Mis exigencias 2018

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Force of the people, by Pavel Constantin

     No, no soy terrorista ni he secuestrado a nadie para pedir un rescate, pero es que estoy ya un poco harto de buenos deseos y de peticiones. Los primeros porque son como las palabras que se lleva el viento, poco dignos de esfuerzo y de confianza, y las segundas porque parece que siempre tienen que venir después de un perdone usted que lo moleste.

     Tampoco voy a exigirme nada a mí, por más que pueda sonar feo eso de poner condiciones a los demás y no meterse uno en el saco; lo que sucede es que en este saco ya está uno metido de entrada y lo que hace falta es que nos metamos todos y todas, de manera especial quienes lo cerraron a cal y canto con una cantidad de peña ingente dentro que está a punto de asfixiarse como no abramos pronto, aunque sea haciendo una milimétrica entrada de aire con un alfiler de punta roma.

      Además, dichas exigencias son meridiana y notoriamente más fáciles de cumplir que aquellas típicas proposiciones no de ley de inicio de año resumidas en ir tres días por semana al gimnasio, empezar con la dieta, dejar de fumar o completar esa colección de la que siempre acabas comprando a la postre sólo el primer fascículo. Y bueno, son tareas más fáciles porque no dependen sólo de la buena voluntad y mejor fe, de la que solemos andar escasos los homo consumens, sino porque siendo tan dados a pensar en el dinero como el único dios verdadero que cantaba Sabina, hay pasta de sobra para cumplirlas. Sigue leyendo

Insensibles

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African Migrant’s Compass by Brandan Reynolds

    Rezaba el asqueroso dicho popular que «todas las mujeres son unas putas, menos mi madre y mi hermana». La frasecita de marras, que resulta del todo execrable en sí misma sin el más mínimo paliativo, hace referencia en parte a la máxima a la que se aferraba Don Vito Corleone cada vez que iba a liarla parda, pareciera o no un accidente:

    – La familia es la familia –con aquella voz aguardentosa que parecía que le hubieran rociado de ácido las cuerdas vocales.

    A un arraigo similar suelen acogerse las parejas y los matrimonios, puede que con algo de razón habida cuenta de lo interiorizado de tal razonamiento: si quieres que todo vaya bien en el nido de hogar, o al menos no demasiado mal, no juzgues nunca a la familia de tu cónyuge o de tu compañera. Da igual que él o ella eche pestes por su boca sobre ella. Eso es porque el roce hace el cariño y tú, incauto de ti, no tienes ni una milésima parte de roce con tus suegros, cuñados y demás familia política. Por tanto lo que vayas a soltar, seguro que no se va a interpretar desde el cariño o la ayuda, sino desde la angustia y la crítica destructiva. Zapatero a tus zapatos.

    Obviamente, esta tiranía de la familia y de los seres queridos puede generalizarse a la sociedad en general y hace, por ejemplo, que nos sintamos inmensamente más doloridos por los atentados de París o de Niza (¡qué decir de los de Barcelona a pesar del referéndum!) que por las muertes y asesinatos masivos en Siria. Identificación lo llaman: cualquier occidental comulga más con mis ideas y principios que un árabe que viene en patera o debajo de un camión. Lo de menos es que el europeo viva a 2 500 kilómetros y el árabe a menos de 500. Sigue leyendo

Subjetividades

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Cruise Ship by Tabanoffi

       Hoy toca contar una historia

     Un matrimonio que ronda los setenta y cinco años celebra sus bodas de oro. Con inmejorable entusiasmo, todo sea dicho, que no es fácil celebrar algo así en tiempos de obsolescencia programada.

     Como regalo de aniversario deciden irse de crucero por el Mediterráneo: Nápoles, Florencia, Roma, Niza… Un barco espectacular, con todas las comodidades habidas y por haber a pesar de ser de una categoría intermedia. No de gama alta, digamos, y a un precio asequible para dos jubilados con ganas de una experiencia única e inolvidable: sauna, discoteca, gimnasio, piscina, casino… Vacaciones en el mar.

     Parten un sábado por la tarde de Barcelona dirección Nápoles. Hay temporal, bastante, pero nada arriesgado, por lo que continúan la travesía sin mayores inconvenientes. Pero al marido no le sientan bien los ajetreos. Comienza a vomitar y no para. Una vez tras otra.

     Cuando llegan a la costa del sur de Italia, ya en domingo, tienen que trasladarlo a un hospital y le inyectan suero, porque se encuentra muy debilitado. Observa el equipo médico que en los vómitos hay bastante sangre, y tras varias pruebas deciden hacerle una transfusión sanguínea y, finalmente, el lunes de madrugada, es intervenido por desgarro de esófago. Parece ser que producido por las propias arcadas.

     La suerte es que el matrimonio ha contratado un seguro. La compañía contrata a un intérprete, que acompaña a la mujer a lo largo de todo el día, le paga todas las comidas y le busca un hotel hasta que puedan marcharse de alta. Le devolverán el importe del crucero y en el momento oportuno tramitarán los billetes para el regreso a España.

     Cierto que el asunto se va complicando un poco por días. Desde el lunes, los médicos sólo dicen que el alta será “domani”. Pero el “domani” nunca llega. Bien porque han de esperar a ver cómo reacciona a la comida bien porque deben analizar las heces antes de darle el alta definitiva. Y mientras, como al marido lo han ingresado en una UCI, a ella sólo la dejan pasar a verlo una hora diaria: de una a dos del mediodía.

      Ha pasado una semana, y todavía están en Nápoles. De alta médica, pero no para poder viajar hasta que le realicen más pruebas.

     La historia no es inventada, aunque puede parecer un filme de Fellini, y sus protagonistas son mis padres. Sigue leyendo

«Land of mine (Bajo la arena)» (2015)

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Martin Zandvliet at KVIFF, 2009

    “¿Vencedores o vencidos?”, reflejaba el horrendo título en castellano que eligió la censura franquista para la cinta “El juicio de Nüremberg”. Hay decisiones que no hay por dónde pillarlas más allá de la obvia intención de minimizar la responsabilidad de determinados individuos en los campos de exterminio a lo largo de la II Guerra Mundial, pero algunas cosas sí que son verdad, y es que al final de una guerra no gana nadie. El fermento del odio que siembra entre los bandos en conflicto no cicatriza ni en generaciones.

    Que el nacionalsocialismo no puede ponerse como ejemplo de buena conducta está fuera de toda duda, más allá de las mentiras del Holocausto o la utilización de las víctimas para determinados intereses particulares, pero el hecho de que un grupo se haya comportado como una panda de animales en un determinado contexto histórico ¿significa que todos sus miembros son unos asesinos irredentos que se merecen todo lo que les pase y no son dignos de piedad? Pues mire usted, no sé, pero yo creo que no, y que no hay nada que te quite de por vida la condición de ser humano.

    Un poco de esto -y de otras cosas igual de poco dúctiles- trata “Land of mine”, el tercer largo del director y guionista danés Martin Zandvliet. Un filme que, si bien recurre en ocasiones a varios clichés del género que logra salva con nota, se alza por encima del común denominador de este tipo de cintas con algunas secuencias memorables que permanecerán por mucho tiempo en la memoria del espectador. Polo opuesto a la hollywoodiense “En tierra hostil” -película que se negaba a todo discurso-, pero también realizada con precisión milimétrica, “Land of mine” sacude las neuronas de manera inapelable, por más que Zandvliet rebaje la tensión y la intensidad dramática con varios giros en la parte central del largometraje. Quizá los únicos momentos algo adocenados a lo largo de toda la obra. Sigue leyendo