«ReMine, el último movimiento obrero» (2014)

     «Si todos los sectores de este país tuvieran los cojones que tenemos los mineros…»

fuerza_mineros_by_larrymoe2012-d2y8y7y

Fuerza Mineros by LarryMoe2012

Poco fino, sí, pero a veces la finura hay que guardársela donde la espalda pierde su casto nombre para que la verdad sin fisuras salga a la luz haciendo aguas todos los planteamientos timoratos y autoexculpatorios acerca de que la lucha por la justicia no sirve de nada.
Si todos los sectores de este país tuvieran los cojones de hacer huelga indefinida, de andar 400 kilómetros hasta Madrid, de encerrarse 50 días a 600 metros de profundidad para defender sus derechos y los de sus familias… Si todos los sectores de este país tuvieran en sus genes el valor amarrado en años por el sector de la minería, que cambió la forma de lucha obrera en este país en la década de las años 30 y sobre todo de los 60 del siglo pasado, ¡ay! si tuviéramos menos miedo que vergüenza.

Marcos M. Merino no había dirigido en su vida, era un sencillo cámara de Telecinco, pero asturiano, claro, como todo el pueblo de esa región afectado por las amables normas de la Unión Europea que selecciona lo que es útil o no en función de poder importar materias primas más baratas de otros sitios aunque ello supongo la condena al paro y la pobreza de cientos de familias, y que los gobiernos de este país -empezando por el supuestamente de izquierdas Zapatero que comenzó bloqueando las subvenciones- decidieron seguir a pie juntillas como esos seres más cobardes que vergonzosos. Y Merino no es condescendiente, no oculta la violencia de los cortes de carreteras, de los lanzamiento de cohetes… métodos que muchas de las propias mujeres de los mineros no comparten, pero comprenden, porque de ellos depende el pan y la vida. Hasta Gandhi dijo aquello de «allí donde sea necesario elegir entre violencia y pasividad siempre aconsejaré la violencia». Lo importante es la lucha, ni siquiera los resultados obtenidos cuando es la propia dignidad como persona lo que está en juego, y para renunciar al enfrentamiento no puede servirnos de excusa un insolidario pacifismo, la bondad de los que no tienen enemigos, la ética que es doble moral.

     Si todos los sectores de este país tuvieran los cojones que tienen los mineros, si fuésemos conscientes de la archiconocida frase de que «si luchas puedes perder, pero si no luchas estás perdido» y que cobra pleno sentido en ReMine, un documental solidario y responsable, no sentiríamos falsas indignaciones del que pide pero no hace nada para que el deseo le sea concedido.

Me enrabieto con la ausente presencia de los sindicatos, con su servilismo, con los esquiroles de verdad, con los alcaldes que apoyan de boquilla para no perder el puesto… me emociono viendo el rostro de los mineros al llegar a Sol, sus gestos cuando observan tanta peña alrededor en notoria solidaridad con su lucha. Pero me emociono hasta el tuétano escuchando sin aburrimiento en boca de los obreros ese soniquete que le sirve de banda sonora a toda la vida, a toda su lucha obrera de siempre, a su denuncia: Santa Bárbara Bendita:

En el pozo María Luisa,
tranlaralará, tranlará, tranlará.
murieron cuatro mineros.
Mira, mira Maruxina mira,
mira como vengo yo.
murieron cuatro mineros.
Mira, mira Maruxina mira,
mira como vengo yo.
Traigo la camisa roja
tranlaralará, tranlará, tranlará.
de sangre de un compañero.
Mira, mira Maruxina mira,
mira como vengo yo.
de sangre de un compañero.
Mira, mira Maruxina mira,
mira como vengo yo.
Traigo la cabeza rota,
tranlaralará, tranlará, tranlará.
que me la rompió un costero.
Mira, mira Maruxina mirai,
mirai como vengo yo.
que me la rompió un barreno.
Mira, mira Maruxina mira,
mira como vengo yo.
Santa Bárbara bendita,
tranlaralará, tranlará, tranlará.
Patrona de los mineros.
Mirad, mirad Maruxina mirad,
mira como vengo yo.
Patrona de los mineiros.
Mirad, mira Maruxina mira,
mira como vengo yo.
Mañana son los entierros,
tranlaralará, tranlará, tranlará,
de esos pobres compañeros,
Mira, mira Maruxina mira,
mira como vengo yo.
de esos pobres compañeros,
Mira, mira Maruxina mira,
mira como vengo yo.
https://www.youtube.com/watch?v=x2FjKa7Bhwk

