
Justicia, con Virtud y Vicio (Antiguo Palacio de Justicia de Brujas, Bélgica), por Tony Grist
Hoy toca ser breve. Lo mismo porque lo he repetido más de una vez, pero es que cada vez que alguien saca el temita me toca mucho la moral (me he vuelto fino tras las cargas policiales contra el referéndum, no vayan a encarcelarme por pervertir oídos pre-púberes). Se trata de los pobres y de sus vicios, claro, de lo poco sensatos que son y de su tremebunda falta de responsabilidad.
Es una de las muchas cosas malas que tiene ser pobre, que no se pueden tener ni vicios. Bueno, en realidad lo que no se puede tener es ocio, porque con lo de los vicios y el ocio suele suceder como con las manías y las costumbres. Las mías son costumbres, las de los demás, manías: «tengo la sana costumbre de fregar después de comer», «tiene la manía de tener que fregar en cuanto terminamos de comer». Será que nunca he llegado a entender del todo -en determinadas circunstancias que provienen bastante más del interés personal que del hecho de estar en un campo de exterminio- la llamada ética de situación.
Así, el ocio del rico (o de la clase media, o de la clase trabajadora…) se convierte inmediatamente en vicio en la vida del pobre, por arte de magia. Y es que el desarrollo moral y sus procesos mentales son idénticos a los que se dan en la política: «cuanto más siniestros son los deseos de un político, más pomposa, en general, se vuelve la nobleza de su lenguaje» (Aldous Huxley). Sigue leyendo