¿Cuál es vuestro oficio?

Léonidas aux Thermopyles (Jacques-Louis David)

Como autómatas clónicos extraídos de un relato de K. Dick los nuevos espartanos se estabulan por columnas con sus escudos y almas plúmbeos. En la mano el cipote -tal vez ambos- y en el seso convulso la atrevida misión de defender los intereses temporales del más rico. Nos observan tras sus cascos de visera con rostros céreos y derretidos al servicio de un moderno Leónidas, antihéroe común que tan sólo es audaz para emitir sus órdenes desde un sofá casero e inaccesible. Aun así, tan ausente de arrojo, se arroga el derecho a ser más temido que el propio Jerjes quien no goza de la competencia desmedida para ejercer el despido o la sanción.

A mi alrededor surgen impúdicos insultos, mofas malsanas, faltas de respeto del lado de los que protestan y que los alían con aquella violencia estructural a la que dicen oponerse. La violencia de uno es siempre más cuerda. Yo también me cabreo entre el raciocinio y la villanía; mi ira resulta casi ridícula siendo tan espontánea en indignación como contenida en las formas.
– Es normal que se pongan en la puerta de ‘El Corte Inglés’ -me explican con una comprensión que excede de largo a la mía-. ¿Sabes la que se puede liar si les da por entrar dentro a los cuatro ‘colgaos’ que siempre hay en toda manifa? Ejercen su legítimo derecho a abrir hoy si quieren. La democracia es para lo bueno y para lo malo, aunque no estemos de acuerdo.

Incomprensiblemente no eructé un exabrupto que me nació espontáneo ante tan metódica exposición, sin mácula, como habrían de mantenerse en un futuro inmediato los escaparates relucientes del primer grupo de empresas de distribución de este país enquistado en la caradura. Lo poco que sé es que media hora antes los nuevos espartanos, a pie enjuto, en un copioso alarde hacia esos magnos principios constitucionales de los que todo ciudadano es acreedor, habían recorrido sin cascos, escudos ni cipotes -uno supongo que sí- varios establecimientos de la zona, igualmente vulnerables y con idénticos derechos democráticos, aconsejando a propietarios y empleados en loor de la seguridad y el orden público que bajaran la persiana. Piquete policial -faltaron los pasquines-, lacónico adiós muy buenas ante la cara pétrea de los posibles afectados y no dejaron ni el polvo de la suela de sus sandalias a las puertas protegiendo el bastión. Ni una brizna de hierba en horizontal. Ni una ramita seca de paja aun fácil de tronchar.

Todas las ramitas, briznas y sandalias -más los consabidos cipotes– decidieron agolparse con voluntarioso empeño a la entrada de la única fortaleza con derecho de pernada y que había de permanecer incólume y virgen. Con sus derechos, sus democracias y sus falacias intactas.

¡¡Espartanos de obligadas almas plúmbeas!! Disculpad, ¿acaso es éste vuestro oficio?

El enemigo del pueblo

Wheelchair by Stevepb

Algo de mala suerte tengo. Cinco minutos de descanso es todo a lo que me acojo en la sobremesa y suena el teléfono.
– ¿Sí? -eso de diga me pareció siempre muy de usted-. Hola, mamá, ¿qué tal?
– Bien… Bueno, regular -cierto que muy optimista no es que haya sido nunca la mujer que me trajo al mundo, pero parecía el tono algo más sensato esta vez.
– ¿Y eso?
– Pues que nos ha llegado una carta de ISFAS* y dicen que a partir del 31 de diciembre ya dejan de pagar la residencia de la abuela.
Profusa interrogación por mi parte, otro ‘¿y eso?’, digamos.
– Los recortes en la dependencia o qué sé yo…
Verdes pusimos a más de uno. Yo con inusitada compostura, tal vez en mi reserva inconsciente de no poner aún peor cuerpo a mi madre. Colgué, tras besos múltiples, recuerdos a papá y demás familia y obviando las bondades referidas a la susodicha de los máximos responsables de tamaño desconcierto. Tan inocentes ellas y tan víctimas como lo es la madre de mi madre.

Mi abuela se rompió el fémur dos veces hace unos tres años. Esa falta de calcio que casi siempre se hace tarde para echarle cuentas, mucho más cuando se pasa de los 90. Se negó a andar tras las cáusticas operaciones -no fue adrede, pero sucedió- y ahora depende de que la levanten de la cama en la que yace empotrada y así poder huir temporalmente del destino metódico de las úlceras. Me llora cuando me ve y aunque tiene Alzheimer todavía recuerda mi nombre y de qué nos conocemos. No tengo que poner exceso de celo para buscar conversación con ella, cada diez minutos podemos repetir de pé a pá la misma historia como en un bucle de eterno retorno. Otro indeseado ‘Memento’.

A esta mujer desvencijada y dependiente, una santa de esas que canoniza la Iglesia -lo que casi siempre es más un lastre que una bendición- por haber aguantado con horrenda resignación la cruz de un esposo notoriamente molesto, sargento chusquero con y sin uniforme, de los que hacen la vida imposible a espadazos y de quien no se puede hablar bien ni aun después de muerto; a esta buena mujer, comentaba, como a tantas otras en su situación, el Ministerio de la Guerra -así se llamaba renunciando al eufemismo hasta hace bien poco- le niega la ayuda que sí se merece hasta diciembre.

