Como es importante prevenir antes que curar (aunque hay quien diga aquello de que más vale pedir perdón que pedir permiso), antes de que, el próximo 16 de noviembre, dé el pistoletazo de salida la campaña electoral para las elecciones andaluzas 2018, y todo bicho viviente, organización y hasta la Santa Iglesia Católica comiencen a hilar fino sobre qué partido es el más enjundioso para merecer nuestro apoyo fáctico y/o práctico, se me antoja hacer unos apuntes al respecto.
Huelga decir que estas sencillas aportaciones sirven para cualquier llamamiento masivo a las urnas (como si de ir de rebajas se tratase): sea a nivel municipal o macromundial, y que solo podrán ser efectivas y servir de apoyo logístico a aquellas personas que no van por la vida como un burro con orejeras. Para ellas, lo más útil sería hacer fotocopia de la papeleta electoral de un año para otro y así no verse en la horrible necesidad de esperar cola en las cabinas del colegio de turno.
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Para aquellas personas dadas a la excelencia y a los ataques de responsabilidad civil (y criminal) sería recomendable leer de cabo a rabo, durante los preceptivos quince días previos a la fecha del plebiscito (a excepción de la consabida jornada de reflexión no vayas a influirte a ti misma), los programas electorales de las 26 formaciones políticas y las cinco coaliciones que se presentan a las elecciones. Para aquellos otros seres menos dados a la calidad del voto y que, de vez en cuando, se dejan llevar por el pragmatismo, bastaría con que hicieran lo propio solo con los partidos y coaliciones que vayan a presentar candidatura en su provincia o incluso, en un ejercicio de relajación no extrema, dedicarse a leer con mayor o menor fruición los programas de los partidos gordos, los que parten el bacalao. Todo ello sin obviar la apreciación de que ni en este país ni en ninguna otra democracia (curioso nombre repleto de incongruencias) se puede demandar a un partido por no cumplir sus promesas electorales, no vayamos luego a caer en los brazos inmarcesibles de la decepción.
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Ved la televisión, a diario, todas las cadenas, desde la Sexta hasta Intereconomía, para tener una percepción y una visión mucho más globales (no digo acertadas) de por dónde se mueve el cotarro y así todos los partidos se encuentren con la misma posibilidad de comeros el tarro y colaborar activamente en un colapso nervioso de proporciones místicas; idéntica recomendación hacemos respecto a las emisoras de radio y a la prensa, tanto escrita como digital. En este último caso, para aquellas personas que no dispongan de otros recursos que favorezcan la oportunidad de ser infladas a base de propaganda, queremos insistir encarecidamente en que desactiven todos los bloqueadores de publicidad y todos los rastreadores de su navegador preferido, no vaya a ser que, en el día aquel en el que vayan a ejercer su sagrado derecho al voto, no se hallen en las mismas condiciones de manipulación mediática que el resto de ciudadanos y ciudadanas con mayor acceso; y ya sabemos que esto es una democracia: todo el mundo goza del mismo derecho a ser manipulado. Faltaría más.
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Si podéis ir a mítines, no lo dudéis, acudid igual que borregos al matadero. Incluso sería preferible, de ser ello posible, que hubierais interiorizado con anterioridad algunos puntos importantes del programa electoral del partido en cuestión y, al final del jolgorio, levantar la mano de manera educada y poneros a hacer preguntas sesudas como unos posesos. No importa lo que os respondan o la posible incongruencia de sus planteamientos; es fundamental no caer en el error clásico de pensar que las gentes que se dedican a la política saben de lo que hablan más que yo de astrofísica.
En caso de decidir llevar algún símbolo a los mítines sería imprescindible, antes de salir del domicilio, asegurarse bien de que se ha escogido la bandera pertinente, no vayáis a presentaros a un discurso de Vox con el emblema de la República o a uno de Podemos con el del aguilucho. Se puede liar parda.
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El día de las elecciones, levantaos sin prisas, tomaos vuestro café preferido (si puede ser de comercio justo, mejor) acompañado con par de tostadas de las que no se salta un galgo (aunque sea pan tumaca, que a esas alturas nadie os va a acusar ya de independentistas), observad por la ventana de casa a la peña acudir a las urnas y, si os surge un repentino ataque de culpabilidad, poneos inmediatamente a ver una película de contexto que os ayude a superar el trance: Z, de Costa-Gavras; La huelga, de Eisenstein; El último hurra, de Ford; el cortometraje La mano, de Trnka, para quienes pueden pasar el mal trago con solo cinco o diez minutos; o aquellas personas aficionadas a las series podrían disfrutar enormemente con The Wire (de manera particular su tercera temporada) o con el primer episodio de Black Mirror.