«Memory of the Camps» (1985)

51zJc-qhw7L     Varios meses después de que Alfred Hitchcock abandonara Inglaterra para aventurarse en la selva de Hollywood alguna voz se alzó para poner en entredicho la implicación de algunos artistas del Reino Unido con el conflicto bélico que se estaba desarrollando en toda Europa y que había afectado de manera extraordinaria a las islas británicas. Hitchcock fue uno de los directamente señalados mediante el epíteto poco lustroso de director regordete. Lo que pocas personas saben es que en 1944 el director británico (posteriormente nacionalizado estadounidensse) regresó a su país natal por petición de su amigo, el operador y director del Ministerio de Información Británico Sidney Bernstein y colaboró activamente en sustentar y apoyar la causa de la resistencia francesa con la realización de dos cortometrajes: «Bon Voyage» y «Aventure Malgache», de resultado interesante pero irregular.
 

     Poco después, en 1945 y también por deseo expreso de su amigo Bernstein, fue uno de los máximos responsables del documental F3080, que se estrenó en TV en 1980 con el título «Painful of Reminder» y no se reelaboró de forma definitiva hasta 5 años después bajo el nombre de «Memory of the Camps». Aunque Bernstein fue el único nombre que apareció como director al ser quien visitó los campos in situ, fue Hitchcock el autor del montaje de las secuencias, la narración y de la estructura del guión, dando varias pautas fundamentales para hacer de este filme una experiencia inaudita y escalofriante. En primer lugar insistió en rodar los alrededores de los campos: las granjas cercanas, la felicidad de sus gentes, su inopia ante la realidad inocultable, así como las pertenencias de las víctimas, que de manera magistral también usaría Spielberg en «La lista de Schindler». Del mismo modo, para evitar que se les acusara de manipular las imágenes que podían resultar imposibles de creer, optó por tomar planos y secuencias largas y panorámicas de los campos de exterminio y grabar escenas de los oficiales y soldados nazis cargando con los cadáveres de sus víctimas y depositándolos en los camiones y las fosas comunes.
     Como es evidente de comprender, el resultado es tan espeluznante como sobrecogedor y las autoridades aliadas se negaron a emitir semejante documento acogiéndose a lo perjudicial que podría ser para el inmediato proceso de paz (que nunca fue tal proceso pues se desmembró Alemania con nefastas consecuencias a largo plazo).
 
     En su estreno muchas personas se negaron a verlo, y aún hoy día es muy probable que decenas de espectadores decidan no hacerlo y lo abandonen a la mitad, pero más allá de la crudeza de muchas de sus escenas el documental es una verdadera memoria colectiva de la brutalidad y pasividad a la que puede llegar el ser humano. Es ciertamente difícil llegar a dirimir hasta que punto se guarda la dignidad de los prisioneros, mostrando sus esqueléticos cuerpos desnudos, desnutridos, fantasmagóricos… si se rompe el finísimo hilo de la moralidad y la humanidad con las imágenes, si olvidan las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, pero no parecen pretender los directores otra cosa que mostrar algo que jamás debiera repetirse: «A menos que el mundo aprenda la lección que estas imágenes muestran la oscuridad volverá», narra Trevor Howard en las últimas líneas del filme. 
 
     Ciertamente no hemos aprendido, y lo sorprendente no es que lo documentado sucediera sino que los propios rusos usaran los mismos campos para sus prisioneros de postguerra y que similares crímenes en masa hayan vuelto a repetirse en Yugoslavia, Ruanda, Kurdistán… Torpes que somos.
 
     Para quien se atreva, un pedazo de hiel…
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«Cuando pasan las cigüeñas» (1957)

