«Beloved» (1987)

Margaret Garner or The Modern Medea, by Thomas Satterwhite Noble

     Cuando Toni Morrison concedió su primera entrevista tras recibir el Nobel de literatura en 1993 tuvo que corregir al tipo que tenía enfrente:

     «No me llame norteamericana, soy afroamericana».

     Tal obviedad a la hora de no olvidar sus raíces, así como su ascendencia humilde y de clase trabajadora, es un aspecto íntimo, no simplemente trasversal, en toda la obra de la escritora estadounidense. Nacida en Ohio bajo el nombre de Chloe Ardelia Wofford, su seudónimo proviene del segundo nombre con el que fue bautizada, Anthony, y del apellido de su marido, el arquitecto Jamaicano Harold Morrison, de quien se separó en 1964 quedándose a cargo de los dos hijos que tuvieron en común.

     Morrison, con un estilo que no resulta descabellado comparar con el de William Faulkner, no escribe sobre afrodescendientes, sobre racismo o sobre esclavitud, sino para afrodescendientes que han sufrido el racismo y la esclavitud. Pocas veces he sentido con igual intensidad mientras leía una novela la necesidad de tener a mano una libreta e ir anotando frases y hasta párrafos completos que destilan tanta sensibilidad como dolor desde el conocimiento de causa. «Beloved», basada libremente en la historia de Margaret Garner, una mujer de color que escapó de la esclavitud en Kentucky en 1856, y por la que Morrison recibió el premio Pulitzer en 1988, es el paradigma de ello: una historia terrible, absolutamente trágica como la mayoría de las obras del escritor sureño, que quizá es imposible de comprender en toda su profundidad si no se es madre, negra y esclava.

«Había una vez una mujer anciana. Ciega. Sabia.

En la versión que conozco la mujer es hija de esclavos, negra, americana y vive sola en una pequeña casa afuera del pueblo. Su reputación respecto de su sabiduría no tiene par y es incuestionable. Entre su gente ella es a la vez la ley y su transgresión. El honor y el respeto que le tienen, va hasta mucho más allá de su pueblo; llega hasta la ciudad donde la inteligencia de los profetas rurales es una fuente de mucho asombro».

     Con estas palabras prácticamente comenzaba el discurso de Toni Morrison en 1993 cuando recibió el galardón de la academia sueca, y tiene toda la pinta de que Baby Suggs, la abuela de Beloved, e incluso la propia abuela de Chloe Ardelia, sean esa mujer anciana ciega y sabia, hija de esclavos, negra, americana y que vive sola. Sigue leyendo

«Esclavos del trabajo» (2018)

     Daria Bogdanska tenía alrededor de 30 años cuando le publicaron «Esclavos del trabajo», su primer y, hasta el momento, único cómic.

      Decir que es mujer, joven, polaca, punk y primeriza en esta faena de dibujar novela gráfica puede parecer un prejuicio, pero en una sociedad patriarcal, capitalista y poco dada a las sorpresas desagradables es difícil encontrar un solo motivo por el que no debiera henchirse de sano orgullo. Más aún con el temita de marras que trata en su primera obra, la explotación laboral (y vital en analogía) al que se ve sometida la clase obrera y de manera particular la población inmigrante y que se refleja a la perfección en el título y en una de las de las planchas de la primera parte del cómic que comparto a continuación.

      Y encima, la tal Daria, tiene la desvergüenza de basarse en su propia historia personal cuando con solo 16 añitos se mudó a Suecia y empezó a buscarse la vida y a recibir clases de cómics. ¡Con lo bien que funcionan los países nórdicos!

      El dibujo de Daria es básico, muy del estilo que nos regalara Marjane Satrapi en «Persépolis», pero al igual que ella, es capaz de transmitir a manos llenas todas las facetas sociales y personales de una chica que pone la justicia y la dignidad por encima de la necesidad y se siente incapaz de cerrar los ojos una vez que ha visto.

      P’alante, pasen y vean, y a no perderle la pista a la buena de Bogdanska.

 

«Los Hermanos Negros» (2007)

     Hasta finales del siglo XIX, niños de doce y trece años en situación de pobreza o vulnerabilidad, eran comprados a sus familiares por hombres con escasos escrúpulos para que trabajaran en Milán como deshollinadores. Las chimeneas son estrechas y qué mejor obrero que aquel que puede introducirse en ellas sin la menor dificultad. Huelga decir que el índice de supervivencia de estos infantes era escaso tras varios años ejerciendo esta miserable labor sin medidas de seguridad y rodeados de humo, cenizas y hollín.

     Con tamaña introducción, difícilmente puede entenderse que «Los Hermanos Negros», una novela corta, publicada en dos volúmenes en la Alemania de la II Guerra Mundial, y que trata sobre esta desagradable verdad sea considerada un clásico de la literatura infantil y juvenil en dicho país. Más curioso si cabe es que, la vil injusticia a la que son sometidos los pequeños protagonistas del relato, también existiera antes de la publicación de la obra. Escrita a dos manos por la cuentista alemana Lisa Tetzner y por su marido Kurt Held, aparte de la censura inicial que tuvo que sortear al ser considerada por el régimen nazi como una posible representación del nacionalsocialismo, se prohibió que el señor Held figurara como autor al ser judío.

     Sesenta y cinco años después de su publicación, el artista suizo Hannes Binder, quien ya había ilustrado otros relatos, convierte la novela de Tetzner y Held en una maravillosa novela gráfica (no al uso, al mantener párrafos de texto completos) gracias a sus exquisitas imágenes a plumilla que parecen sacadas de fotografías de época y no podrían acompañar mejor el sentido de esta historia tan dura como necesaria.

«Los desposeídos: una utopía ambigua» (1974)

Anarchy! by Phootprint Collective

    No voy a ser tan lerdo como para pretender descubrir a nadie, a estas alturas de la película, la novela clásica de ciencia ficción Los desposeídos ni a su autora Ursula K. Le Guin, fallecida en 2018 de un infarto de miocardio, quien posee la triste distinción de ser la primera mujer galardonada como Gran Maestra por la Asociación de escritores de ciencia ficción y fantasía de Estados Unidos. Triste no porque no se lo mereciera, sino porque parece ser que ninguna mujer se mereció tal privilegio hasta 2003.

    Por si alguien no lo sabe (aspecto bastante dudoso), Los desposeídos, libro que forma parte del universo de Ekumen creado por la escritora estadounidense, narra la historia de las gentes de un planeta, Urras, y de su satélite, Anarres; el primero fundamentado en un sistema capitalista y el segundo, formado por personas provenientes del destierro, en el pensamiento anarquista y libertaria. El agua y el aceite, vamos.

    Pero lo peculiar, en contra de lo que pudiera desprenderse tras su lectura, no es el evidente conocimiento que muestra Le Guin sobre los procesos y estructuras que pueden hacer realidad una sociedad anarquista, sino que a una persona libre, o que va en su búsqueda sin remilgos ni miedos insensatos, como el protagonista Shevek o su compañera Takver, no la quieren en ningún sitio; porque los peligros del totalitarismo y el deseo de poder están presentes en el más prudente de los seres humanos. Dicen que lo soltó Voltaire: «proclamo en voz alta la libertad de pensamiento y muera el que no piense como yo». No es baladí que la novela en cuestión tenga por subtítulo Una utopía ambigua.

    En realidad hay tantas cosas escritas y reflexionadas sobre Los desposeídos que lo único alternativo que se me ocurre decir es que la leáis e, incluso a quien ya lo haya hecho, que la relea con perspectiva. Sigue leyendo