Cultura y Síndrome de Estocolmo

THE_BATTLE_OF_COPYRIGHT     Nuestra relación con el capitalismo es igual al síndrome de Estocolmo: te esclaviza, te somete, hace lo imposible para que no huyas, para tenerte bajo su control… pero al final acabas pensando que es lo que hay, que al fin y al cabo es el que te da de comer y de beber, y terminas, no sólo por enamorarte de él, sino incluso por defenderle y no querer escapar ni cuando ya tendrías la oportunidad.

     La reflexión viene al caso de una insignificancia, pero resulta que de nuestra posición ante las insignificancias se suele extraer con mayor claridad que del fondo de un estanque cristalino nuestro modelo de pensamiento global. La cuestión es que, hace cosa de una semana, se me ocurrió la proverbial idea de compartir en una página de libros, el enlace de una web de libros de descarga libre: epublibre. No pasaron ni veinte minutos cuando ya estaban contestando. con un énfasis que ya quisiera yo contemplar sobre otras cuestiones, acerca de que era simple y llanamente una web de libros piratas. Punto pelota.

     Me sorprende el uso tan ligero con el que empleamos determinadas palabras con un significado la mar de estricto en determinados contextos y como, sin embargo, nos sentimos incapaces de aplicar el mismo concepto a lo que la sociedad en su conjunto se niega a nombrar así. Piratería. Quien se descarga de la red un disco de Joaquín Sabina o un libro de Saramago compartido públicamente por alguien que incluso puede haberlo comprado legalmente, es un pirata. Ahora, que las discográficas o las editoriales de turno le paguen al autor o autora de una obra un 4% de los beneficios (soy generoso) y luego le cobren al comprador 20€ del ala no es piratería, no es un robo de la propiedad de alguien.

     Ya, es que soy un inocente, si pasaba en la época de verdad de los piratas. Uno es un bucanero desgraciado si va por su cuenta con un grupo de colegas. Ahora, si te pones al servicio de los intereses de la corona, del reino, del estado, aunque hagas lo mismo, como lo haces para mí, no es piratería, sino protección. Que se lo digan a Sir Francis Drake.

    Entonces, será que el problema es otro, y se basa en nuestras concepciones de la realidad, la cultura, el modelo de consumo y la sociedad capitalista. Tanto es así que en cuanto habla uno de cultura libre salta la liebre y descubrimos que la mayor parte de la peña no tiene ni idea de lo que estás hablando. Y tergiversa tus palabras. Seguro que por desconocimiento. Sigue leyendo

El bolsillo

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Empty wallet by Isaac Sarver

    Manuel vive solo. O al menos eso dice él, que no es lo mismo. Metido en un local sin luz ni agua corriente y con la solicitud de empadronamiento entregada en el ayuntamiento desde hace meses a la espera de resolución. Está un poco abilortao, pero no es mala gente.

    «Entonces, como vivo solo ¿me muero de hambre?».

    Esta es la retahíla de todas las personas en su situación y que no van a recibir en la vida (al menos en la que vamos a conocer en varias decenas de años) ninguna ayuda de las administraciones públicas por no tener a nadie a cargo. En más de una ocasión, por aquello de que alguna se me riera, le he propuesto que lo suyo sería tener un hijo con el primero que pase, porque además, siendo madre soltera, lo tendría bastante más fácil a la hora de acceder a las prestaciones. Se ríen, sí, la mayoría, sobre todo cuando se me ocurre soltárselo a mujeres de cerca de 50 años, pero cuando salen por la oficina siguen con una mano delante y otra detrás sobreviviendo como buenamente pueden.

   Las compañeras de Cáritas que lo visitaron en el local le entregaron a Manuel un vale de alimentos de 40€ para irlos gastando según necesidad. O no, claro, porque lo de la necesidad es una cuestión un tanto relativa como todos hemos podido comprobar en nuestras carnes cuando nos apetece comprarnos algo y parece que no lograríamos sobrevivir sin el último disco de Sabina, la última película de Scorsese o yendo de vacaciones a Tailandia.

    A Manuel se las trae al pairo Sabina, Scorsese y visitar Tailandia, pero también tiene sus necesidades básicas. Se gastó los 40€ del ala en diez minutos. Lo dijo él, con la mayor naturalidad del mundo, no es un juicio de valor. Varios bocatas, zumos, batidos… No quise seguir preguntando, porque daba un poco de mal rollo y ya estaba la cosa cristalina, pero seguro que en tabaco y en birras caería una parte nada desdeñable de la aportación económica a la solidaridad de Cáritas Parroquial.

    Me lo dijo al miércoles siguiente del desembolso, que llevaba ya una semana más o menos sin tener para comer y me soltó sobre la marcha la ristra de vituallas que había tenido a bien comprar.