flight formation by Rikitza

flight formation by Rikitza

     «Cuando pasan las cigüeñas» puede no ser perfecta en el plano argumental, especialmente por el exceso de agilidad en la primera media hora de película que impide que empaticemos de forma clara con la situación que ha de vivir nuestra protagonista, la hermosa e impresionante interpretativamente Tatiana Samoilova, y que la hace aferrarse a lo poco que le quedó, olvidando precipitadamente toda esperanza y toda promesa sin aferrarse desde el amor a que pasen de nuevo las grullas (que curiosamente son estas aves migratorias, nunca cigüeñas). Pero en el plano técnico es tan espectacular, que todo, absolutamente todo es perdonable y fácil de obviar.
Kalatozov comenzó a dirigir en la década de los años 30, más de diez años antes de que Orson Welles asombrara al mundo con su estilo narrativo y ruptura con todo lo convencional tras el estreno de «Citizen Kane», pero su trabajo llega a cotas de experimentación, montaje, desarrollo y estructura secuencial de un nivel exquisito y rompedor tal y como nos mostraría de forma igualmente magnífica en la políticamente incorrecta «Yo soy Cuba». Algunos travellings (despedida de los soldados, su posterior regreso del frente), la planificación (excelentes picados y contrapicados, primeros planos muy en la línea de distorsión de Welles, y algunos planos secuencia como la llegada de los tanques o la correspondencia, y de cámara fija girada desde el suelo como la magistral escena del pasillo cuando es perseguida por Mark) o el exquisito montaje, que transmite de una manera excepcional los sentimientos y paranoias de los protagonistas, hacen de este filme una obra con mayúsculas y de inmediato goce para los amantes del séptimo arte.

     Destacar la vibrante fotografía en blanco y negro, el sorprendente realismo de las escenas de batalla y un argumento sorprendente e inusual para la Rusia comunista (Kalatozov filma por vez primera una derrota caótica y desesperada de las tropas soviéticas) y cuyo enfoque del sinsentido de la guerra influiría poco después en la también magnífica y más centrada en el frente y su decadencia «El destino de un hombre» (Bondarchuk, 1959). Lo que supuso una terrible verdad en los democráticos EE.UU. con la despiadada «Los mejores años de nuestra vida» (W. Wyler, 1946) ha de considerarse de mayor mérito en esta obra realizada en un país acuciado por la censura a todos los niveles (encima el director es georgiano).

     Termino comentando la evidente influencia a nivel narrativo que este filme tiene sobre «El cazador», de Cimino (e incluso su injustamente masacrada «La puerta del cielo»). Ambas comienzan con celebraciones, compromisos y excelsas alegrías destrozadas tras la llamada a filas. En la película de Kalatozov esa felicidad mística se hace realidad a través de una omnipresente banda sonora quizá en exceso almibarada, pero que encuentra plena concordancia con los acontecimientos que se van a ir desarrollando y que hallan su punto álgido con la desgarradora interpretación a piano de Mark.

     En fin, una obra necesaria, compleja y radical a pesar de sus mínimos defectos y que merece ser conocida.


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Ángel González

Ángel González

Ángel González

Lo perdimos a principios de invierno, hace tan poco tiempo que imposible es escapar de su recuerdo, aunque con toda probabilidad no sea algo que nadie pretenda ni desee, porque Ángel González te llega, te impregna, te rodea y te vence con una naturalidad tan pulcra que difícil se hace entender profundamente su coloquial estilo de escribir.

     Cuando abrazas un libro del poeta asturiano el tiempo se detiene por momentos y de repente avanza de forma tan acelerada que en un suspiro serías capaz de fagocitar un poema tras otro impulsado por el realismo curioso, irónico y esencialmente turbador y transmisor de sus versos. 

     Creador de algunos de los poemas de amor más reconocidos por los amantes de la poesía contemporánea y con un estilo peculiar gracias a la fusión inmensa y precisa entre urbanidad-sencillez y metafísica-complejidad y que tuvo una inmediata influencia sobre los autores de la poesía de la experiencia como Luis García Montero o Carlos Marzal, no por ello hemos de olvidar que Ángel González es enmarcable dentro del grupo de poetas llamados la Generación del 50 o de los niños de la guerra. Su reivindicación socio-política y de denuncia social, posiblemente marcada también por la descomposición de su núcleo familiar desde muy pequeño debido a los azares de la Guerra Civil, se deja ver sin tapujos en buena parte de su producción poética, desde una forma de escribir intimista, pero tan cercana y transparente que es fácil de amar hasta por quienes suelen poner freno a este género debido a su habitual dificultad.

     Podríamos recurrir a la multitud de premios con los que fue galardonado Ángel González a lo largo de su trayectoria profesional, pero la poesía es alma y la única forma de encontrarle valor infinito es con su lectura. Neguémonos a ofender a Dios y dejemos fluir sus versos, los que anulan la tibieza y dan ser y presencia a quien tantas veces lo entregó.

MENDIGO

Es difícil andar
si se ignoran
las vueltas del camino,
si se duda
la firmeza del suelo que pisamos,
si se teme
que la vereda verdadera
haya quedado atrás,
a la derecha
de aquellos pinos…
(…o quién sabe
si perdiéndose en otra primavera
hace tiempo,
cuando una
cálida brisa me empujó hacia el Sur,
y yo pensé:
«el viento quizá sepa»,
y uní a él mi destino,
y seguí andando,
y llegué hasta esta orilla
de mi vida
donde
—después de tanto esfuerzo—
me he sentado
a recibir
lo que los transeúntes quieran darme.)

