Lo perdimos a principios de invierno, hace tan poco tiempo que imposible es escapar de su recuerdo, aunque con toda probabilidad no sea algo que nadie pretenda ni desee, porque Ángel González te llega, te impregna, te rodea y te vence con una naturalidad tan pulcra que difícil se hace entender profundamente su coloquial estilo de escribir.
Cuando abrazas un libro del poeta asturiano el tiempo se detiene por momentos y de repente avanza de forma tan acelerada que en un suspiro serías capaz de fagocitar un poema tras otro impulsado por el realismo curioso, irónico y esencialmente turbador y transmisor de sus versos.
Creador de algunos de los poemas de amor más reconocidos por los amantes de la poesía contemporánea y con un estilo peculiar gracias a la fusión inmensa y precisa entre urbanidad-sencillez y metafísica-complejidad y que tuvo una inmediata influencia sobre los autores de la poesía de la experiencia como Luis García Montero o Carlos Marzal, no por ello hemos de olvidar que Ángel González es enmarcable dentro del grupo de poetas llamados la Generación del 50 o de los niños de la guerra. Su reivindicación socio-política y de denuncia social, posiblemente marcada también por la descomposición de su núcleo familiar desde muy pequeño debido a los azares de la Guerra Civil, se deja ver sin tapujos en buena parte de su producción poética, desde una forma de escribir intimista, pero tan cercana y transparente que es fácil de amar hasta por quienes suelen poner freno a este género debido a su habitual dificultad.
Podríamos recurrir a la multitud de premios con los que fue galardonado Ángel González a lo largo de su trayectoria profesional, pero la poesía es alma y la única forma de encontrarle valor infinito es con su lectura. Neguémonos a ofender a Dios y dejemos fluir sus versos, los que anulan la tibieza y dan ser y presencia a quien tantas veces lo entregó.
MENDIGO
Es difícil andar
si se ignoran
las vueltas del camino,
si se duda
la firmeza del suelo que pisamos,
si se teme
que la vereda verdadera
haya quedado atrás,
a la derecha
de aquellos pinos
(
o quién sabe
si perdiéndose en otra primavera
hace tiempo,
cuando una
cálida brisa me empujó hacia el Sur,
y yo pensé:
«el viento quizá sepa»,
y uní a él mi destino,
y seguí andando,
y llegué hasta esta orilla
de mi vida
donde
después de tanto esfuerzo
me he sentado
a recibir
lo que los transeúntes quieran darme.)
Una sonrisa para este vagabundo,
caballero.
Dejad en mis pupilas,
bondadosa señora,
algo de la belleza y de la luz
que hay en vuestra mirada también triste.
Lo que los transeúntes quieran darme.
CIUDAD CERO
Una revolución.
Luego una guerra.
En aquellos dos años -que eran
la quinta parte de toda mi vida-,
ya había experimentado sensaciones distintas.
Imaginé más tarde
lo que es la lucha en calidad de hombre.
Pero como tal niño,
la guerra, para mí, era tan sólo:
suspensión de las clases escolares,
Isabelita en bragas en el sótano,
cementerios de coches, pisos
abandonados, hambre indefinible,
sangre descubierta
en la tierra o las losas de la calle,
un terror que duraba
lo que el frágil rumor de los cristales
después de la explosión,
y el casi incomprensible
dolor de los adultos,
sus lágrimas, su miedo,
su ira sofocada,
que, por algún resquicio,
entraban en mi alma
para desvanecerse luego, pronto,
ante uno de los muchos
prodigios cotidianos: el hallazgo
de una bala aún caliente,
el incendio
de un edificio próximo,
los restos de un saqueo
-papeles y retratos
en medio de la calle…
Todo pasó,
todo es borroso ahora, todo
menos eso que apenas percibía
en aquel tiempo
y que, años más tarde,
resurgió en mi interior, ya para siempre:
este miedo difuso,
esta ira repentina,
estas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.
ELEGIDO POR ACLAMACIÓN
Sí, fue un malentendido. Gritaron: ¡a las urnas!
y él entendió: ¡a las armas! – dijo luego.
Era pundonoroso y mató mucho.
Con pistolas, con rifles, con decretos.
Cuando envainó la espada dijo, dice:
La democracia es lo perfecto.
El público aplaudió. Sólo callaron,
impasibles, los muertos.
El deseo popular será cumplido.
A partir de esta hora soy -silencio-
el Jefe, si queréis. Los disconformes
que levanten el dedo.
Inmóvil mayoría de cadáveres
le dio el mando total del cementerio.
Archivo de la categoría: Lo dijeron en verso
Roger Wolfe
Roger Wolfe
No resulta difícil imaginarse al libertario Roger Wolfe con un pitillo en la boca y un vaso de güisqui en la mano a imagen de Raymond Chandler, escritor con el que bastante tiene en común, de abrupto y de directo, el poeta y ensayista de origen británico.
