos del que hacer gloria como seres humanos. Siguiendo este principio podríamos decir que la situación actual de debacle económica ha hecho mucho bien a quienes deseaban que sus principios fueran valorados y sus fundamentos ideológicos elevados a los altares del desahogo moral aun en base a un limosneo desagradable y hasta repleto de astucia y marketing empresarial que en nada tienen que ver con el óbolo solidario y digno de cualquier viuda. Los 20 millones de euros de Amancio Ortega* tienen para mí idéntico valor al del estiércol comparados con la contribución desprendida y generosa de Paquita, una viuda del barrio que
cuando hay colecta para los pobres se rasca el bolsillo como si le fuera la vida en ello. Imagen y semejanza de una sociedad santa e injusta; lo dijo Helder Cámara: “cuando alimenté a los pobres me llamaron santo; pero cuando pregunté por qué hay gente pobre me llamaron comunista”.

Era una tarde luminosa y apacible, todavía no había entrado este frío polar que te encoge las partes nobles. Bicicleta, aire fresco y reunión nada halagüeña de varios compañeros con la Junta Directiva del Banco de Alimentos en su sede social. Sillas alrededor de una mesa, rostros afables y sonrientes al acecho del deber que ha de cumplirse, presentaciones y sin previo aviso se lanzó la involuntaria primera pedrada:
– Teníamos ganas hace años de que funcionará una Cáritas en un barrio tan pobre como las Margaritas -que soltó con santa complacencia cual perla razonada uno de los miembros más venerables de la Junta. Ahí sí se me encogieron las pelotas. Desaparecieron diría.

Levanté mi mano comunista varias veces, con la prudencia aprehendida de que un dedo en alto anima a hincharse y reventar por dentro, mas a ser comedido en las formas. Amenazaron mi intento de nirvana varios improperios más -al menos así me lo parecieron a mí- lo que me ayudó a abstraerme y a buscar la iluminación bajo el sicómoro de las luces de neón apostadas en el techo del despacho.

Helder Camara, 1974

Quince años llevo en la Cáritas Parroquial de Margaritas, inserto a veces más y a veces menos en medio de la barriada de Las Moreras, tercera o cuarta zona -según se mire- en índice de pobreza y riesgo de exclusión social de Córdoba capital. La crisis ésta que la llaman algunos que saben aparcó allí mucho antes de que le pusieran nombre las gentes que no la sufren, en el preciso
instante en el que se construyeron hace lustros las casitas portátiles y apelotonaron en ese descampado barrizal de las afueras -léase gueto- a los desposeídos, que como no tenían nada, de nada habrían de quejarse. Se instalaron también al tiempo la droga, el desempleo, la cárcel, la violencia de género, el absentismo escolar… el SIDA que no todos los peregrinos trajeron
necesariamente en sus maletas. Juntos y revueltos hicieron que el aparcamiento reservado a la crisis dispusiera de vado permanente. Con mayor o menor enjundia, pero permanente.

Con el envejecido paso del tiempo desaparecieron las portátiles, llegaron las viviendas sociales, las faltas de pago que nunca exigieron cumplir y con dichas faltas las cartas de invitación al desahucio para a quienes en el presente les es imposible pagar lo que no se les exigió en el pasado. Llegaron proyectos sociales, de promoción, de educación social y cultural cuasi imposibles: Centro de promoción de la mujer, Sala de lectura, negar ayudas, quid por quos. Esforzados intentos a pesar de estar mediatizados por nuestras incoherencias y faltas de lógica. Pero la mal llamada crisis cada vez cuenta con más vados permanentes y con más enjundia. A los desposeídos crónicos se unió la clase media trabajadora, esos que nunca lo habían pasado mal y lloran ahora impotentes y gélidos tras cruzar la puerta falsamente esperanzadora de la oficina de Cáritas. No se ha de ofrecer lo que no se puede dar: un trabajo que decida el destino. Recibos de luz, de agua, formación, búsqueda de recursos… ‘Parcheos’, putos ‘parcheos’ ante lo que desborda.

Tras este trasiego histórico como de flash fotográfico salí del letargo, volví al presente y al sonrosado rostro benevolente que me observaba. Esto es lo bueno que tiene la vida, no importan las arrugas que la edad haya marcado en tu frente, cuando piensas que ya lo has escuchado todo surge un alguien que supera todas las expectativas. Ni justicia social, ni pobreza, ni proyectos, ni
desarrollo, ni memeces, en Cáritas no habíamos hecho nunca ni el huevo porque nos habíamos negado categóricamente -en base a unos principios tan estrictos y razonados como los constitucionales- a repartir asistencialismo institucionalizado. Ahí le has ‘dao’, campeón.