    «No tengo ni leche», se lamentó en algún momento intermedio de la conversación.

    40€, naturalmente, no dan para mucho, le contesté, pero para una persona sola dan para bastante durante una semana cuanto menos. Que si un batido cuesta el triple que un brik de leche y un zumito el doble, que si el pan y el chopped por separado suponen una inversión notablemente inferior que varios bocadillitos, y blablabla. Como era de esperar se lo tuve que explicar varias veces y, al final, no sé si llegó a entender que había sido una decisión suya en qué había empleado ese dinero, decisión la mar de respetable, pero que conllevaba a que ahora no tenía dinero y no podíamos volver a ayudarle.

    «Entonces, ¿cuándo vengo otra vez?». Sigue leyendo

Oxímoron

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A Stencil graffiti in Lübeck. Photo by Asterion

     Que la palabra bienestar le pega al capitalismo tanto como a un santo dos pistolas resulta cristalino para aquella parte de la población del Reino de España que no llegue a ser mileurista, es decir, más de ocho millones de trabajadores y trabajadoras. También sería de lo más evidente para cualquier persona honrada y con dos dedos de frente que se relacione con el mundo y que no le dé por pensar (e incluso compartir) que en el bar de debajo de mi casa un café cuesta lo mismo que en el Congreso y/o no haya experimentado jamás de los jamases que no se cumpla ni el salario mínimo interprofesional.

     Puede que, incluso entre esos ocho millones de trabajadores que no llegan a 1.000€/mes ni de coña, hubiese algunas que fueran capaces de pensar que viven bien, que no se pueden quejar, pero normalmente, ese tipo de autorreconocimientos, suelen venir acompañados del posterior «podría estar peor». «al menos tengo trabajo, aunque sea una mierda»… y otros mantras de semejante calado. Miedo lo llaman, o en el mejor de los casos conformismo, concepto que, sin ponernos a rascar demasiado, se parece mucho a lo primero: me conformo porque si no me voy a la puta calle.

     En realidad, si sintiéramos de corazón que hay infinidad de personas en peor situación que nosotros nos negaríamos a comportarnos como aquellas personas de los círculos de poder que no tenemos reparo en criticar y en poner a caldo. También el político de turno teme perder algo, y el empresario, y la UE. Son más culpables, claro que sí, eso no lo duda ni Santo Tomás, pero el modelo capitalista de consumo, de mercado y de forma de relación no va a cambiar porque Marianico, Sorayita, Pedrito o el coletas tengan un repentino ataque de humanidad, sino porque los colectivos sociales les dan por culo y se niegan a colaborar con el sistema que han montado con la precisión de un reloj suizo. Eso es lo único que les hace tambalearse: que les pique el bolsillo, la conciencia ya lo doy por perdido.

     Y ¿a qué tanta vaina? Porque resulta que el capitalismo crea y normaliza unos niveles de absurdo que mantienen al margen de la sociedad al 28,6% de los ciudadanos y al 30% de los niños. Uno de los más inverosímiles y que tiene bastante que ver con el sistema de privatización de todo lo que huela a público es el temita de los seguros médicos. Para sanos. ¡Qué cosas! Y me explico con un ejemplo que, para sorpresa de propios y extraños, no es un caso aislado ni sacado de contexto. Sigue leyendo

¡Emergencia, emergencia!

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Ringing the elevator alarm by Dieselducy

     Dice el Diccionario de la Lengua Española que la locución de emergencia significa algo que se lleva a cabo o sirve para salir de un apuro o una situación de peligro. Si nos vamos al adjetivo urgente el asuntico es de lo más similar, o incluso aún menos comedido: que precisa de su pronta ejecución o remedio.

     Está claro que, o se le hace al diccionario tanto caso como a la Constitución cuando nos resulta beneficioso a nuestros nada parcos intereses o es que algunas cosas funcionan al revés de como debieran. Lo malo es cuando estas definiciones -casi capciosas cuando se llevan a la realidad- nos llevan a pensar, en un alarde de ignorancia, que en una supuesta democracia la igualdad de oportunidades y los derechos están tan al alcance de todo el mundo que no merece la pena ni darle más vueltas al tarro. A veces sólo nos falta corear aquello de «y si somos los mejores bueno y qué».

     Francisca vive en su domicilio con un hijo de veintitrés años con problemas graves de trastornos de conducta y de adicciones. Lo que ha dado por llamarse patología dual entre los entendidos que no suelen sufrir las consecuencias. El hijo, aunque ella insista en restarle importancia, le tiene la casa destrozada, y no le queda casi ningún mueble en pie que no haya sido reventado de una patada. Acaban de quedarse sin ingresos, más allá de los bolsas de calcetines o de braguitas que vende ella cuando le prestan dinero para hacer algún pedido. Sigue leyendo