Nada delicada, golpeadora, vigorosa y profundamente filosófica más allá de lo incisivo de sus versos, la obra de Wolfe que el propio autor define como Escritura Total entronca con el fatalismo existencial y profundamente lacónico de los poetas malditos Rimbaud, Baudelaire o Verlaine. Sin pelos en la lengua y añadiendo a su estilo un uso perverso y sarcástico de vulgarismos Wolfe pasa por ser uno de los autores contemporáneos más originales en lengua castellana como puede comprobarse en la genial antología poética «Días sin pan» que compiló el también poeta Karmelo C. Iribarren.
Siempre visceral en el amor, en la guerra y en la crítica dejo lo apropiado en este blog. Unos poemas indignados desde lo profundo.
Democracia
Otra maldita tarde
de domingo, una de esas
tardes que algún día escogeré
para colgarme
del último clavo ardiendo
de mi angustia.
En la calle
familias con niños,
padres y madres
sonrosadamente satisfechos
de su recién cumplido
deber electoral;
gente encorvada sobre radios
que escupen datos, porcentajes
en los bancos.
Corderos de camino al matadero
dándole a escoger el arma
al matarife.
Moscas
Los demócratas
han aprendido
de las moscas:
cuanto mayor
sea el tamaño
de la mierda
tanto más grande
es el consenso.
La tortura, viejo y literario género…
Me hablaba
del cielo de Esmirna,
de las doradas cúpulas
que alumbra la tarde veneciana,
del aire perfumado y cómplice de ciertas
umbrosas callejuelas tunecinas, la belleza
inenarrable de Florencia,
y – cómo iba a faltar-
de ese cafetín donde en Lisboa
martirizaba los versos del Poeta…
Hay gente en ocasiones que deseas
que fuera un libro, para así
poder cerrarla con un sonoro y seco
golpe de la mano, sin marcar la página,
y devolverla luego para siempre
al lugar en que por derecho
corresponde:
los mustios anaqueles
de una rancia biblioteca.
Mahmud Darwish
Mahmud Darwish fue considerado el poeta nacional palestino y uno de los más célebres literatos árabes contemporáneos, nacido cerca de Acre el 13 de marzo de 1941 y fallecido en Houston (Estados Unidos) el 9 de agosto de 2008. En su trabajo, Palestina se convirtió en una metáfora de la pérdida del Edén, el nacimiento y la resurrección, así como la angustia por el despojo y el exilio.
Entre 1961 y 1970 fue arrestado en numerosas ocasiones por las autoridades israelíes a causa de sus escritos y de su actividad política contra lo que en la práctica supone la ocupación de Palestina. Finalmente, salió del país hacia Moscú, desde donde iría a El Cairo primero y luego a Beirut. Allí ingresaría en la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), trabajando en sus secciones de investigación y publicaciones. Darwish fue miembro del comité ejecutivo de la OLP (se le consideraba internacionalmente el «ministro de Cultura» de un futuro Estado palestino) hasta su dimisión a raíz de su discrepancia con los Acuerdos de Oslo (1993). Un texto suyo se convirtió en la declaración de independencia del Estado de Palestina proclamada por Yasser Arafat en 1988.
Igualmente, su testimonio como víctima lúcida de los conflictos de nuestro tiempo ha sido recogido por Jean-Luc Godard en el film Notre musique (2004).
LA NIÑA / EL GRITO
En la playa hay una niña, la niña tiene familia
Y la familia una casa.
La casa tiene dos ventanas y una puerta…
En el mar, un acorazado se divierte cazando a los que caminan
Por la playa: cuatro, cinco, siete
Caen sobre la arena. La niña se salva por poco,
Gracias a una mano de niebla,
Una mano no divina que la ayuda. Grita: ¡Padre!
¡Padre! Levántate, regresemos: el mar no es como nosotros.
El padre, amortajado sobre su sombra, a merced de lo invisible,
No responde.
Sangre en las palmeras, sangre en las nubes.
La lleva en volandas la voz más alta y más lejana de
La playa. Grita en la noche desierta.
No hay eco en el eco.
Convierte el grito eterno en noticia
Rápida que deja de ser noticia cuando
Los aviones regresan para bombardear una casa
Con dos ventanas y una puerta.
John Donne
Podríamos decir sin temor a equivocarnos mucho que John Donne, del mismo modo que la pulcra y percutora pluma de Alexander Pope, es casi un desconocido en nuestros lares. No obstante, este poeta inglés es sin duda un icono en su país natal, y el más grande autor entre mediados del siglo XV y principios del XVI.
Representante de la poesía metafísica, que se puede comparar acertadamente con el estilo del Siglo de Oro español, sin ningún género de dudas, Donne cuenta entre su amplia producción con uno de los poemas más conocidos por el gran público, aún sin conocer éste que su verdadero origen está en la pluma del inglés, y que curiosamente no es de lo más representativo de su obra, más centrada en los epigramas y la poesía amorosa y religiosa. Nos referimos al texto retomado por Hemingway al inicio de su novela «¿Por quién doblan las campanas?» y que comparto con grata complacencia:
¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?