«La sal de la tierra» (2014)

Los dos Salgado, Juliano y Sebastião,
junto al director Wim Wenders

“¿Cuántas veces he tirado la cámara al suelo para llorar por lo que estaba viendo?”. Lo suelta Sebastião Salgado, después de algo así como hora y media de documental en la que pueden contemplarse a manos llenas terribles postales de una belleza inconmensurable donde se reflejan los niveles de estulticia y falta de decencia que ha llegado a alcanzar el ser humano a lo largo y ancho del último tercio del siglo XX y principios del presente: Ruanda, Malí, Bosnia, Brasil…

Esta declaración contrasta poderosamente con la opinión crítica acerca de la obra del fotógrafo brasileño vertida por determinados sectores y que bien podría resumirse en las palabras de la ensayista Susan Sontag: “una foto puede ser terrible y bella. Otra cuestión: si puede ser verdadera y bella. Este es el principal reproche a las fotografías de Sebastião Salgado. Porque la gente, cuando ve una de esas fotos, tan sumamente bellas, sospecha. Con Salgado hay otro tipo de problemas. Él nunca da nombres. La ausencia de nombres limita la veracidad de su trabajo. Ahora bien: con independencia de Salgado y sus métodos, no creo yo que la belleza y la veracidad sean incompatibles. Pero es verdad que la gente identifica la belleza con el fotograma y el fotograma, inevitablemente, con la ficción”. En su libro Sobre la fotografía llegó a decir -aunque posteriormente matizara las palabras como puede apreciarse en el párrafo anterior- que «la exhibición repetida del dolor anestesia la percepción».

Cartel español de la película

Conocí la obra de Salgado hace casi 25 años, a través de la exposición“Terra”, en la que con más de cuarenta imágenes mostraba la experiencia del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra de Brasil (MST), y que aún sigue trotando por diferentes ayuntamientos e instituciones. Salgado se tiró algo así como 15 años para montar la exposición y cedió todos los derechos al MST que es quien la gestiona y administra. Aparte de que este gesto es un buen signo de la actitud ante la vida de este tipo entrado en años, lo que tengo claro es que, tanto en aquel momento primigenio delante de fotos de campesinos como en la actualidad en ni un sólo segundo se me pasó por la cabeza que lo que estuviera viendo era ficción o que le faltaba enjundia por el hecho de que las imágenes fueran una maravilla. Se me puso entonces la carne de gallina y ahora, en muchos instantes de la metódica película “La sal de la tierra”, por más que conozca uno determinados detalles cáusticos, me siguieron entrando unos insoslayables deseos de ponerme a llorar. No siento aquella acusadora anestesia por ningún lado. A Salgado, como dice Wenders en el filme, es evidente que le importan las personas, esa sal de la tierra.

Y bueno, sí, ya era hora tal vez de nombrar al director alemán del documental -especialista en estos lares y que ya nos había regalado constantes preciosidades en este género imposibles de explicar con palabras, como su anterior “Pina” (2011)-, quien comenzó a formar parte casi por mera casualidad de un proyecto que, en un principio partió del hijo de Salgado, Juliano Ribeiro, pues, desde joven, según él mismo comenta en la cinta, deseaba conocer al fotógrafo, al aventurero, que se escondía detrás del padre. Wenders, ferviente admirador de la obra de Salgado se ofreció, con un interés sobrado, y crearon entre ambos (o mejor entre los tres sin obviar la necesaria presencia de Salgado padre) el colosal monumento a la vida que es “La sal de la tierra”.

