Cuando hace varias semanas el que suscribe sacaba a colación en este blog el tema de que quienes tienen el poder de legislar no tienen ni pajolera idea de lo que hablan (muy probablemente porque no les afecta en absoluto) no sabía que veintiún días después iba a estar todo el país en estado de alerta (excepto Canarias, que se salvó en el mismo fin de semana de cambiar la hora y de la declaración sumaria). Tampoco sabía por entonces que en uno de esos curiosos saltos de equilibrio que tratan de conjugar economía y salud (bueno, en realidad tratan que nos lo creamos, pero solo les preocupa que no colapsen ambos sectores) también se publicaría una orden en la que se cerraban a cal y canto los jardines y los parques y se prohibían terminantemente las salidas y visitas a residentes de centros residenciales. El mismo tiempo, en esta hermosa ciudad de Córdoba donde dieron mis huesos, el alcalde sacó un decreto municipal en el que el toque de queda sería desde las 23.00 de la noche hasta las 6.00 de la mañana.
Me acordé en estas entonces de lo que me sucedió el jueves y el viernes pasado con dos personas diferentes que miraron y vieron mi mascarilla higiénica con la imagen repetida de una mujer de bandera: Frida Kahlo. La cosa también rompió las autoasumidos estereotipos y prejuicios sociales. El jueves por la mañana me encontré por la calle a Fernando, un sacerdote bajito y muy majo, y me detuve porque tenía que comentarle una cosa. Cuando terminé mi somera explicación se quedó mirando la mascarilla y dijo con una sonrisa ejemplar que intuí en su gesto de ojos entornados y en el tono de su voz:
–Me encanta tu mascarilla de Frida Kahlo. –Le devolví la sonrisa con un asentimiento–. Una auténtica feminista –terminó.
El viernes por la tarde fui a mi pueblo a ver a mi familia. Con la susodicha mascarilla puesta salí del coche y me acerqué a mi madre saludándonos a la preceptiva distancia física. Mi madre, entornando los ojos, señaló con el dedo la zona de mi boca.
–¿Qué es? ¿La reina Isabel II?
Resuelto y con idéntica sonrisa a la esgrimida por Fernando le contesté:
–No, no, es Frida Kahlo.
–Ah, Frida Kahlo. –Con los ojos aún más entornados, no sé si para fijar la vista o porque no tenía ni idea de a quién me estaba refiriendo. Sigue leyendo