«La rebelión» (1924)

Joseph_Roth_(1926)

Joseph Roth

Tenía Joseph Roth un lema cardinal al que intentaba ajustarse más que un calcetín al pie: «ser capaz de decir en medio folio cosas interesantes». Si hay una obra que puede emerger como paradigma de tamaña empresa es “La rebelión”. Y es que no resulta nada nimio aplicar tanta cera en una novelita de menos de 150 páginas de la que podría decirse que se lee de un tirón.

Me agradaría mucho compartir que el propósito de la pluma afilada de Roth al contarnos sin florituras la historia del anodino, patriótico y políticamente correcto Andreas Plum, alma máter a pesar suyo del título que nos ocupa, es un llamado consciente y digno a la rebelión -como indica el propio título- contra los mecanismos injustos y absurdos del estado antes de que la vejez o el cansancio lo hagan imposible transformando al supuesto revolucionario en un ser infinitamente cabreado pero notoriamente impotente. Quisiera decir eso, pues no me cabe duda de que, en buena medida, es lo que logra transmitir al lector la inicial vida gris del lisiado organista marcada de manera definitiva e inesperada por una situación tan trivial como dramática, que a todos y cada uno puede acontecer con igual dosis de indignación; pero no sería lícito separar la creación del escritor y proviniendo la desesperanza que vierten las páginas del libro de un autor asqueado, casi apátrida desde su juventud, de mujer esquizofrénica finalmente gaseada por los nazis en su solución final, y cuyo alcoholismo acabó matándolo presa del delirium tremens no será el que suscribe quien se atreva a afirmar que en la resignación que se desprende de la última línea de la novela acerca de un hombre corriente al que no echarán en falta ni Dios ni sus amigos exista algo más allá de la nostalgia de un improbable y la desolación de un tipo común en cuya tumba del cementerio de Thiais puede leerse humildemente: “escritor austríaco muerto en París”.

Es cierto, que quizá fuese involuntario eso de dar por saco a la conciencia del respetable a partir de la felicísima existencia de un individuo que en época de bonanza hasta se permite el lujo de denostar a quien osa provocar a la nación y que permanece en la más cordial imparcialidad mientras no se sienta afectado por el sistema, pero en esa falta de voluntariedad, mordaz y repleta de sarcasmo, descubro que he de darme prisa antes de ser demasiado viejo como para convertirme en rebelde, que no quiero ir al infierno porque me acomodé a la sin razón mientras no me tocara a mí la china y que la futilidad de la vida es algo a lo que se acoge en parte quien la vive y que de cada ser humano depende que se le eche de menos, aunque sólo sea por limpiar unas letrinas, o que se silbe su ausencia, sean propios o extraños, porque el mundo no haya cambiado ni un ápice tras pasar por él.

Y para terminar un fragmento:

«¿En qué había creído? En Dios, en la Justicia, en el Gobierno. Había perdido su pierna en la guerra. Le dieron una condecoración. Ni siquiera le proporcionaron una pierna ortopédica. Durante años había llevado la condecoración con orgullo. Su licencia para manejar un manubrio en los patios le parecía la máxima recompensa. Pero un día resultó que el mundo no era tan sencillo como lo había visto en su devota simplicidad. El Gobierno no era justo. No sólo perseguía a los ladrones y asaltantes, a los infieles. Podía ocurrir, al parecer, que incluso llegase a condecorar a un criminal, puesto que encerraba a Andreas, el piadoso, aunque éste lo reverenciase. Y así actuaba también Dios: se equivovaba. Y si Dios se equivocaba, ¿seguía siendo Dios?».

