«El hijo de Saúl» (2015)

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László Nemes

    Como todo el mundo sabe y ha experimentado en alguna ocasión tras alguna pregunta de lo más común tipo “¿y de qué va?”, hay películas que si las explicas te las cargas. Además estilo ametralladora, la agujereas tanto que no hay ni por donde pillarlas. El caso es que en la mayoría de las ocasiones la dificultad no estriba tanto en la complejidad de la historia o en que no se haya uno enterado de la misa la media, sino precisamente en que el argumento es tan básico y el filme tan apabullante que lo absolutamente ineludible es echarle el ojo. Y eso, no se puede explicar con doctas palabras.

    “El hijo de Saúl” es un ejemplo, así que apenas voy a compartir cuatro frases mal dichas con las que apenas lograré hacer un esbozo de la originalidad de planteamiento acerca de los campos de exterminio que nos muestra László Nemes con la sequedad y mal rollo de un desierto habitado sólo por escorpiones y arañas.

    El enfoque y el estilo sin brillantes y consiguen -sin resquicio para la duda- lo que el director pretende desde el primer fotograma. Una constante cámara subjetiva nos sitúa en la perspectiva de Saul, un judío miembro de un Sonderkommando en Auschwitz- y en su necesidad de percibir todo lo que le rodea de manera difusa. Los segundos planos de cadáveres, muertes… se nos muestran de manera metódica prácticamente desenfocados. Incluso los sonidos y conversaciones ajenas al protagonista suelen aparecer siempre fuera de campo. Como ya sucediera en la más star system “La lista de Schindler” en un momento de la cinta, no sabemos si por locura transitoria o con base real, Saul individualiza la tragedia que está sucediendo a su alrededor y se aferra a ese tizón ardiendo como a la única esperanza de salvar su alma.

    Sólo en la secuencia final la cámara subjetiva pasa a otro personaje que observa la escena y, como en un cruel eterno retorno, parece matar el anhelo de Saul, quizá el de todo espectador que se asoma al filme y nos hace ser indeseados partícipes del caos. Sigue leyendo

«La muerte de Artemio Cruz» (1962)

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Carlos Fuentes by AndreAnibaldi

    Si existe una novela que me haya embargado de una profunda tristeza al terminar sus páginas es, sin duda, “La muerte de Artemio Cruz”. Una obra polifónica de desencanto, de pobreza, caciques… de valores revolucionarios perdidos o, aún peor, trasnochados y mudados al otro lado del espectro bajo demasiado humanas justificaciones.

    Tal vez la propia vida -tan activa como confusa políticamente- de su autor Carlos Fuentes pueda servir de cueva y refugio acerca de lo que un ser humano está o no dispuesto a conceder para salir indemne que no airoso, al menos de manera temporal, ante los envites cáusticos de la puta realidad. Decía el dicho aquello de que si uno no vive como piensa acaba pensando como vive y puede que sea cierto que nada sea realmente obligado y sometido a un cruel destino, puede que en cierta medida todos seamos víctimas y/o verdugos del libre albedrío, pero desde luego no envidio a Artemio Cruz. La víctima y el verdugo, donde el pasado, el presente y el futuro se fragmentan y entremezclan de manera magnífica en un uso particular de la tercera, primera y segunda persona del singular respectivamente y de manera alterna en cada uno de sus doce capítulos. Narrador omnisciente, individuo y conciencia entremezclados en lo que fue, lo que es y lo que pudo/deseó haber sido.

    Pero ya digo que no envidio a Artemio Cruz, por más que un genial círculo de eterno retorno nos haga recordar que en cada muerte hay un nacimiento, que nada está escrito de antemano, que hay posibilidades de comenzar de nuevo en medio de la mugre: “tiempo que se llenará de vida, de actos, de ideas, pero que jamás será un flujo inexorable entre el primer hito del pasado y el último del porvenir”, comenta el narrador en las páginas finales del libro. No envidio a Artemio Cruz, porque debe de ser terrible haber perdido la esperanza demasiado pronto y arrepentirse demasiado tarde. No quiero exhalar mi último aliento viendo mi vida como un cúmulo de decisiones que no me han hecho feliz ni a mí ni a los que me han rodeado.

