Marginar, excluir, ignorar, machacar

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La Joven Gitana, Museo de Mosaicos de Zeugma, Gaziantep (Turquía)

     No voy a soltar, presa de la indignación, que sea un método, una estrategia, elaborada concienzudamente con premeditación y alevosía en virtud de no sé qué objetivos de interés particular, pero cuando un hecho se repite con asiduidad, en determinado orden y con similares consecuencias para determinados colectivos es que algo, del todo bien, no huele. Si siempre pintan bastos para los mismos a pesar de hallarse éstos convencidos de que tenían una buena mano, algún as de oros bajo la manga se ha guardado alguien.

     El orden, que sí que altera el producto, es metódico y robótico como un martillo pilón:

  • primero marginar, que estábamos muy a gustico sin nadie que nos ladre (creemos guetos)
  • segundo excluir, que si ya están al margen mejor que no tengan las mismas oportunidades (educación, recursos sociales y culturales, empleabilidad, dependencia de ayudas sociales…)
  • tercero ignorar, y si ladran que ladren, mientras no se puedan acercar y nos muerdan (que todo lo que salga en los medios sea malo, dañino, peligroso…)
  • cuarto machacar, que no sólo ignoremos, sino que les creemos la imagen de que la culpa es suya, que viven así porque quieren, que es su decisión (imposibilidad de entrar en un proceso de cambio y de normalización).

     Podemos pensar en cualquier colectivo, y es de un pragmatismo abrumador. Cierto es que los hay que, dando menos por saco y siendo algo así como más dignos de lástima (sector de la discapacidad, personas mayores…), apenas pasan de la fase una de estar al margen, por ese sentido mercantilista y obsceno de la utilidad social, pero por norma, el proceso llega hasta la fase cuatro con contundencia (inmigración, toxicomanías, barrios periféricos con bolsas de pobreza, personas sin hogar…). Y el día que acierten a lidiar con la fase cuarta, seguro que algún listo se inventa la quinta. Sigue leyendo

«Una humilde propuesta» (1729)

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Ilustración de Raquel Martín para la edición de Nórdica

      Comenta Fernando Villalobos en el prólogo que, en 1983, al actor Peter O’Toole le dio por leer, sin previo aviso, durante la reapertura del Gaiety Theatre de Dublín algunos fragmentos de «Una humilde propuesta». Se le ocurrió llevar a efecto su brillantísma idea delante de políticos, representantes de la cultura y otras personas de relevancia social. Cierto que al ínclito actor irlandés le perseguía un poco su fama de díscolo y de l’enfant terrible, pero los oídos bondadosos, tiernos, castos y solidarios que completaban el auditorio aquella noche no fueron capaces de soportar la despiadada sátira que representa el pequeño ensayo del no menos díscolo Jonathan Swift. Tras algunos momentos de asombro y malestar (lo mismo estirándose los lazos de sus corbatas o limpiándose el sudor copioso de sus frentes ilustres), muchos fueron abandonando el patio de butacas repletos de indignación.

     Justo a finales de ese mismo año, 1983, el gobierno de coalición irlandés aprobaba la Octava Enmienda a la Constitución, que reconocía el derecho a los nonatos y que llevaba debatiéndose desde un par de años antes. No podía ser pues más oportuna la proposición de Swift elaborada cerca de dos siglos y medio antes y que trataba de dar salida útil a los niños y niñas nacidos en situaciones de indigencia cuyos progenitores seguramente iban a ser incapaces de mantener y bajo ningún concepto podían ser una carga para las arcas públicas y para el resto de la sociedad.
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Reseñas de «Mishasho»

mishasho     Como uno no es famoso, ni conocido, ni nada que se le asome, pues le hace ilusión que, de repente, en un mismo día y desde contextos totalmente distintos, aparezcan en la red dos reseñas de su novela «Mishasho».

     La primera en una revista web alternativa de cultura, Arte-factor, y la otra en una página muy familiar donde compartir lecturas de la que soy usuario desde hace bastantes años: Sopa de libros.

     Pues gracias a uno y a otro, lo primero por leerme sin cortarse las venas (digo yo), y lo segundo por vuestra generosidad y sinceridad.

      Lecturas descompuestas hoy: Mishasho de Rafa Poverello

     Poverello nos cuenta la historia de unos personajes víctimas de la adicción y nos hace ver como sufren, viven e incluso intentan vencer al demonio de la droga, y como tanto sus actos, decisiones e incluso palabras pueden llegar a afectar a las personas que más te quieren. Mishasho es una historia muy humana, llena de sentimientos y frustraciones, pero también es una historia que nos ayudará a comprender e incluso sentirnos identificados con los personajes y sus vivencias e  un mundo donde mirar para el otro lado y hacer como que “aquí no pasa nada” está a la orden del día.

     Sopa de libros: Sorprendente envidia

      Una (¿sencilla?, más sobre ello más adelante) historia coral alrededor del submundo de pobreza que se esconde en nuestra consumista sociedad nada más cruzar dos calles que ¿no debías?, como muy bien recoge la sinopsis. Un libro para reflexionar y leer despacio a la vez que se disfruta porque además presenta una estructura no lineal, con bastantes personajes que, como un puzle (aunque nada especialmente enrevesado), te obliga y tienta a ir atento disfrutando de las conexiones entre las diferentes piezas. Incluso con alguna sorpresa (al menos para mí) como puede ser el ocupante de cierto vehículo en cierta escena.

 

«The Florida Project» (2017)

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The Florida Project, by frenci DA

     Elena es madre soltera, tiene dos nenas menores de edad, ni un jodido ingreso mensual fijo y vive en un alquiler social en un barrio de exclusión de Córdoba capital. Cuando saca algo de pelas tras ir pidiendo a propios y extraños de aquí para allá compra ajos o perfumes y se pasa buena parte del día tratando de venderlos un poco más caros de lo que los pudo comprar. A veces resulta difícil saber cómo sobrevive sino fuera por la buena voluntad de sus vecinas y de algún que otro tendero de la zona que, sin tener demasiado dinero, no deja de fiarle a pesar de las pocas esperanzas de que en alguna ocasión Elena pueda ponerse al día.

     Elena no dispone de demasiado tiempo para tener sueños (sus hijas aun sí), y a lo poco que aspira es a dejar de tener miedo de que, algún día, servicios sociales le retire la custodia de sus hijas, por más que le diga uno cada dos por tres que situaciones peores se han visto y que la Junta no tiene demasiado interés en invertir el dinero en centros de menores. No retiran una custodia ni aunque fuera un acto de caridad.

     El caso es que con sólo cambiar el nombre de Elena por el de Halley, la mami protagonista de «The Florida Project», sumarle una hermanita a Moonee, su hija de seis años, y situar la acción en Estados Unidos en vez de en Andalucía para que todo encaje de una manera tan absolutamente perfecta y demencial que no hiciera falta ser un lince a la hora de darse cuenta de que la pobreza y la exclusión son idénticas en todos los países occidentales. ¿Por qué? Porque el capitalismo es igual de cabrón en todos los países occidentales; destruye todo lo que toca y fagocita lo que no desea ser tocado.

     El director Sean Baker sabe de lo que habla, mucho, no podría decirse que demasiado, pero lo parece, y los paralelismos de marginación mantienen unas líneas paralelas que asustan e indignan, porque muestran bien a las claras la asquerosa sociedad del descarte, donde tanto tienes tanto vales, y un método que pretende ser infalible para vivir felices: mantener a quienes peor lo pasan en los márgenes y haciéndoles responsables de cuanto les sucede. Sigue leyendo