“Guía de la buena esposa” (1953)
Cuando era niño, me pasaba las tardes de sábado viendo, de forma alterna en la 1 de televisión española, a los tres machos alfa por excelencia: Johnny Weismuller de tarzán, John Wayne de vaquero y Paco Martínez Soria de sí mismo. Alguna vez me castigó mi madre mandándome al cuarto por haberla liado parda en la comida y, con esa sabia crueldad que sólo son capaces de imponer con cariño la mujer que nos dio la vida, me dejaba sufrir más acoplado en el suelo del pasillo, la oreja pegada al salón escuchando el grito computerizado del Rey de los monos, los disparos de esas pistolas que nunca había que recargar o los chistes renuentes del actor turiasonense. Aún tengo en el recuerdo la escena de una de sus comedias. En el abogado estaban él y la mujer para la separación de bienes ante el inminente divorcio:
–Las cosas que empiecen por la para ti y las que empiezan por el para mí.
–El jabón para ti –comienza ella.
–No, perdona, la pastilla de jabón.
–Vale, pues para mí la televisión.
–No, no, el televisor.
Y así sucesivamente en el límite del absurdo. Y ahora me da por pensar que lo mismo no vendría mal que en todas las tareas domésticas las que necesitan útiles que empiezan por el o los las tuviera que hacer, aunque fuera por ley, el varón: fregar los platos, usar el cepillo y el recogedor, limpiar el frigorífico (aunque aquí lo mismo hay algún listo que quiere imitar a Martínez Soria y dice lo de la nevera). Sí es una exageración que no llevaría a buen puerto, pero voy a resumir un poco la escena mía de ayer, que no es de comedia ni de drama, aunque mucho dice.
Comparto contexto: estamos de mudanza en la casa, que es lo que tiene de vez en cuando vivir de alquiler. Quedamos con la casera del nuevo piso, una mujer de mediana edad (es decir, que no tengo ni idea de cual) muy maja que había contratado a unos pintores (y una pintora) para dejar el piso cuanto menos apañadito y que lo viéramos después de concluida la faena. Nos encontramos en la cocina, frigorífico abierto, desenchufado y con necesidad de aseo por varios de sus costados; la dueña se dirige a Laura, la chica que me aguanta a pesar de conocerme:
–Ahora lo que te queda es un buen tute de limpieza.
Guardo silencio unos segundos, me sonrío y le digo:
–Y yo, ¿puedo limpiar también?
Me mira con cara rara, como fuera de contexto, y trato de enfocar el tema sin dejar de sonreír.
–No sé, como se lo has dicho a ella.
–Es verdad, estamos muy mal acostumbrados y damos por hecho de que lo va a hacer ella, gracias por el apunte.
Nos queda remar. A unos y a otras, pero nunca es tarde. Hoy os dejo pronto, que estoy de mudanza y tengo que ponerme a limpiar, que no se diga.