«Un hombre sin pasado» (2002)

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Aki Kaurismaki by Ugorarts

     Pocos directores tienen la sorprendente virtud de Kaurismaki para ser capaces de sacar hermosas flores del estiércol; con «Un hombre sin pasado» nos regala otra película tan cálida como cruda. Con un inicio terrible y durísimo que bordea lo irracional para el espectador, como ya hiciera anteriormente con «La chica de la fábrica de cerillas» (1990) y posteriormente con «El Havre» (2011), el director finés nos entrega una maravillosa y tierna historia de personas desesperadas y perdidas (especialmente el protagonista principal) que logra sobrevivir a su infortunio gracias a la generosidad y la entrega de las personas que le rodean.

     Personajes tiernos, humanos, pero fuertemente creíbles, a pesar de la extravagancia de algunos secundarios y de algunas escenas estrambóticas y con unos toques de humor al mejor estilo Kusturica (el hombre que vive en la basura, el propio casero, el amante de la mujer, la banda de música…)

     Mención aparte merece sin duda la banda sonora, con una extraña, pero poderosa y cuidada mezcla de Folk y Rock’n’roll que sólo se hace presente desde la lógica de un directo, una emisora de radio o una máquina de discos de un bar… Sigue leyendo

La pobreza se hereda

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Children And Violence, por axelle b

     Jony tiene su genio, pero no es mal chico. Siete u ocho años, pelo un tanto desgreñado y el rictus contrariado de aquél a quien le cuesta entender cómo aplicar lo que se le dice. Nervioso, de respiración agitada y condenado desde infante a formar parte de ese síntoma del TDAH, medio inventado por estudiosos y educadores para quienes todo lo que no sea que un nene de cinco años consiga quedarse cuatro horas sentado/amarrado del tirón en su silla de clase supone un trastorno, en ambos sentidos del término.

     El propio Jony –que vete tú a saber cómo escribe dicho nombre su familia–, cuando anda sin poder ni sentarse de las agujas que parecen pincharle en el culo, se pone a dar vueltas a buen ritmo por la sala de lectura desde que la monitora le dio esa opción una tarde que lo vio con toda la pinta de poder guantearle a algún compañero en un descuido, y la idea de cansarse y expulsar adrenalina obtuvo algo de resultado positivo. Sus compañeros del colegio, tan cuidadosos como suelen ser los niños a esas tiernas edades, lo llaman a él y a sus hermanas «los piojosos», apodo que tampoco debe de ayudar mucho al autocontrol y a las relaciones sociales y que, me atrevería a jurar sin por ello apostar mi brazo derecho, dudo que sea objeto de castigo o reproche por parte de la dirección del centro.

     A Jony le había tocado en la feria una pistolita de esas de moda que disparan unas bolitas de plástico poco generosas con el contrincante; arma nada desdeñable en manos de un niño con las dificultades de Jony, no hace falta haber estudiado en la Sorbona para haber visto más apropiado como regalo en el sorteo unos altavoces, unos cascos inalámbricos o un dónut de trapo impreso con la consabida sentencia tan archifamosa en estas últimas semanas. Pero no, fuera quien fuera el responsable de tal desatino, el asunto es que Jony se dedicó a dispararle dichas bolitas de plástico a propios y extraños en los soportales del patio, hasta que uno de los otros nenes se hartó, lo agarró por el cuello y comenzaron a darse de empujones y golpes de diferente consideración. Y como Jony tiene las dificultades que tiene, daba igual lo que tu boca le dijera, lo tranquilo que le hablaras, o que trataras de separarlo ayudado por sus amigas y que le hubieran quitado ya la pistolita de marras. La cara de Jony lo decía todo: gesto torcido, párpado derecho cerrado en especie de tic y la otra pupila fija en el arma de destrucción masiva que agarró en un descuido y comenzó a cargar de munición como si le fuera la vida en ello. Sigue leyendo

Dos gallinas

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Chicken moo, by jelene

    Si hay una frase que he escuchado en mi entorno con metódica insistencia es aquella de que «el dinero no es lo importante». O similares, claro, que no todo el mundo expresa igual su independencia afectiva del vil metal: «no me preocupa el dinero», «el dinero no nos da la felicidad»… Las he oído en colectivos alternativos, en mi curro, en la parroquia, en el grupo de amigos. El caso es que este tipo de expresiones sólo han salido de los labios de gente como yo que no sentimos la más mínima inquietud por el dinero ni le damos importancia porque lo tenemos. Suena tan sarcástico como si un funcionario nos soltara que no le preocupa el empleo. No te jode.

