«Las tortugas también vuelan» (2004)

Bahman Ghobadi en 2009

     No hay nada tan obsceno como asumir lo inhumano dentro de la cotidianidad. Un film que debiera haber sido protagonizado por adultos por las tristes exigencias que le rodea, viene a ser una historia impúber tan tierna como execrable. Nadie debiera acostumbrarse a dialogar tranquilamente sentado sobre el cañón de un tanque, ni a juguetear mirando en el vientre vacío de los misiles… ni a reír de bebé con el rostro oculto tras una máscara antigás. 

     Bahman Ghobadi, absoluto artífice de este filme como director, guionista y productor, crea, con la presencia sobrecogedora de actores no profesionales que han sufrido en carne propia las consecuencias reales de aquello de lo que hablan y sienten en pantalla, un visceral y terrible alegato antibelicista. La primera película tras la caída del régimen de Saddam Hussein no podía dar más de sí: nadie se acuerda de los nadies, sobre ellos todo Dios sobrevuela, tan vacíos de conciencia como repletos de intereses poco humanos (de la pobreza o la enfermedad no se puede extraer oro negro).
     No hay salvación vestida de uniforme made in USA, ni condescendencia, al fin y al cabo la costumbre es la peor de las maestras. Ghobadi lo sabe y lo deja ver, sin ostentaciones ni diatribas, porque la sencilla realidad, plagada de desgracias, supera una vez más a la más enrevesada de las ficciones.

     En mi infancia vendía gafas 3D para sacar unas pelillas para mis tonteos, la infancia de «Las tortugas también vuelan», ausente por inexistente, dedica todo esfuerzo a ‘tontear’ con la muerte con el único propósito de sobrevivir al despropósito. Como si ello fuera posible.

Y bueno, una vez más como esa imagen que siempre es más creíble que un millón de palabras, os dejo un poco de mal rollo, el justo y necesario para ser un pelín más solidario y responsable a cada paso que damos, a cada decisión que tomamos… Demasiadas cosas hay que agradecer hasta quedarse afónico.

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Adonis

Adonis en Cracovia (2011), por Mariusz Kubik

Adonis en Cracovia (2011), por Mariusz Kubik

     Cuando camino de La Ciudadela, lugar donde se celebró hace poco más de un año el I Festival Internacional de Poesía y Prosa de México, el poeta de la experiencia Luis García Montero se encontró en medio de un atasco montado en un autocar en compañía de Ali Ahmad Said Esber, poeta sirio más conocido como Adonisel granadino relata que soltó un decidido comentario al respecto: «el autobús de los poetas está detenido, pero los poetas no se detienen, no dejan de hablar». “Una buena metáfora de la situación actual” -le responde Adonis-. “El mundo superficial, con tanta prisa y tanta mecanización, no hace más que provocar su propio atasco”. 

     Adonis, en realidad, puede permitirse el lujo de decir lo que se le antoje, entre otras cosas y sobre todo porque cada palabra que dice parte de su propia experiencia. Viviendo en la diáspora desde hace décadas y ya sufriendo penas de cárcel con apenas 25 años tras ser condenado a seis meses de prisión por subversivo, la vida del poeta de Qasabin, dentro de las propias idas y venidas tras tantos años en la brecha y que confluye en buena medida en un cierto panarabismo, es un ejemplo de compromiso crítico e irrenunciable principio en pos de una sociedad y un mundo distintos. Su concepción sobre el verdadero exilio es el paradigma de la libertad creativa a la que debe aferrarse un poeta. Existen dos tipos de exilio: el geográfico y el de pensamiento, y el primero, que tan sólo puede ser circunstancial, es una nimiedad comparado con el segundo, pues el exilio de pensamiento es el alejamiento de uno mismo, de nuestras emociones y sentimientos y es padecido por muchos, aún viviendo en su propia tierra, sin ser ni sentirse libres de hacer y deshacer. Palabras profundas y serias en boca de aquél que habla de sí mismo como un ser que ya nació siendo exiliado y que poco a poco fue superando esa realidad vital y encontrándose a sí mismo más allá de fronteras y demagogias. 

     Sobre el estilo poético de Adonis, considerado por quienes de esto saben como un referente internacional en poesía árabe y eterno candidato al Nobel de Literatura, podríamos simplemente recordar una de sus citas: «un verdadero escritor es aquel que inventa su propia lengua y su propia forma, la transgresión y la manera de expresar su pensamiento y su vida». Adonis crea un universo distinto, divergente, con una sabia y pulcra mezcolanza entre el realismo más descarnado y la espiritualidad más esperanzada muy cercana al sufismo y su simbolismo. Sus poemas, rebosantes de vida y de juventud eterna, son el mejor cariz que da sentido al seudónimo acogido por el propio poeta desde la temprana edad de 17 años.