«Las aventuras de Huckleberry Finn» (1884)

mark_twain_by_grantgoboom

Mark Twain, by grantgoboom

Hay obras que cargan con el pesado estigma de literatura juvenil y pareciera que ni Atlas con sus anchas espaldas tuviera el valor de levantarlas del indigno lugar en el que se las coloca. En el idioma de Cervantes podemos nombrar “El camino” de Delibes, “Zalacaín el aventurero” de Baroja, “El lazarillo de Tormes” de autor desconocido, o dramaturgos del Siglo de Oro de la talla de Calderón o Lope. Si se trata de novelas en otra lengua hay cruces ingratas sobre “La isla del tesoro” de Robert L. Stevenson y de manera aún más sangrante si cabe una losa insalvable encima del bigotudo Mark Twain y “Las aventuras de Huckleberry Finn”.

Ya resulta algo extraño de inicio que, de una novelita-río para adolescentes dijera Hemingway aquello de que era el “origen de toda la literatura norteamericana”, pero si el título de marras fuera tan sencillito y simple de leer el propio Twain, uno de los pocos autores con una reputación que mantener en vida como escritor, no habría renegado en repetidas ocasiones de ella considerándola una obra menor dentro de su bibliografía. Porque al pobre (en ambas concepciones lingüísticas) Huckleberry Finn no había quien lo quisiera leer ni lo comprendiera allá por finales del siglo XIX. ¿A qué autor serio y respetable se le hubiese ocurrido poner como protagonista de una novela a un don nadie, mierdecilla de nene, de padre violento y alcohólico, que fuma en pipa y sabe expresarse a duras penas? ¡Será lo mismo meterse en la piel de su honorable amigo Swayer que además es huérfano!

huckle_berry_finn_by_art_kombinat-d80bv0n

Huckle-Berry-Finn, by Art-Kombinat

Y encima, no se le ocurre otra brillante idea al ingenuo de Twain que trasladar las aventuras de Huck en primera persona, en un constante estilo directo incluso con buena parte de los diálogos incrustados en medio del texto por la pluma tosca de un chico que apenas sabe leer ni escribir, para que a la aristocracia más chic del momento le fuera del todo imposible entender la jerga que a mansalva escupe la boca del muchachuelo en cuestión obviando los giros dialectales del resto de personajes, la mayoría de bajo estrato social y cultural, que pululan a lo largo y ancho de la ribera del Misisipí y que convierten en una ejemplarizante e imposible odisea la traducción correcta de esta obra “menor” del escritor norteamericano.

Vamos que, a criterio del que suscribe, “Las aventuras de Huckleberry Finn” tienen de juvenil -más allá del género literario en el que se suele enmarcar la novela gracias al propio título- lo que Cortázar tiene de comprensible. Entretenidísima, por momentos incesantemente divertida con los diálogos entre dos indoctos como Huck y el negro Jim, pero de una hechura social y de denuncia que convierte la mayor parte de la obra en un martillo pilón contra el racismo y las clases sociales en virtud del constante trato inhumano -en ocasiones vejatorio- que recibe el esclavo de color a manos de los diferentes actores secundarios que conforman un cuadro grotesco de la civilizada sociedad de la época.

No resulta nada extraño que, como habitual paradigma de la doble moral, en EE.UU. aún sea un libro eliminado de los planes de estudio en las escuelas so pretexto de que a lo largo de la obra se refieran a Jim con el políticamente incorrecto término “nigger”, lo de menos es que muestre de manera omnímoda la amistad radical y dispuesta a todo entre un “nigger” y un blanco y que la crítica al esclavismo pulule como Pedro por su casa. Tampoco ha de resultar baladí que un escritor amigo de empresarios y algún que otro presidente, muy bien visto y hasta admirado por amigos y detractores como hemos comentado con anterioridad, decidiera regalar al público un final quizá en exceso almibarado y poco coherente con el discurrir del resto de la novela, pero es un pequeño borrón en una obra perdurable, notoriamente influyente en toda la literatura posterior -lo diga o no Hemingway- y a la que cualquier amante de la lectura debería darle una nueva oportunidad una vez envuelto en la madurez.