—Una sonrisa para este vagabundo,
caballero.

—Dejad en mis pupilas,
bondadosa señora,
algo de la belleza y de la luz
que hay en vuestra mirada también triste.

Lo que los transeúntes quieran darme.


CIUDAD CERO

Una revolución. 
Luego una guerra. 
En aquellos dos años -que eran 
la quinta parte de toda mi vida-, 
ya había experimentado sensaciones distintas. 
Imaginé más tarde 
lo que es la lucha en calidad de hombre. 
Pero como tal niño, 
la guerra, para mí, era tan sólo: 
suspensión de las clases escolares, 
Isabelita en bragas en el sótano, 
cementerios de coches, pisos 
abandonados, hambre indefinible, 
sangre descubierta 
en la tierra o las losas de la calle, 
un terror que duraba 
lo que el frágil rumor de los cristales 
después de la explosión, 
y el casi incomprensible 
dolor de los adultos, 
sus lágrimas, su miedo, 
su ira sofocada, 
que, por algún resquicio, 
entraban en mi alma 
para desvanecerse luego, pronto, 
ante uno de los muchos 
prodigios cotidianos: el hallazgo 
de una bala aún caliente, 
el incendio 
de un edificio próximo, 
los restos de un saqueo 
-papeles y retratos 
en medio de la calle… 
Todo pasó, 
todo es borroso ahora, todo 
menos eso que apenas percibía 
en aquel tiempo 
y que, años más tarde, 
resurgió en mi interior, ya para siempre: 
este miedo difuso, 
esta ira repentina, 
estas imprevisibles 
y verdaderas ganas de llorar. 


ELEGIDO POR ACLAMACIÓN

Sí, fue un malentendido. Gritaron: ¡a las urnas! 
y él entendió: ¡a las armas! – dijo luego. 
Era pundonoroso y mató mucho. 
Con pistolas, con rifles, con decretos. 
Cuando envainó la espada dijo, dice: 
La democracia es lo perfecto. 
El público aplaudió. Sólo callaron, 
impasibles, los muertos. 
El deseo popular será cumplido. 
A partir de esta hora soy -silencio- 
el Jefe, si queréis. Los disconformes 
que levanten el dedo. 
Inmóvil mayoría de cadáveres 
le dio el mando total del cementerio. 

«Memorias de un inquilino» (1947)

Yasujiro Ozu by monsteroftheid

Yasujiro Ozu by monsteroftheid

Respecto a los realizadores japoneses, he de reconocer mi antojada predilección hacia Kenji Mizoguchi, y puedo dar variados motivos de ese antojo, pero cuando veo una película de Ozu, contrapunto artístico de su compatriota, todas esas razones se me tornan absurdas e injustificables. La sensibilidad y estilismo de este hombre no encuentra techo, parangón ni límites. La escena de la playa es… es, bueno: ES.

Viendo sus películas, sorprende que Yasujiro Ozu ni se casara, ni trabajara en toda su vida y ni tan siquiera fuera a la universidad, pues su disección del espíritu y de las pasiones humanas, su estructura fílmica arquetípica es ahora y será siempre irrepetible. No es en absoluto de extrañar que para muchos, sea el paradigma del auténtico cine clásico.

«Memorias de un inquilino» es la primera película producida en Japón tras la Segunda Guerra Mundial, y eso es decir mucho, muchísimo. En una época en la que la radical censura aliada masacraba sin piedad cualquier intento que mostrara la maldad de los vencedores, Ozu es capaz de convencer hasta a los censores con su ternura, su dolor y su apagado canto. Porque «Memorias de un inquilino» es dura, seca y abominable en cierto sentido hacia quienes destruyeron Japón y pretendieron conseguir que nadie desee hacerse cargo de un niño solo y abandonado, buscador de basuras, pero de mirada inocente (algo que, desde luego, no tiene el director, que ya en sus años mozos fue expulsado de la escuela por su reconocida rebeldía).

Qué alegría que filmes como éste, de silencios y pasiones contenidas, de cristalina y transparente belleza ausente de artificios jamás serán remakeados vilmente en Hollywood.

Para descargar el filme completo más subtítulos pincha aquí.