Coherencia de helio

    El sábado estuve en el Carrefour. Fue una verdadera pasada, una experiencia mística ver cómo son capaces de llegar a la máxima coherencia en el cumplimiento de objetivos empresariales. No, no, no estoy de cachondeo, en serio, no es nada fácil llevar a cabo tamaño ejercicio de mercadotecnia y conseguir que la mayor parte de la población, en lugar de cagarse en tu nación, te aplauda la gracia. Hasta las lágrimas se me caían de emoción incontenible. El odio es una emoción, no olvidemos.

    Pasé al amplio vestíbulo en piloto automático cuando una tremenda malla que colgaba del techo llamó caústicamente mi atención. Se trababa de una gigantesca red de pesca, cerrada en forma oval y repleto su interior de envases plásticos de diverso tamaño y color. Preciosa quedaba, vaya, aunque en osada y nefanda discrepancia estuviera flanqueada a derecha a izquierda por sendas nubes de globos de aluminio y látex rellenos de helio. Ese gas más ligero que el aire, que consigue que el globo se eleve hasta una media de 10 kilómetros de altura antes de reventar debido a la presión atmosférica y de caer en cualquier medio (probablemente el agua, pues cubre el 70% de la superficie del planeta) decorando el medio ambiente o, lo menos halagüeño, siendo tragado por cualquier animal acuático que morirá de asfixia.

    Perdón, que me distraigo con digresiones. Decía que allí, en mitad del vestíbulo, se encontraba la solidaria red medioambientalmente sostenible rellena de botes de plástico, y a los pies de la misma, un tanto hacia la izquierda, podíamos ver, en el culmen de la congruencia y la sana preocupación por tales desechos, ni biodegradables ni compostables, sobre una mesa alargada varios diseños de dinosaurios inexistentes fabricados de material reciclado. Un leyenda, supuestamente para concienciar del abuso del plástico en la naturaleza, remataba el conjunto: «los dinosaurios no tuvieron que preocuparse por encontrarse con plástico». O algo similar. Sigue leyendo

Soberanía capitalista

      Todos los seres humanos tenemos nuestros demonios; asustarán mucho o poco, nos crearán una mayor o menor sensación de merecimiento de castigo o serán más o menos fácil ocultarlos bajo el paraguas de otras conductas angelicales. Pero ahí están, los jodidos demonios, y cuando nos los tocan, arde Troya.

      Cuando además militas en algún colectivo feminista, alternativo y anticapitalista ya se debe dar por hecho que eres la caña, y que tus deslices son debidos a las normales incongruencias bajo las que se ve sometida la humana condición, pero que las doctrinas las tienes tan interiorizadas que no merece la pena perder el tiempo en proclamarlas y tocar las pelotas (o los ovarios) con la obviedad de nuestros principios profundos y nuestra ideología radical. Los problemas, digamos, son siempre otros.

     Por eso, no merece la pena debatir demasiado sobre los motivos que nos conducen a atribuirnos la sacrosanta etiqueta de antipatriarcales, antimilitaristas y anticapitalistas. Hemos creado espacios en red, ofertado modelos de consumo social y solidario, proporcionado opciones hacia la contratación de servicios éticos. No hay demonios que valgan. A menos que salte una liebre muy gorda, tamaño similar a las que existirían en el país de Brobdingnag, somos seres cuasibeatíficos. A veces descubrimos un producto que no cumple los requisitos de la economía social, o de comercio justo, o de kilómetro cero, o aquel libro infantil fabricado en china, o resulta que determinado colectivo o persona con quien colaboramos puede que haya ejercido violencia machista… Cortamos por lo sano una vez investigado el asunto y punto. Es fundamental la soberanía alimentaria, el feminismo… No nos tiembla el pulso. Sigue leyendo