«Palestina, en la franja de Gaza» (1993)

Buzz Bee and Joe Sacco by widyarahayu

Buzz Bee and Joe Sacco by widyarahayu

Lo dijo Oscar Wilde: «sólo podemos dar una opinión imparcial sobre las cosas que no nos interesan, sin duda por eso mismo las opiniones imparciales carecen de valor». Así que yo, un don nadie, no he de atreverme a llevarle la contraria al magno novelista. Es decir, recomiendo a quién precise encontrar una opinión imparcial que ni se atreva con la obra ‘Palestina: en la franja de gaza’ y mucho menos que no pierda el tiempo leyendo estas letras, porque tanto a Joe Sacco como al que suscribe le interesan muy mucho los desmanes que desde hace más de 50 años se suceden día tras día, hora tras hora, segundo a segundo en esta región tan caldeada de Oriente Medio.Tras la necesaria prevención a incautos que esperaran pasmosa objetividad, es preciso concretar algo, un comentario de lo más pragmático extraído de boca del propio Sacco, periodista y dibujante, para hacer justicia a su intento concienzudo de ser lo más neutral posible al margen de su idiosincrasia: “sin la ocupación no habría cómic”. En muchas fases Joe se golpea concienzudamente a sí mismo, se descubre como frío e insensible haciéndose víctima del estrés y la escasez de tiempo ante las rugosas y escalofriantes experiencias que describe por boca de palestinos desde los territorios ocupados. Yo mismo me vi preso de un monumental cabreo pseudo-solidario al leer con más pena que gloria sucesos de una crueldad extrema a los que apenas se les dedicaba una página -incluyendo presentación y despedida- en el último capítulo de este monumental diario de campo.Porque eso es ‘Palestina’, un escalofriante diario de guerra, un documento tan predominante a veces en ensayo periodístico que quizá no sea del gusto de todos los amantes de la novela gráfica. ¡Pero es tan necesario degustar sus exquisitas páginas y textos directos repletos de sarcasmo, lacerante ironía y chutes de realidad! Tanto para reír como para indignarte.La obsesión de Joe Sacco por hacer partícipe al potencial lector del conflicto y de la situación vivida en la franja de Gaza le lleva a crear unas viñetas descriptivas y paisajísticas de un realismo cercano a la litografía. Es sencillamente increíble su capacidad para mezclar este estilo antiquísimo y clásico con el alborozo y la presencia de unos personajes de diseño mucho más cercano al cómic underground sin que desentone ni sientas que has sufrido un salto en el tiempo.Quien quiera acusar a Sacco de maniqueísmo seguro que encontrará motivos -aunque lo más probable es que sean del todo injustificados-, pues tan sólo con describir la realidad de las gentes ‘exiliadas’ en los territorios palestinos ocupados se ha de creer que es un invento, una falacia y que es imposible que esas atrocidades sucedan en realidad (esos pensaban los judíos de las cámaras de exterminio), pero el periodista y dibujante también habla del hijad, de la situación de las mujeres en Palestina y no oculta los ataques de la Intifada, sólo que todo esto casi da risa comparado con el resto de ignominias ocasionadas por las leyes, el gobierno y el ejército israelí: 40% de paro entre la población palestina, desplazamientos y expulsión de tierras porque tantos olivos son peligrosos para la seguridad nacional pues impiden la visibilidad (a colación recuerdo la interesante película israelí ‘Los limoneros’, que esto eran aquí en vez de olivos), 90.000 encarcelados en los primeros cuatro años de Intifada (a Sacco le resulta casi imposible hallar a un palestino que no haya estado en prisión), Yabalia con una población de 65.000 habitantes para 2 Km cuadrados, cesión a los territorios ocupados de tan sólo el 17% del total del agua (casi nunca realmente potable), de 3.779 palestinos heridos de bala más de 1.500 eran niños menores de 15 años… Minucias, vamos.