En una entrevista a Salgado el reportero le interroga acerca de si nunca piensa en las críticas a su trabajo, y la respuesta del brasileño, que comparte el que suscribe, puede resultar de lo más clarificadora para entender el sentido de su obra: “los que me critican nunca han estado donde yo estuve, nunca han visto lo que yo he visto, nunca estuvieron frente a situaciones como las que yo enfrenté. Son gente que está ahí, con el culo en la silla de un periódico; les pagan para hacer críticas y las hacen. Al principio es difícil de aceptar, después me di cuenta de que entra en la lógica de las cosas. Otra lucha eterna. El que hace y el que piensa en lo que otros hacen. ¿Le pasará a los críticos lo que al ojo izquierdo de Salgado, la costumbre de no ir, de no marchar, de quedarse, de aflojar? ¿De quedarse cerrado, en definitiva? Vayamos por el absurdo, ahora. Si la belleza es lo que molesta, es que las preferirían feas. Ahora por lo racional. Si lo que abruma es la presencia de la miseria, del dolor, de la muerte, ¿no es acaso que a la brutalidad (aunque bella en las fotos de Salgado, es cierto) de esas fotos la precedió una violencia que también se debe mostrar? Y si lo que molesta, finalmente, es que tanta belleza esconde la realidad, la desarticula, la hace objeto de consumo cultural, mirémoslas más de una vez, pero tal vez sabiendo que algunos por más que las miren diez, cien, mil veces, por más que vayan a esos infiernos, nunca verán las llamas de esa realidad lacerante. Simplemente porque no quieren verla. Para ellos no está, no existe. Dirán siempre: «Ay, me da asco la foto». Nunca dirán: «Me subleva lo que pasa para que esa foto pudiera ser hecha»”.

La sublevación de Salgado le condujo durante algunos años al abandono de la profesión, a no poder soportar más tanta desgracia, a casi renunciar a la esperanza. Pero dicen que detrás de un gran hombre hay una gran mujer y gracias al apoyo de Léila nació su último proyecto, «Genesis”, que también he tenido la suerte de ver, una declaración de amor a la naturaleza y a los lugares todavía intactos de la Tierra, desde la tribu de los Z’oe, hasta Papúa Nueva Guinea o el Círculo Polar Ártico. Pero no es creíble dar pábulo a la esperanza y a que todo el daño hecho no puede ya revertirse si no es uno el que lo hace carne, y durante los últimos diez años, con una paciencia infinita, tras regresar a su pueblo de origen, funda con su mujer el Instituto Terra y consigue repoblar a base de sembrar arbolitos la casi extinta selva atlántica.

“No estaba nada convencido del viaje, pero Sebastião insistió. En esa atmósfera increíble pudimos hablar de asuntos que nunca habíamos afrontado. Al volver a Francia monté el material y se lo mostré. Cuando vio cómo su hijo le miraba, empezó a llorar”, compartía Juliano en principio algo desanimado tras los primeros viajes con su padre. “Sebastião es un guerrero. No es un tipo dulce y abierto, sino un motor. Pero ese momento, sus lágrimas, me dieron la confianza de que podía filmarle”, concluye.

Fueron una suerte sus lágrimas. Se aliaron un trío de fuerzas de la naturaleza, y queda “La sal de la tierra”, para la posteridad.

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Puedes descargarte el documental en VOSE pinchando aquí.

«Conducta» (2014)

 

Ernesto Daranas en el rodaje de «Conducta»

“Si quieres un delincuente, trátale como un delincuente”. Esta máxima, esgrimida como a golpe de florete, por la dignísima maestra Carmela (una sensacional Alina Rodríguez) puede resumir a la perfección el sentido que el contestatario director y guionista cubano Ernesto Daranas quiere conceder, sin ambages ni dulzainas, a este su segundo largometraje de ficción: “Conducta”. Se nota que el tipo es licenciado en pedagogía.

Especializado en documentales, por los que ha recibido innumerables galardones internacionales, la película -que tampoco adolece de premios en numerosos festivales- no baja en absoluto de nivel y mantiene -de una manera peculiar, pero poco dada a la condescendencia- la seriedad y la denuncia social tan marcada desde siempre en buena parte del cine latinoamericano. Hay filmes que prometen y que al final acaban engañando y hasta torciendo el gesto para hacerlo lo más agradable a ojos del respetable por más chutes de realismo que digan aportar. El último ejemplo puede ser “Trash, ladrones de esperanza” (Stephen Daldry, 2014), y el paradigma la laureada y -bajo mi humilde opinión- manipuladora y sobrevalorada “Slumdog Millionaire” (Danny Boyle y Loveleen Tandan, 2008). Curiosamente ambas del Reino Unido, nada que ver con los golpes de efecto que provienen, tal vez, de quien sufre y ve desde la infancia aquello de lo que habla: “Ciudad de Dios” (Fernando Meirelles y Kátia Lund, 2002), “Tropa de élite” (José Padilha, 2007) o la más reciente “La jaula de oro” (Diego Quemada-Díez, 2013).