    ¿Lo he dicho? No envidio a Artemio Cruz, aunque en lo más profundo quiero creer que el pobre Artemio, se arrepienta o no, lo justifique o no, sabe de sus muchos errores, al menos el de haber perdido a la única mujer que amó y por la que fue amado. Sigue leyendo

Dar la vida

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Xirinacs y otros compañeros practicando resistencia pasiva en manifestaciones pacíficas (1-8 de febrero de 1976 )

     Decía César Chávez que «lo más difícil de todo es morir con razón». Chávez, un líder campesino de origen mexicano, luchó  con firmeza desde la no-violencia en la década de los 60 a favor de la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores de las viñas en EE.UU. Hoy día, sigue siendo la inspiración de muchos grupos por los derechos sociales. Chávez, al contrario que otros luchadores infatigables que desde la resistencia pacífica perdieron la vida en el campo de batalla, murió apaciblemente en una cama, lo que no resta fuerza a su legado.

     Es obvio que, como todo ser humano, Chávez tenía fortalezas y debilidades y que nadie está exento de polémica habida cuenta de esa imperfección inherente a nuestra naturaleza. Pero la imperfección de un individuo no hace necesariamente menos válida su opción. Por eso no vengo a hablar de Chávez, ni de Gandhi, ni de Luther King… sino de otro resistente no-violento, absoluto desconocido para el 99,9% de la humanidad, excepto para aquellos por los que luchó arriesgando su vida y para aquellos otros que tuvimos la suerte de conocerlo.

     Faustino era sacerdote franciscano. Pasó 30 años de su vida como párroco de una pequeña misión olvidada por todos en Contamana, un poblado a orillas del río Ucayali en mitad de la selva amazónica peruana. A finales de los años 80 y principios de los 90 del pasado siglo, tanto el ejército como el MRTA (Movimiento Revolucionario Tupac Amaru) presionaban a los campesinos en direcciones opuestas, unos mediante el asesinato masivo, y el grupo armado alistando a menores para incorporarlos a la guerrilla y atemorizando a las familias para obligarles a abandonar la selva y hacinarse en los pueblos jóvenes de Lima para forzar la revolución. Poco antes de que Faustino llegará al poblado, un tiroteo indiscriminado durante la noche en Contamana hizo que sus calles amanecieran sembradas de cadáveres. El sacerdote que llevaba entonces la parroquia tuvo que ser sustituido aquejado de crisis de ansiedad.

      A los cuatro años de llegar al poblado, en una de las épocas más terribles del gobierno de Fujimori, decenas de campesinos eran conducidos al buque de guerra de la marina que “guardaba” de todo mal las aguas de suyo tranquilas del Ucayali, supuestamente para ser interrogados, pero desaparecían sin dejar rastro, para ser encontrados, unos sí y otros no, al cabo de los días en el fondo del río con un tiro en la cabeza. Faustino comenzó a denunciar la situación, primero al alcalde, luego en el Consejo Departamental de Loreto… Ante la obvia falta de respuesta, decidió entonces redactar una carta con nombres de desaparecidos y posibles implicados y entregarla a las asociaciones de Derechos Humanos. Mientras, debido a su insistencia en la justicia, su nombre aparecía como numero uno de persona non grata en la lista negra del ejército para futuras desapariciones. Tuvo que dormir varias noches en el sobretecho del templo para evitar ser asesinado y, durante el día, ir siempre acompañado por personas de su confianza hasta llevar a cabo el plan de fuga y dar en mano la misiva que, naturalmente, no podía enviar por correo.

    A la hora esperada, la noche esperada y de la forma esperada, Faustino agarró su motocicleta de tres al cuarto, le metió pastilla justo cuando la avioneta estaba a punto de despegar, se colgó casi de la portezuela dejando tirado el ciclomotor medio fundido y tras aterrizar en Pucalpa entregó la carta en mano.

     Regresó a los días, con todo más o menos controlado, y las desapariciones dejaron de suceder. Sigue leyendo

«Héroes y villanos»

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Mortadelo Y Filemon by DeviatedUpuaut

    Decía el grueso periodista Abbott Liebling que «la gente confunde lo que lee en los periódicos con las noticias». Buena parte de razón no le faltaba y si echamos la vista a los libros de historia podemos decir sin rubor tres cuartos de lo mismo. Lo mejor antes de meterle mano a cualquier ensayo es investigar sobre quién lo ha escrito y de quién depende la editorial que lo publica.

        Incluso el acto más vil tiene dos perspectivas al menos y dejarnos guiar sólo por la del que vence es mal augurio. Tras el atentado de las Torres Gemelas compuse esta canción, que no sé yo si me la distribuirían en EE.UU.

       Esta de regalo no es la mejor versión que hicimos, pero fue en un ensayo improvisado y me trae magníficos recuerdos.

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