Demoakracia

hands-41338_960_720    No seré yo quien defienda a capa y espada las virtudes cardinales de la democracia ateniense, tan selectiva, tan poco igualitaria. Pero el caso es que, con tantas pavadas que ve uno en televisión acerca de lo democrático que es nuestro estado de derecho, mientras se confunde legalidad con democracia y con justicia, se plantea uno que es peor, tanto a nivel individual como colectivo, si no votar porque eres esclavo o votar y creer que eres libre.

     Digamos que, en el primer supuesto, la cosa está meridianamente clara. No votas porque no tienes derecho a hacerlo. No hay engaño ni demagogia. Punto pelota. Ea, hubieras sido hombre libre, porque las mujeres tampoco podían votar por aquel entonces, por supuesto. Otra cosa es que el porcentaje de personas libres, adultas, varones y con ciudadanía en la antigua Grecia rozara lo irrisorio.

     Pero, ¿qué decir del segundo supuesto? Votar y creer que por hacerlo eres más libre que la puñeta. Eso sí que es un peligro, mayor que el referéndum en Catalunya y que la crisis de Venezuela, que ya es decir en boca de algunos que sólo ven viable modificar leyes y hasta la Constitución cuando es bueno para toda la nación, habida cuenta de que los intereses nacionales coinciden con los de su partido. Indefectiblemente. Bukowski, con su habitual y desencantado concepto de la realidad, lo expuso con una claridad supina: «la diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes». Aunque pudiera ser que incluso, en pos de un bien superior (aunque a la mayor parte de la ciudadanía ese supuesto bien mayor le importe una mierda), no te dejen ni ir a votar y se intervengan las urnas. Porque el caso es que las mayores preocupaciones de los ciudadanos y ciudadanas esos que dicen defender son el paro y la corrupción, pero mira tú por donde que es la CEOE y los sindicatos mayoritarios los que se ponen de acuerdo, con la connivencia del gobierno, para racionalizar el despido, y España ha sido acusada repetidas veces por Bruselas debido a su falta de medidas contra el fraude y la corrupción. Sigue leyendo

«Sembradores de esperanza»

volunteers-601662_960_720

Volunteers, by geralt

     Nuevo curso. Nuevas oportunidades de mejorar el mundo y dejarlo un poquito mejor que al curso anterior. Paz y fuerza, compis.

SEMBRADORES DE ESPERANZA

En un mundo tan harto de palabras
Hacen falta más sembradores de esperanza.
Con el corazón, el cuerpo y el alma
Entre tú y yo pongamos calma.

Quiero regalar un faro en el mar
A aquel que pide consuelo
Pues tiene miedo a volar.

Y voy a lograr hacer realidad
Lo que no ha de ser quimera,
Una tierra nueva de paz;
Vamos a andar.

En un mundo tan…

Quisiera perder mi tiempo en prender
De tu rostro una sonrisa
Que sea tu vida mi fe.

Y conseguiré a fuerza de bien
Que el odio desaparezca
Y no haya pena en la piel
De ningún ser.

En un mundo tan…

Ven, dame tu mano
No llames fracaso
A aquello que es tan sólo tropezar.
Hay un horizonte
Escrito con tu nombre
Sólo tienes que avanzar.

Mi bolsa de plástico

pexels-photo-272054

    No, aunque pueda parecerlo claramente, la primera entrada del curso no va dedicada al medio ambiente, a la ecología o a los residuos tóxicos aunque fuera por aquello de la de basura que parece acumularse más en verano gracias a los turistas. No quiero crear debates sobre la turismofobia y la gentrificación.

     En realidad, voy a hablar de mi gato, Igor, y ya de paso, de las cosas que me hace pensar el felino.

     Igor es un minino gordito, negro, bastante vaguete y que sólo juega si le lanzas la bola a medio centímetro de su pata delantera. También es un gato vulnerable, el pobre, con cistitis crónica y que come un pienso que cuesta una pasta. Algún desaprensivo lo tiró de recién nacido a un contenedor, pero alguien escuchó sus maulliditos y le salvó la vida. Con menos de un mes me adoptó, porque el jefe es él, como todo amante y compañero de los gatos sabe muy bien, aunque en ocasiones se dispute el puesto con su hermano de leche Leo.

     Como en toda historia que se precie es bueno narrar un poco al inicio las características del personaje principal a fin de crear un vínculo: empatía u odio visceral, según interese. Está claro que mi interés gira únicamente alrededor del primer objetivo, aunque sólo el roce hace el cariño y en unas líneas no es muy viable conseguirlo.

     El caso es que hace un buen puñado deas dejé en el suelo de la entrada un envoltorio de plástico de unos rollos de papel para tirarlo a la primera ocasión que tuviera que salir a la calle. Igor se acercó a ponerle el hocico, asustado y huidizo, como suele actuar ante cualquier novedad, pero le puede más la curiosidad. Colocó encima las patas delanteras, luego las traseras, dejó caer su panza oronda y, hale, a dormir. Se tiró encima de la bolsa hasta antes de ayer, cuando la llevé al contenedor. Y la mar de feliz, se levantaba sólo para comer y para hacer sus necesidades.

     Puede resultar curioso para quien desconozca algunos de los comportamientos habituales de los felinos, porque es obvio que nadie obligaba a Igor a pasarse casi todo el día encima del puñetero envoltorio de 40×40. Y vivo en Córdoba, y era agosto. No hace falta ser un lince para imaginarse la calor (en femenino) que tenía que pasar la criatura acoplada ahí sin apenas moverse. Pero él tan tranquilo, relajado, ausente de estrés. De hecho cuando le cambiaba la bolsa de sitio iba detrás como en una procesión para ver dónde la soltaba. Sigue leyendo