Me llegó el turno de palabra cuya espera me estaba reventando la barriga y los intestinos. Me expliqué sin explayarme, con toda probabilidad duró más el nirvana que la exposición consecuencial del mismo. Terminé, ya faltó de ansiedad, y mientras esperaba una nueva disertación opositora que nunca obtuve pensé en Harry Callahan: Di algo, ‘alégrame el día’.

En la bici, de camino a casa y con la insegura certeza de que habíamos cedido temporalmente parte del deber acuciados por el desastre de estos tiempos indignos, recordé la dichosa frasecita de los santos y de los comunistas, y en concreto a las vastas figuras de la santa Madre Teresa y del comunista Monseñor Romero, una beatificada por la jerarquía eclesial y el otro condenado al ostracismo como si el Jesús de Nazaret al que dicen seguir hubiera preferido en vida ser santo a comunista. Se me antojó entonces imaginar un cielo -si es que lo hubiere- dividido proporcionalmente por sectores o grupos de calidad, estilo ‘Gattaca’, ‘Un Mundo feliz’ o cualquier historia distópica que se precie, y donde sería del todo inviable entrar en contacto entre ambas facciones: por un lado los santos y por el otro los comunistas. De no hacerlo de este modo y mientras no sea considerado blasfemia pensar que es viable ser santo sin ser comunista o ser comunista sin ser santo, aun después de muertos y resucitados se iban a repartir entre todos más hostias que en la Catedral en un día de oficio, y tal acto de violencia inusitada no estaría bonito en tan incólume lugar.

¿Por qué hay pobres? ¿Por qué leches hay tanto pobre cuando se produce de sobra para todos? Será culpa de Cáritas de las Margaritas que se niega a repartir alimentos. Fijo. Como que hay Dios.

* «Amancio Ortega da 20 millones a Cáritas en la mayor donación privada a la ONG» (El País, 25 de octubre de 2102, http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/10/25/actualidad/1351191151_730538.html). Para quiénes estén interesad@s en descubrir varios de los medios con los que cuenta el grupo que lidera el empresario leonés para obtener tan pingües beneficios basta teclear en el buscador: Inditex denuncias (discriminación laboral por sexos, condiciones de semiesclavitud en subcontratas…) o recurrir a un blog dedicado exclusivamente a recoger datos y colgar vídeos al respecto:  http://inditex-grupo.blogspot.com.es/

Fotografía: “Sufrimiento”, por cortesía de Víctor Nuño (www.victornuno.com)

Los indignados sin paraguas

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The Indignant Movement, por Kevrekidis

    Con esto de las medidas ante la crisis y la justicia social (dos términos radicalmente opuestos y en conflicto y evidente contradicción) han hecho su aparición pública dos tipos de indignados, los de verdad y los que tienen paraguas. Yo me hallo entre estos últimos, los de mentirijillas, digamos: me cabreo supinamente ante cada nueva barrabasada del des-gobierno de España, salgo rodeado de pancartas mostrando sin cansancio ni reparos mi malestar, cuelgo ‘pavadas’ en el muro de las redes sociales haciendo luz de aquello que se empeñan en ocultar entre tinieblas… Me pongo bajo la lluvia, vamos, adrede, sin necesidad, con dos cojones. El caso es que, en realidad, tengo paraguas, escondido, en casa, en la recámara.., donde Dios me dé a entender, pero lo tengo y sé que cuando ya esté hasta esas mismas partes que nombraba antes de mojarme puedo pegarme un saltito e ir a por él. Muchos tipos de paraguas tengo/tenemos, de algunos de ellos podríamos optar por prescindir: se llaman nóminas, subsidios, propiedades poco necesarias (por ser fino) o aquellas que asumimos que lo son un poco más aunque suene como así de mentirijillas también, igual que esa indignación nuestra. Hay otros paraguas de esos con los que contamos a los que nos es más jorobado renunciar, porque están y punto, sin depender mucho de nuestros esfuerzos y a lo sumo que podríamos aspirar es a romperle alguna varilla: son la familia (padre, madre, hermanos, hijos, nietos, biznietos, tíos, primos, cuñados, yernos, nueras… casi infinitos), los amigos, algunos amigos de los amigos… Y al final restan esos otros paraguas imposibles de prestar o regalar, excepto en virtud de una lobotomía: los estudios, la cultura, la educación recibida, el bagaje personal que se llama y que nos acompaña sin quererlo un segundo sí y otro también. Con tanto paraguas que tengo la verdad es que me resulta ‘tirao’ ser un indignado bajo la lluvia. Algo así como sufrir por otros, pero no con otros, que es un buen paso, a veces excelente y siempre necesario, pero si nunca pierdo de vista que, en el fondo, cuento con paraguas. Con un armario. Sigue leyendo