Y unos fragmentos:

«Pasaron dos o tres días con sus noches; creo que podría decir que pasaron nadando, que se deslizaron, callados, serenos, hermosos. Así pasábamos el tiempo: allá abajo el río era monstruosamente grande…, en algunos lugares tenía una milla y media de ancho; por la noche navegábamos, y de día parábamos y nos escondíamos; en cuanto empezaba a hacerse de día dejábamos de navegar y amarrábamos la balsa, casi siempre en las aguas muertas, debajo de una barra de arena; luego cortábamos unos álamos jóvenes y unos sauces y tapábamos la balsa con ellos. Después de echar los sedales, nos metíamos en el río sin hacer ruido, y nadábamos un rato para lavarnos y refrescarnos, y nos sentábamos en el fondo arenoso donde el agua nos llegaba más o menos hasta las rodillas y mirábamos la luz del día». 

    «Me sentía muy perezoso y cómodo: no quería levantarme a hacer el desayuno. Bueno, pues estaba a punto de volverme a dormir cuando me pareció que oía un « ¡bum! » a lo lejos, río arriba. Me despierto y me apoyo en el codo y escucho; en seguida lo vuelvo a oír. Di un salto y fui a mirar por un hueco entre las hojas, y voy y veo un montón de humo por encima del agua, muy lejos río arriba: aproximadamente frente al transbordador. Y allí estaba el transbordador, lleno de gente, que bajaba flotando. Entonces comprendí lo que pasaba. «¡Bum!» Vi el humo blanco que salía del costado del transbordador. O sea, que estaban disparando el cañón por encima del agua, tratando de hacer que mi cadáver saliera a la superficie».

«Accattone» (1961)

Pier Paolo Pasolini by krio0ut

Pier Paolo Pasolini by krio0ut

Hay artistas difíciles de explicar (lo de catalogar ya sería de nota). Como fuera de tiempo aunque bebiendo de las fuentes obvias de su generación, el trasgresor por excelencia Pier Paolo Pasolini, novelista y director de cine, debe ser considerado por decreto uno de ellos.

Marxista, católico y homosexual y que sufriera en su juventud la dictadura de Benito Mussolini, sus obras contienen todos los ingredientes para ser odiada y repudiada por los movimientos neofascistas de la década de los 60 e incluso del propio Partido Comunista que lo expulsó de sus filas tras su declarada homosexualidad.

Pasolini, siendo de la misma quinta y nacionalidad de genios tan distintos como Visconti, Fellini, Leone o Antonioni, aún logró marcar notables diferencias en su forma de entender y enfocar el cine. A partir de la renuncia expresa a todo lo que consideraba superfluo en iluminación, música o planificación y en claro contraste a sus contemporáneos o el cine surgido en Francia con la Nouvelle Vague el director nacido en Bolonia, usando la simplicidad de las técnicas del cine de los años 20 mucho más cercano al movimiento neorrealista y al pragmático Bresson, nos ofrece unos filmes plagados de directividad, de planos fijos en reconocida influencia de los cuadros de la etapa renacentista. Pero lo que deja en absoluta circunspección al espectador es que a pesar de usar recursos primarios, en sus argumentos y en forma de enfocarlos o adaptarlos (véase “El evangelio según san Mateo” o “El Decameron”) no tiene el más mínimo reparo en realizar la película que tiene en mente, fuera de prejuicios morales, religiosos o sociales, lo que precisamente en virtud de su sequedad supone mayor impacto visual.

“Accattone”, su primer filme, es el paradigma de todos estos argumentos. Pasolini, que colaborara en el guión de “Las noches de Cabiria” (Fellini, 1957), nos muestra con una firmeza pocas veces vista hasta entonces la crudeza de los suburbios de Roma, abandonando toda mínima dulcificación o identificación con sus protagonistas -al contrario sobre todo que Fellini-, en este caso la historia visceral de un vago y proxeneta que supuso las iras de la tradicional sociedad italiana.

Necesario se nos hace recordar como primordial característica de este inusitado creador y en una muy similar tendencia a la del nombrado Fellini, que a pesar de su clara influencia neorrealista, ya desde esta cinta, Pasolini nos ofrece su particular universo surrealista y simbólico, cargado de referencias bíblicas con la clara intención de llenar de trascendencia la más mundana de las vidas y de sus terribles decisiones. Algo que consigue con inusitada contundencia gracias a la música sacra, medida y precisa, de J. S. Bach.

Dejemos paso a un artista mayúsculo, distinto, único… tan odiado como auténtico. Demos entrada a Pasolini.