«Sin techo ni ley» (1985)

Agnes by daaav

Agnes by daaav

Hace varios años, en unas jornadas sobre «Los sin techo», tuvimos la brillante idea de proyectar esta cinta que casualmente logré encontrar en la web dando infinidad de vueltas de tuerca. «Varda«, me dije, «sinónimo de notabilidad».

– Es muy dura, ¡qué desagradable! -plañía más de una como una desesperada tras la proyección.
– Si quieres le echo azúcar -pensé, pero no lo dije, claro. ¡Cómo si la vida fuera fácil!

Mona, la protagonista real (no lo olvidemos) de «Sin techo ni ley» tiene algo de Francisco, de Rafael, de Antonia, de Loli, de Fernando… de cada una de las personas que, todas las semanas, estuve visitando durante varios meses, en su trocito de calle. También temo encontrar algún día a Francisco aterido, muerto en medio de la nada donde habita. Mona es perfecta, no porque personalmente lo sea, sino porque es una sin techo de verdad, con el morro y el descaro que les caracteriza, con la libertad y la soledad que los nutre y atormenta… con lo que ayuda a aprender.

Varda es una eminencia en el género documental como más recientemente demostrara con «Los espigadores y la espigadora», y aquí lo confirma una vez más. La estructura narrativa del film nos hace ser espectadores y testigos directos de la vida que decidió vivir Mona y que muchos no estamos dispuestos a soportar, porque la odiamos porque a veces nos cuestiona.

Ya quisiera Loach (al que ciertamente aprecio) lograr la cuarta parte de realismo e «invitación al suicidio» que logra Varda.

Muy buena, Varda, sí señora.

«Masacre, ven y mira» (1985)

Come and see 1986, by mihenator

Come and see 1986, by mihenator

En 1985, recién estrenado en su cargo de Secretario General del Partido Comunista, Mikhail Gorbachov, dando ya muestras de una nueva etapa de apertura y eclosión de libertades, encarga a Elim Klimov, un director que pasaba de los cincuenta años y varias de cuyas películas habían sido censuradas por el régimen soviético, un filme para celebrar el cuarenta aniversario de la victoria aliada durante la Segunda Guerra Mundial.

El díscolo Klimov, libre de ataduras da rienda suelta a sus más profundos deseos improbables, escribe el guión y rueda «Ven y mira», una obra maestra absoluta del cine y del género bélico. Un «Apocalypse Now» soviético, de cuyas fuentes puede beber indudablemente (más marcadamente en algunas secuencias que la recuerdan, como el asesinato de la vaca), pero a la que supera con creces en muchas ocasiones. De manera concreta, la narración, estructura, planificación y secuenciación de la masacre, desde la llegada de los soldados hasta que se marchan de la aldea, es de un lirismo y una espectacularidad que nunca había visto en pantalla (como sus planos secuencia).

Su estelar fotografía en tonos sepias, así como la demencial banda sonora, profunda y seca como un mantra a base (mal copiada posteriormente hasta la saciedad), la dirección y encuadres (que retrotraen ineludiblemente a Welles y al mucho más cercano Kalatozov) y las actuaciones de sus protagonistas, de manera excepcional el joven Alexey Kravchenko, nos introducen con un realismo apabullante en una demencial espiral sobre las consecuencias más abisales de cualquier guerra, siguiendo los pasos de un chico al que vemos envejecer y destruirse al ritmo que contempla el caos a su alrededor.

Francamente desoladora de principio a fin, como en una teoría cumplida de eterno retorno donde no se permite la inocencia, en una visión compartida en mayor medida por el Bondarchuk de «El destino de un hombre», que la esperanzadora sobre la bondad interior capaz de superar lo exterior que nos muestra Chukhrai en «La balada del soldado», ambas rusas y curiosamente de 1959.

Una joya tan desconocida como imprescindible.

«Días sin huella» (1945)

Billy Wilder by Zanfymario

Billy Wilder by Zanfymario

Delante de una hoja en blanco (o pantalla siendo más exacto) el amante del cine aparece ausente de palabras ante un personaje peculiar, e incluso rara avis, en el metódico mundillo de Hollywood. Billy Wilder, europeo, que en algo se debió notar su diferencia estilística a la hora de rodar al igual que sucediera con su admirado Lubitsch, dirigió cerca de cincuenta años, y en medio de la vorágine de producciones para las que no se escatimaban recursos para que vieran la luz. Sin embargo, en este largo período de actividad Wilder «sólo» realizó 26 filmes, de las cuales también ejerció como guionista, fueran adaptaciones o propios. De tan concreta producción fue nominado 21 veces a los Oscar, de los que ganó dos estatuillas como director y tres como guionista.