     Finalicemos compartiendo fin y fundamento con la responsabilidad vital de Adonis y su lucha intestina: “yo no estoy seguro nunca de conseguir lo que pretendo, pero siempre trato de lograrlo. Es mi camino”. Amén.

Homenaje a ellos

¡QUÉ VELOZ es la bala!
No obstante, jamás llegará.

Están sentados-
                sus pestañas son velas,
sus manos restos de navíos.

De vez en cuando
el cielo envía un ángel para visitarlos
mas éste se pierde por el camino.

Avanzo en su dirección.
Entre ellos, muerta, una mujer a la que amé.
Entre ellos, un niño que se parece a mí.

Aprenden el alfabeto de las olas
para leer las playas.

Tu pálida imagen
relumbra nuevamente en ellos:
¡Salve! Feminidad de la tierra.

Sin embargo…
No veo en sus heridas ninguna rosa
y las estrellas, sobre ellos, permanecen blancas.

Intentó cruzar la calle:
no pudo andar por la sombra
ni pudo andar por el sol
ni halló, entre ambos, camino.

El día se inclina,
el cielo se acurruca
y el sol
se contenta con ser bastón
para el viejo vendedor de fruta.

Se ahoga al recordar.
Se ahoga al intentar olvidar:
es un infierno que se devora.

El humo es tinta
que escribe el tiempo.

Calle-
templo que se apoya en las muletas de sus oraciones.

De las ventanas cuelgan espectros
que no son ni cuerpos ni ropajes.
Preguntad a la silente misa
que flota sobre los escombros.

El tiempo corre a mi lado
en una pesadilla que improvisa el camino.

La ceniza
que ha devorado a los muertos
no se acuerda de ninguno.

El cielo afirma que desciende
y camina entre la gente.
Tal vez sea cierto
mas yo no lo veo.

Con hilos de rosa
amarraban la muerte
y la arrojaban al regazo del agua.

Despojos de figuras en el cuerpo del aire:
son los hijos del Líbano
que embellecen el libro de la tierra
y enmiendan el horizonte.

Si el mar envejeciera 
elegirá Beirut como recuerdo. 

A cada instante la ceniza demuestra
que es el palacio del futuro.

Desesperado,
hasta el aire se dispone
a tender el cuello a cualquier asesino.

Rebaños de sangre
pastan por la superficie de la tierra.

¿Cómo podrá cicatrizar esa herida?

¿Y cómo podría alumbrarse de otra?


Las cosas

Si atravesara la herida hasta el crimen.
Si camuflara la locura y las banderas,
tendría un sombrero para ocultarme;
tanto en la victoria como en la derrota
violaría el soñar sobre los párpados.
Estaría y no estaría en la tierra.

Pero he vinculado a las cosas
mi rostro, mis honduras y dios.
Acepté de buen grado el vivir sin amuleto,
a dibujar la vida
con la muerte, el espejismo
y las cosas.


Acepté de buen grado el vivir con las cosas.

«Memory of the Camps» (1985)

51zJc-qhw7L     Varios meses después de que Alfred Hitchcock abandonara Inglaterra para aventurarse en la selva de Hollywood alguna voz se alzó para poner en entredicho la implicación de algunos artistas del Reino Unido con el conflicto bélico que se estaba desarrollando en toda Europa y que había afectado de manera extraordinaria a las islas británicas. Hitchcock fue uno de los directamente señalados mediante el epíteto poco lustroso de director regordete. Lo que pocas personas saben es que en 1944 el director británico (posteriormente nacionalizado estadounidensse) regresó a su país natal por petición de su amigo, el operador y director del Ministerio de Información Británico Sidney Bernstein y colaboró activamente en sustentar y apoyar la causa de la resistencia francesa con la realización de dos cortometrajes: «Bon Voyage» y «Aventure Malgache», de resultado interesante pero irregular.
 

     Poco después, en 1945 y también por deseo expreso de su amigo Bernstein, fue uno de los máximos responsables del documental F3080, que se estrenó en TV en 1980 con el título «Painful of Reminder» y no se reelaboró de forma definitiva hasta 5 años después bajo el nombre de «Memory of the Camps». Aunque Bernstein fue el único nombre que apareció como director al ser quien visitó los campos in situ, fue Hitchcock el autor del montaje de las secuencias, la narración y de la estructura del guión, dando varias pautas fundamentales para hacer de este filme una experiencia inaudita y escalofriante. En primer lugar insistió en rodar los alrededores de los campos: las granjas cercanas, la felicidad de sus gentes, su inopia ante la realidad inocultable, así como las pertenencias de las víctimas, que de manera magistral también usaría Spielberg en «La lista de Schindler». Del mismo modo, para evitar que se les acusara de manipular las imágenes que podían resultar imposibles de creer, optó por tomar planos y secuencias largas y panorámicas de los campos de exterminio y grabar escenas de los oficiales y soldados nazis cargando con los cadáveres de sus víctimas y depositándolos en los camiones y las fosas comunes.
     Como es evidente de comprender, el resultado es tan espeluznante como sobrecogedor y las autoridades aliadas se negaron a emitir semejante documento acogiéndose a lo perjudicial que podría ser para el inmediato proceso de paz (que nunca fue tal proceso pues se desmembró Alemania con nefastas consecuencias a largo plazo).
 