En el último capítulo de la obra, Sacco pasa varios días en compañía de dos mujeres israelíes. Ofrecen su opinión sobre la situación del conflicto y la verdad de la vida lees escupe a la cara con el comentario espontáneo que surge de la boca de Sacco tras sus primeras tertulias: “Naomi y Paula también me resultan familiares… Sus preocupaciones cotidianas me recuerdan las de la gente que conozco en Europa o en los EE.UU.”. En Gaza nada de lo cotidiano es en absoluto familiar, pues todo, absolutamente todo, está revuelto de dolor, muerte y caos, por muchas risas con las que lo sazones.Mientras ‘disfruta’ de uno de sus múltiples y azarosos viajes en taxi, una mujer israelí le espeta a Sacco: “si usted es uno de esos periodistas entre un millón que quiere decir la verdad sobre Palestina, no se lo publicarán porque los judíos son los dueños de los periódicos, son los dueños de todo EE.UU.” En 1996 ‘Palestina: en la franja de Gaza’ recibió un American Book Award y en 2002 el premio a la Mejor Novela Gráfica en la Book Expo America. Me quedo anonadado y abstruso, como tras leer la última línea de ese final tristemente abierto del libro, tan repleto de puntos suspensivos…Termino con Mahmud Darwish, palestino y uno de los más importantes poetas árabes: “El exilio es parte de mí. Cuando vivo en el exilio llevo mi tierra conmigo. Cuando vivo en mi tierra, siento el exilio conmigo. La ocupación es el exilio. La ausencia de justicia es el exilio. Permanecer horas en un control militar es el exilio. Saber que el futuro no será mejor que el presente es el exilio. El porvenir es siempre peor para nosotros. Eso es el exilio.”

«Mendel el de los libros» (1929)

Stefan Zweig and wife by mervekahraman

Deseando ser creyentes transmisores de buenas noticias podríamos admitir que Zweig fue un hombre justo, en el sentido más espiritual y metafísico del que me hago cargo y que el propio escritor, judío por ‘accidente de nacimiento’ que diría él, entendería con plácida cordura: un ser coherente, responsable, digno y atrevido hasta no poder más. Probablemente no pudo cuando, harto de desesperanza frente a esa oleada del nazismo que consideró imposible de extirpar, acabó quitándose la vida al lado de su esposa en plena II Guerra Mundial.

Tal vez por eso, cuanto más se avanza en la lectura de ‘Mendel el de los libros’ menos capaces nos sentimos de sacarnos de la cabeza a su coetáneo Bertolt Brecht, otro hombre justo, también dolorido por el horrible realismo que rezumaba en cada esquina de su país. Exiliado de Alemania Brecht, autoexiliado de Austria Zweig, tan críticos y moscas cojoneras frente al autoritarismo y la intolerancia que sus obras comparten el gozoso privilegio de haber sido prohibidas por el nacionalsocialismo. Más aún a raíz de Mendel, de su inocencia interrumpida, de los nazis, del Imperio austro-húngaro o la madre que los trajo a todos, transcribo el texto atribuido a Brecht, y que cobra más sentido si cabe en boca de su verdadero autor, un pastor luterano de nombre irrecordable que lo soltó en un sermón haciéndonos ver que “el silencio de los buenos es lo peor de la gente mala”, si parafraseamos a Gandhi:
«Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté, porque yo no era judío,
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mi, no había nadie más que pudiera protestar.»

Mendel, el viejo judío de memoria que tiende a infinito, fue uno de esos a los que se llevaron y la peña no hizo nada, digamos que justamente disculpada y perdonada por esa tan cruel como realista ética de situación. Porque si bien es cierto que ‘Mendel el de los libros’ es básicamente un comprometido alegato contra lo absurdo de las ideas posbélicas defendidas a ultranza so pena de campos de exterminio, no es menos verdad que golpea profusamente a quien se hace cómplice de la injusticia hacia el débil y el inocente, provenga esta del miedo a alzar la voz (la buena señora Sporschil) o de la desvergüenza de aprovechar la caída de la víctima y la victoria de sus verdugos para sacar tajada (el deshonroso señor Gurtner).

El estilo natural y directo de Zweig, su prosa austera y exenta de artificios (cuánto me recuerda también a otra desangrada literata: Irène Némirovsky, ejecutada en Auschwitz justo el mismo año en que perdíamos al austríaco) es una justa medida para una historia justa, aunque en algún párrafo le pierda descaradamente su necesidad imperiosa de exponer principios como si fuera necesario explicar el sinsentido y se acabe revertiendo lo duro en panfletario. Mas no me importa, porque a imagen del narrador afectuoso que recuerda al hombre extraordinario que fue Mendel cuyo hogar y vida sencilla fueron destrozados por el despropósito, me acojo a lo que debería saber: “que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido”. Particularmente, me resisto a olvidar a Mendel, pasando por encima de esas debilidades que alejan a la obra del virtuosismo, tan sólo desde la elegante simplicidad de sus 57 páginas. Poco más.

Si hemos de sobrevivir a nuestro propio suicidio, a la vacuidad de la desesperanza, si decidimos saber a qué atenernos en la lucha que, queramos o no, estamos obligados a batir de parte de uno de los bandos, he de terminar casi como empecé, con Brecht, esta vez de verdad, sin atribuciones: «No te regocijes en su derrota, tú, hombre. Porque aunque el mundo se levante y detenga a los bastardos, la madre que les dio a luz está de nuevo en celo».