Pero en realidad, estos detalles son meros datos curriculares que de ninguna manera objetivizan la importancia capital del director estadounidense dentro de la industria del celuloide. Tal vez fuera el primero con pasmosa claridad junto con John Ford, que creara un estilo de una pulcritud exquisita y que a lo largo de los años mantuviera una comunión posible entre calidad y comercialidad. Ver el cine de Wilder con los simples ojos del siglo XXI es hacer un flaco favor al arte, pues nada nuevo tal vez pueda apreciarse bajo el sol en sus filmes si no se es capaz de ver más allá del montaje, pero contemplando el cine de Hollywood anterior a la irrupción del maestro de origen austríaco puede afirmarse sin exceso de celo el cambio de ciclo que supuso y su nítida influencia en sucesivas generaciones de directores.

Tampoco es baladí recordar su amplitud de miras, aunque sea más recordado por sus comedias románticas (con un inmenso trasfondo crítico y lacerante más allá de las risas y los besos): «Con faldas y a lo loco», «Un, dos, tres», El apartamento»… Wilder demostró con una solvencia inaudita su capacidad para arrostrar otros géneros, desde la intriga judicial («Testigo de Cargo») hasta el drama («El crepúsculo de los dioses») o el cine noir («Perdición»).

El filme dramático que nos ocupa podría considerarse la radiografía perfecta y dolorosa de la vida de un alcohólico, y junto con la abisal y adelantada a su tiempo «El hombre del brazo de oro» de Otto Preminger sobre la vida de un heroinómano, uno de los retratos más lúcidos sobre la dependencia. La cinta mucho más conocida «Días de vino y rosas», del también más dedicado a la comedia Blake Edwards, siendo también de una crudeza milimétrica en el trato de la decadencia, no alcanza según mi opinión el nivel excelso y medido de «Días sin huella», traducción absolutamente demencial y abstrusa hacia el sentido profundo del filme cuyo título original es bastante más explícito: «The lost weekend».

Una película necesaria, para familiares, educadores, alcohólicos que no lo saben o no osan reconocerlo… y una maravilla para los amantes del cine.

«Vivir» (1994)

Zhang Yimou by monsteroftheid

Zhang Yimou by monsteroftheid

¡Qué tiempos aquellos en los que se me ponía la piel de gallina cuando me decidía a ver la última obra de Zhang Yimou! Esto no puede acabar bien, me decía.

Perdido como se hallaba ahora el director en laberínticos asuntos más al estilo occidental -salvaremos sin duda la delicada creación «Amor bajo el espino blanco» aun sin llegar al nivel de minuciosidad de antaño-, cuánto me agradó a destiempo y fuera de estreno contemplar uno de sus clásicos. Y empleo clásico en el sentido más esencial de la palabra, porque Yimou, al igual que a mediados del pasado siglo hicieron los autores japoneses Ozu, Mizoguchi o el primer Naruse, le da de nuevo significado a lo que es y simboliza el clasicismo cinematográfico, ese que nada tiene que ver con el exceso interpretativo o de planificación del Hollywood de los años dorados.

Yimou, como ya hiciera en «Sorgo Rojo», «Ju Dou» y de manera clara en «La linterna roja», bebe de las fuentes argumentales de Ozu en lo referente a mujeres fuertes y de alguna manera independientes (más mérito tiene el director japonés que ya se dedicaba a dar cera a principio de los años 30 del siglo pasado) y rueda verdaderas tragedias bajo una lluvia torrencial crítica hacia el régimen chino al que tantos quebraderos de cabeza le ha dado, y que le acerca más a los filmes despiadados y desesperanzadores de Mizoguchi, también a nivel narrativo con similitudes evidentes en su crudeza a sus inolvidables Naniwa u O’Haru. El sufrimiento no provoca llanto, sino indignación e impotencia, que es bastante peor.

No puedo dejar de nombrar, o me sentiré culpable el resto de mis días, la maravillosa película «Malu Tianshi» (1937, Yuan Muzhi), a mi corto entender una de las mejores películas chinas de la historia, sino la mejor (al menos de las que he visto), y que sin duda ha sido referente en la filmografía de Yimou y del resto de realizadores orientales.

Vuelve a tus orígenes Zhang, a no obviar el símbolo de quemar títeres al igual que siempre intentaron destruir tus obras; pero éstas eran demasiado inmensas.

 
https://www.youtube.com/watch?v=BG5k3MLIeTM