     En su estreno muchas personas se negaron a verlo, y aún hoy día es muy probable que decenas de espectadores decidan no hacerlo y lo abandonen a la mitad, pero más allá de la crudeza de muchas de sus escenas el documental es una verdadera memoria colectiva de la brutalidad y pasividad a la que puede llegar el ser humano. Es ciertamente difícil llegar a dirimir hasta que punto se guarda la dignidad de los prisioneros, mostrando sus esqueléticos cuerpos desnudos, desnutridos, fantasmagóricos… si se rompe el finísimo hilo de la moralidad y la humanidad con las imágenes, si olvidan las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, pero no parecen pretender los directores otra cosa que mostrar algo que jamás debiera repetirse: «A menos que el mundo aprenda la lección que estas imágenes muestran la oscuridad volverá», narra Trevor Howard en las últimas líneas del filme. 
 
     Ciertamente no hemos aprendido, y lo sorprendente no es que lo documentado sucediera sino que los propios rusos usaran los mismos campos para sus prisioneros de postguerra y que similares crímenes en masa hayan vuelto a repetirse en Yugoslavia, Ruanda, Kurdistán… Torpes que somos.
 
     Para quien se atreva, un pedazo de hiel…
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«Cuando pasan las cigüeñas» (1957)

flight formation by Rikitza

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     «Cuando pasan las cigüeñas» puede no ser perfecta en el plano argumental, especialmente por el exceso de agilidad en la primera media hora de película que impide que empaticemos de forma clara con la situación que ha de vivir nuestra protagonista, la hermosa e impresionante interpretativamente Tatiana Samoilova, y que la hace aferrarse a lo poco que le quedó, olvidando precipitadamente toda esperanza y toda promesa sin aferrarse desde el amor a que pasen de nuevo las grullas (que curiosamente son estas aves migratorias, nunca cigüeñas). Pero en el plano técnico es tan espectacular, que todo, absolutamente todo es perdonable y fácil de obviar.
Kalatozov comenzó a dirigir en la década de los años 30, más de diez años antes de que Orson Welles asombrara al mundo con su estilo narrativo y ruptura con todo lo convencional tras el estreno de «Citizen Kane», pero su trabajo llega a cotas de experimentación, montaje, desarrollo y estructura secuencial de un nivel exquisito y rompedor tal y como nos mostraría de forma igualmente magnífica en la políticamente incorrecta «Yo soy Cuba». Algunos travellings (despedida de los soldados, su posterior regreso del frente), la planificación (excelentes picados y contrapicados, primeros planos muy en la línea de distorsión de Welles, y algunos planos secuencia como la llegada de los tanques o la correspondencia, y de cámara fija girada desde el suelo como la magistral escena del pasillo cuando es perseguida por Mark) o el exquisito montaje, que transmite de una manera excepcional los sentimientos y paranoias de los protagonistas, hacen de este filme una obra con mayúsculas y de inmediato goce para los amantes del séptimo arte.

     Destacar la vibrante fotografía en blanco y negro, el sorprendente realismo de las escenas de batalla y un argumento sorprendente e inusual para la Rusia comunista (Kalatozov filma por vez primera una derrota caótica y desesperada de las tropas soviéticas) y cuyo enfoque del sinsentido de la guerra influiría poco después en la también magnífica y más centrada en el frente y su decadencia «El destino de un hombre» (Bondarchuk, 1959). Lo que supuso una terrible verdad en los democráticos EE.UU. con la despiadada «Los mejores años de nuestra vida» (W. Wyler, 1946) ha de considerarse de mayor mérito en esta obra realizada en un país acuciado por la censura a todos los niveles (encima el director es georgiano).

     Termino comentando la evidente influencia a nivel narrativo que este filme tiene sobre «El cazador», de Cimino (e incluso su injustamente masacrada «La puerta del cielo»). Ambas comienzan con celebraciones, compromisos y excelsas alegrías destrozadas tras la llamada a filas. En la película de Kalatozov esa felicidad mística se hace realidad a través de una omnipresente banda sonora quizá en exceso almibarada, pero que encuentra plena concordancia con los acontecimientos que se van a ir desarrollando y que hallan su punto álgido con la desgarradora interpretación a piano de Mark.

     En fin, una obra necesaria, compleja y radical a pesar de sus mínimos defectos y que merece ser conocida.


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