Recortes, palabra mágica para los ricos y azote para los pobres. Recuerdo entonces los que sufrió el Ministerio del Ataque -lo cambiamos también- a principios del ejercicio 2012: 8,8%, que siendo infinitamente menos marcado que en educación, sanidad y demás vainas poco importantes para mantener el estado de bienestar -mejor lograrlo en virtud de los cazas Eurofighter-, es además una verdad a medias. De repente, hace un mes, sin que figurara en los presupuestos generales esos del descuento del 8,8%, su monto experimentó un súbito e ¿inesperado? incremento del 28,21% cuando, en los primeros días de septiembre -el mes en el que se aprueban aquellas peliagudas proposiciones que han de pasar desapercibidas al vulgo-, el Consejo de Ministros aprobó un crédito
extraordinario de 1.782 millones de euros para deudas acumuladas en programas de armamento**. Blanco y en botella. ¿Recortes o prioridades? Otro eufemismo, como el de daños colaterales. Mi yeya, con su mirada vítrea, cristalina e inocente, es un daño colateral de una nación que opta por comprar recursos para ‘defenderse’ como entelequia mientras deja desfallecer a quienes la componen. “No entendéis que conviene más que muera un solo dependiente por el pueblo, y no que perezca toda la nación” (Jn 11, 50). Se equivocan de enemigos -en el hipotético caso de que los hubiera-. Como anunciara el lacerante dramaturgo noruego Ibsen en su obra ‘Un enemigo del pueblo’ a finales del XIX los de arriba deciden a golpe de decretazo quienes lo son, y en esta ocasión el cuento no parece avocado a un final justo.

Mi abuela tiene suerte, más de la que yo tuve durante mi siesta infinitesimal. Dispone de ahorros, gracias a la avaricia desmedida que en vida hubo de soportar de su cónyuge -del que olvidó causalmente el nombre como única victoria- y, en una tal vez circunstancial oportunidad, a la Seguridad Social por el momento le da un poco de corte dejarla en el desamparo -vete tú a saber un
día de estos-. No es pobre, pero no todas las viudas de militares, no todos sus dependientes gozan de ese privilegio. Triste, casi fundido en mitad del despropósito, descubro que en realidad no he de afanarme en encontrar remiendos a costuras gestionadas a sabiendas de. No es cuestión de dinero,
de tener más o menos, sino de prioridades.

– Mamá, ¿y qué vais a hacer?
– Pues gracias a Dios la abuela tiene dinero ahorrado si no…

Si no el exilio infinito, a donde fue a parar mi siesta absurda.

* El Instituto Social de las Fuerzas Armadas (ISFAS), es el organismo encargado de gestionar -junto con Clases Pasivas- el Régimen Especial de la Seguridad Social de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Civil.
** La deuda acumulada ascendía a 27.000 millones de euros en los Programas Especiales de Armamentos (PEAS). Contratos de larga duración para la compra de armamento. Algunos ejemplos: 87 cazas Eurofighter. Contrato firmado hasta 2024; 239 blindados Leopard 2E. Contrato firmado hasta 2017; 80 torpedos DM2A4. Contrato firmado hasta 2023.

Los indignados sin paraguas

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The Indignant Movement, por Kevrekidis

    Con esto de las medidas ante la crisis y la justicia social (dos términos radicalmente opuestos y en conflicto y evidente contradicción) han hecho su aparición pública dos tipos de indignados, los de verdad y los que tienen paraguas. Yo me hallo entre estos últimos, los de mentirijillas, digamos: me cabreo supinamente ante cada nueva barrabasada del des-gobierno de España, salgo rodeado de pancartas mostrando sin cansancio ni reparos mi malestar, cuelgo ‘pavadas’ en el muro de las redes sociales haciendo luz de aquello que se empeñan en ocultar entre tinieblas… Me pongo bajo la lluvia, vamos, adrede, sin necesidad, con dos cojones. El caso es que, en realidad, tengo paraguas, escondido, en casa, en la recámara.., donde Dios me dé a entender, pero lo tengo y sé que cuando ya esté hasta esas mismas partes que nombraba antes de mojarme puedo pegarme un saltito e ir a por él. Muchos tipos de paraguas tengo/tenemos, de algunos de ellos podríamos optar por prescindir: se llaman nóminas, subsidios, propiedades poco necesarias (por ser fino) o aquellas que asumimos que lo son un poco más aunque suene como así de mentirijillas también, igual que esa indignación nuestra. Hay otros paraguas de esos con los que contamos a los que nos es más jorobado renunciar, porque están y punto, sin depender mucho de nuestros esfuerzos y a lo sumo que podríamos aspirar es a romperle alguna varilla: son la familia (padre, madre, hermanos, hijos, nietos, biznietos, tíos, primos, cuñados, yernos, nueras… casi infinitos), los amigos, algunos amigos de los amigos… Y al final restan esos otros paraguas imposibles de prestar o regalar, excepto en virtud de una lobotomía: los estudios, la cultura, la educación recibida, el bagaje personal que se llama y que nos acompaña sin quererlo un segundo sí y otro también. Con tanto paraguas que tengo la verdad es que me resulta ‘tirao’ ser un indignado bajo la lluvia. Algo así como sufrir por otros, pero no con otros, que es un buen paso, a veces excelente y siempre necesario, pero si nunca pierdo de vista que, en el fondo, cuento con paraguas. Con un armario. Sigue leyendo