Para terminar, como siempre, algunas frases y fragmentos:

“¿Para qué vivimos, si el viento tras nuestros zapatos ya se está llevando nuestras últimas huellas?”.

“Dejando a un lado los libros, aquel hombre singular no sabía nada del mundo, pues todos los fenómenos de la existencia sólo comenzaban a ser reales para él cuando se vertían en letras, cuando se reunían en un libro y, como quien dice, se habían esterilizado”.  

«En Jakob Mendel, aquel pequeño librero de viejo de Galitzia, contemplé por primera vez, siendo joven, el vasto misterio de la concentración absoluta, que hace tanto al artista como al erudito, al verdadero sabio como al loco de remate, esa trágica felicidad y desgracia de la obsesión completa».

«Las aventuras del buen soldado Svejk» (1923)

The Good Soldier Svejk by marrciano

Se podría decir mucho sobre la vida bohemia y la ideología del novelista y periodista checo Jaroslav Hasek, pero decidió dejárnoslo escrito por entregas en las páginas de su obra satírica «Las aventuras del buen soldado Svejk», tristemente inconclusa tras su muerte por tuberculosis en 1923.

De claro componente autobiográfico -Hasek fue soldado durante La Gran Guerra- la novela es una clara denuncia despiadada a la guerra y a su absurdo, con duro trasfondo político y críticas nada piadosas a otros estamentos como la religión, la monarquía y hasta la medicina… No deja títere con cabeza.

Hasek creó un estilo con esta obra, que sin duda ha influido en la sátira y el antibelicismo de autores posteriores (estamos hablando de 1923), tanto literaria como cinematográficamente (hasta el mismísimo Bertolt Brecht escribió una segunda parte). Y bueno, a ser idiotas, pero como Svejk, que se pasa toda la obra reconociéndolo lo que le hace «superar» la historia, no como el resto que morirán siendo absurdos idiotas por no darse cuenta de ello.

Recomendación sin duda del mes. Os dejo enlace con una directa y clara reseña de lo que puede llegar a transmitir esta obra y, si os apetece, disfrutad con este fragmento:

«La comisión de médicos forenses que debía decidir si el estado mental de Svejk correspondía o no a alguien capaz de cometer todos aquellos crímenes de los cuales se lo acusaba, estaba compuesta por tres señores extremadamente serios, cuyas opiniones diferían de forma considerable.
Representaban tres escuelas científicas distintas y tres teorías psiquiátricas diferentes.
El hecho de que en el caso de Svejk tres campos científicos opuestos coincidiesen en una opinión unánime sólo se explica por la abrumadora impresión que Svejk suscitó en los tres examinadores; cuando entraba en la sala de consulta, Svejk, al percibir el retrato del monarca austríaco colgado en la pared, exclamó:
– Señores, ¡viva el emperador Francisco José I!
El asunto no dejaba lugar a dudas. La manifestación espontánea de Svejk ahorraba toda una larga lista de preguntas y sólo fueron necesarias unas cuantas, las mas esenciales, para confirmar la opinión inicial sobre el estado mental del detenido. Las preguntas se basaban en tres metodologías psiquiátricas: la del doctor Kallerson, la del doctor Heveroch y la del inglés Weiking.
– El radio es más pesado que el plomo, ¿sí o no?
– No lo sabría decir, nunca los he pesado – contestó Svejk con una sonrisa afable.
– ¿Cree en el fin del mundo?
– Primero tendría que ver ese fin del mundo – contestó Svejk con negligencia-, pero seguramente no me tocará verlo mañana mismo.
– ¿Sabría calcular el diámetro del globo?
– Eso sí que no –respondió Svejk-; pero ahora, señores, a mí también me gustaría proponerles una adivinanza: hay una casa de tres pisos y en cada piso hay tres ventanas. El tejado tiene dos claraboyas y dos chimeneas. En cada piso hay dos inquilinos. Y ahora díganme, señores, ¿en que año murió la abuela del portero?
Los médicos forenses intercambiaron algunas miradas significativas, pero pese a todo uno de ellos quiso hacer todavía una pregunta:
– ¿Conoce la profundidad máxima del océano Pacífico?
– No la conozco –fue la respuesta-, pero creo que debe de ser mayor que la del Moldava bajo la roca de Vysehrad.
El presidente de la comisión preguntó con brevedad: “¿Suficiente”?, pero uno de los miembros quiso formular la última pregunta:
– ¿Cuánto es 12.897 multiplicado por 13.863?
– 729 –contestó Svejk sin parpadear.
– Me parece que ya tenemos suficiente –declaró el presidente del comité-. Pueden llevarse al acusado.
Cuando Svejk estuvo fuera, la comisión de los tres concluyó unánimemente que Svejk era un majadero y un idiota según todas las leyes descubiertas por las ciencias psiquiátricas.
El informe entregado al juez de instrucción decía, entre otras cosas:

     Los médicos forenses abajo firmantes basan su juicio, relacionado con la estupidez absoluta y el cretinismo innato de Josef Svejk, comparecido ante la citada comisión, en el hecho de que el sujeto se expresa con palabras como “¡Viva el emperador Francisco José I!”, exclamación que, por si sola, es suficiente para demostrar que su estado mental es el de un idiota absoluto. Debido a ello, la comisión propone lo que sigue: 1) la suspensión del examen de Josef Svejk, y 2) su traslado a una clínica psiquiátrica para que sea sometido a observación y se determine en qué punto su estado mental es peligroso para las personas de su entorno.

«Crónicas marcianas» (1950)

hqdefault

Ray Bradbury

Si fuéramos respetuosos con la propia concepción de Bradbury, quien nunca se sintió capaz de denominarse a sí mismo como autor de ciencia-ficción, “Crónicas marcianas” debería figurar con total lógica y derecho dentro de la literatura fantástica. La lógica y el derecho surgen a raudales nada más terminada la obra, cuando de lo primero que viene a la mente es la famosa frase atribuida a Groucho Marx: «surgiendo de la nada hemos alcanzado las más altas cimas de la miseria», y no cabe otra opción más que alabar cual acto de fe aquella autodefinición del escritor y confirmar que lo único que le preocupa a Bradbury acerca del lugar en el que se desarrollara la acción de estos relatos era que fuera en el quinto pino, en el planeta más remoto posible… En una novela que podría considerarse mucho más cercana a la distopía que desarrollara varios años después a través de “Fahrenheit 451”, el sentido profundo se nos presenta mucho más metafísico que astronómico: ya puede el ser humano estar en su casa, en el pueblo de al lado, en China o en Marte, que su ‘poder’ de autodestrucción no tiene límites.

A finales de la década de los 40 y más aún en los años 50 casi a nadie se le ocurría pensar que hubiera vida en Marte y era ya de sobra conocido su sobrenombre de el Planeta Rojo. Tan poco le importa a Bradbury el tema científico y técnico (absoluto antagonista de Asimov tanto en este aspecto como en su escritura) que de repente Marte es azul y tan similar a la Tierra que a las claras queda reflejada la finalidad despiadada y cuasi terapéutica del escritor. A través de una prosa que renuncia a todo lo superfluo, pero de una belleza y un estilo precisos, y con una excelente cadencia narrativa que crea una composición prácticamente redonda en su finalización, Bradbury va desengranando todos los miedos, traumas y debilidades de ese ser vivo que a cotas más absurdas y críticas ha sido capaz de llegar con exiguo esfuerzo: el racismo (tanto a lo desconocido: Fuera de temporada, como a las propias etnias terrícolas: Un camino a través del aire), el desastre de la guerra (Los músicos), la soledad (la “divertida” Los pueblos silenciosos, la pasmosa El marciano o la terrible Los largos años), el sinsentido de la robótica y el progreso cuando ya no hay vida por encima de ellos (Vendrán lluvias suaves)… ¡Tantos en tan poco!

Lo peor de ‘Crónicas marcianas’ es que se desarrolla entre 1999 y 2026, y que por ahora todo (excepto lo más superfluo de la novela: el motivo y el lugar), todo, todito, se está cumpliendo de pé a pá.

Y por supuesto algunos fragmentos:

«Los marcianos descubrieron el secreto de la vida entre los animales. El animal no discute su vida, vive. No tiene otra razón de Vivir que la vida. Ama la vida y disfruta de la vida.»

«Siempre había una minoría que tenía miedo de algo, y una gran mayoría que tenía miedo de la oscuridad, miedo del futuro, miedo del presente, miedo de ellos mismo y de las sombras de ellos mismos.»

Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenemos un talento especial para arruinar las cosas grandes y hermosas.” 

«He encontrado un motivo para luchar y vivir. Eso me hace más peligroso. He encontrado algo que es para mí como una religión. Como aprender a respirar otra vez. Sentir en la piel la caricia del sol, dejar que el sol trabaje en uno, escuchar música, leer un libro. ¿Qué me ofrece en cambio la civilización de usted?.»