    Pero a las gitanas del barrio que pasan cada semana por Cáritas, a las personas inmigrantes que llegan a nuestro país con la esperanza de mandarle pelas a los nenes que ha dejado al otro lado de los 14 kilómetros, a los padres y madres de familia en paro a quienes se les va a acabar el salario social el mes que viene… a todos esos sí que les preocupa el dinero; bastante. Será que no tienen tan claro como nosotros la escala de valores.

    En estas situaciones no puedo evitar acordarme del conocido cuento de las dos gallinas:

«El cura del pueblo ha reunido a toda la comunidad para hablarles de la solidaridad.

–He notado -les dice- que cada día os volvéis más mezquinos, más codiciosos, más avaros y más egoístas. En lugar de seguir el camino de la palabra de Dios que intento predicar, vivís acumulando cosas materiales y posesiones que como os he dicho miles de veces, no podréis llevaros el día que llegue vuestra hora.

La comunidad entera bajó la cabeza avergonzada y el cura se animó a seguir.

–Las enseñanzas que os trato de transmitir son claras y breves. De los siete pecados capitales, la codicia es el más dañino.

Silencio en la sala.

–Estamos en la casa de Dios y lo que aquí sea dicho será anotado en vuestro libro de la vida como vuestro compromiso.

Más silencio.

–A ver tú, Santiago, contéstame con sinceridad. Si tú tuvieras dos casas y tu vecino Ramiro no tuviera ninguna ¿qué harías?

Santiago se pone de pie y con el sombrero en la mano se anima a contestar:

–Pues yo le daría una casa a Ramiro, padre.

–¡Muy bien! ¿Y si tuvieras dos automóviles?

–¿Dos automóviles? Uno para mí y otro para Ramiro.

–Muy bien, Santiago. Así me gusta.

La gente comenta y murmura. Santiago se siente agrandado por el beneplácito del cura frente a sus respuestas. El padre decide seguir su prédica por esa línea.

–¿Y si tuvieras dos millones?

–¿Dos millones? -se anima Santiago con energía- un millón para Ramiro y otro millón para mí.

–¿Y si tuvieras dos gallinas?

Se produce un incómodo silencio que rompe el clima de las preguntas y las inmediatas respuestas. El cura vuelve a hacer la pregunta:

–Santiago, ¿y si tuvieras dos gallinas?

Santiago vuelve a bajar la cabeza y finalmente contesta:

–Sinceramente, padre, no sé. En ese caso, no sé.

–Pero cómo puede ser, Santiago. Piensa. Si tuvieras dos casas, una para ti, otra para tu vecino, dos automóviles, uno para ti, otro para tu vecino, dos millones uno para ti, otro para el vecino… y dos gallinas no sabes, ¿cómo puede ser?

–Es fácil, padre. Yo no tengo dos casas, ni dos coches y menos dos millones… ¡Pero dos gallinas sí que tengo!».

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Marginar, excluir, ignorar, machacar

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La Joven Gitana, Museo de Mosaicos de Zeugma, Gaziantep (Turquía)

     No voy a soltar, presa de la indignación, que sea un método, una estrategia, elaborada concienzudamente con premeditación y alevosía en virtud de no sé qué objetivos de interés particular, pero cuando un hecho se repite con asiduidad, en determinado orden y con similares consecuencias para determinados colectivos es que algo, del todo bien, no huele. Si siempre pintan bastos para los mismos a pesar de hallarse éstos convencidos de que tenían una buena mano, algún as de oros bajo la manga se ha guardado alguien.

     El orden, que sí que altera el producto, es metódico y robótico como un martillo pilón:

  • primero marginar, que estábamos muy a gustico sin nadie que nos ladre (creemos guetos)
  • segundo excluir, que si ya están al margen mejor que no tengan las mismas oportunidades (educación, recursos sociales y culturales, empleabilidad, dependencia de ayudas sociales…)
  • tercero ignorar, y si ladran que ladren, mientras no se puedan acercar y nos muerdan (que todo lo que salga en los medios sea malo, dañino, peligroso…)
  • cuarto machacar, que no sólo ignoremos, sino que les creemos la imagen de que la culpa es suya, que viven así porque quieren, que es su decisión (imposibilidad de entrar en un proceso de cambio y de normalización).

     Podemos pensar en cualquier colectivo, y es de un pragmatismo abrumador. Cierto es que los hay que, dando menos por saco y siendo algo así como más dignos de lástima (sector de la discapacidad, personas mayores…), apenas pasan de la fase una de estar al margen, por ese sentido mercantilista y obsceno de la utilidad social, pero por norma, el proceso llega hasta la fase cuatro con contundencia (inmigración, toxicomanías, barrios periféricos con bolsas de pobreza, personas sin hogar…). Y el día que acierten a lidiar con la fase cuarta, seguro que algún listo se inventa la quinta. Sigue leyendo