Quizá, la cinta de Quemada-Díez sea técnicamente más impecable que la de Daranas, al que tampoco se le pueden poner desde luego muchas faltas, pero los entrañables personajes creados por el director nacido en La Habana, tan creíbles como la propia historia en la que los hace subsistir, transmiten una indiscreta emoción de la que resulta difícil abstraerse y aun sobreponerse.

    Dentro de la densa amalgama de ideas que recorren “Conducta” (prostitución, presos políticos, educación, inmigración, infancia…), el fundamento obvio que inspira cada fotograma -excelentemente representado por las palomas- es el concepto de la libertad, al que más allá de excusas/motivos a los que decidamos aferrarnos estamos unidos indisolublemente por el mero hecho de ser individuos capaces de decidir. Pueden existir condicionantes, variables, ambientes… pero a la postre es el propio ser humano, con el bagaje de toda su historia personal, quien opta por adaptarse (a la pobreza, a la exclusión, a la norma…) o por abrazar otras posibilidades, que suponen igual dosis esfuerzo como de apertura a algo mejor.

Es lo que cree Carmela, por lo que lucha contra todo fundamento legal si este es notoriamente injusto: ¿qué vale más la ley que prohíbe colocar la estampita de un santo en la clase o lo que significa a nivel vital para un alumno poner la estampita? La ley se hizo para el hombre, y no el hombre para la ley. Es lo que vive Carmela, hasta sus últimas consecuencias, que no hay que plegarse a lo mayoritario para evitar el conflicto. Y cuando hay argumentos sólidos para la resistencia, el enemigo queda retratado con los suyos propios que expone.

Hay un punto culminante en cualquier obra que distingue de manera radical aquellas llevadas por la buena intención (lo comercial) de aquellas otras que se sienten incapaces de renunciar a la crítica: en una película ese momento de inflexión suele acontecer en los últimos cinco o diez minutos y la convierten -aparte de otros aspectos, claro- en “Slumdog Millionaire” o en “Ciudad de Dios”. Daranas lo sabe y prefiere no dar palmaditas en la espalda a pesar de dar más o menos pábulo a la esperanza.

Para descargar la película completa pincha aquí.

«Cenizas y diamantes» (1958)

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famous polish director… by MichalTokarczuk

Hay cosas difíciles y otras casi imposibles que rozan el milagro. De entre estas últimas está la de sortear la férrea censura comunista de la posguerra en los países del Este. Wajda saca nota.

Nacido en Suwalki, el noroeste de Polonia en 1926, ya apuntaba maneras cuando con dieciséis abriles se convirtió en combatiente durante la ocupación nazi de su país en la Segunda Guerra Mundial. Tras algunos años dedicándose a la pintura y tal vez incisivamente dispuesto a mostrar las desgracias personales y ajenas sufridas en aquella nada dúctil etapa, antes de cumplir treinta años se estrenó en el cine con una trilogía sobre este hecho histórico: «Generación» (1954), sobre el movimiento de la resistencia; «Canal» (1957), que narra el levantamiento del gueto judío de Varsovia en 1943; y, posiblemente, la mejor de las tres, rodada con apenas un año de diferencia, «Cenizas y diamantes» que comienza con el primer día de paz tras el fin de la guerra y nos va mostrando, a partir del asesinato de un inocente cometido por error, la lucha entre el idealismo y el instinto de supervivencia que se convirtieron en la representación de la desilusión de todo el pueblo polaco sometido al comunismo.

Wajda, a partir de un guión supuestamente sobrio y preciso, hace un uso exhaustivo y firme del lenguaje simbólico -partiendo de las mismas gafas de sol que lleva el personaje principal durante todo el filme- que desarbola toda la maquinaria de control socio-político del partido comunista, pero que empapa al espectador de desencanto y falta de confianza en el poder, el estado y las ideologías. La fama internacional y los premios cosechados por la cinta en varios festivales -entre ellos el de Venecia- pusieron a las autoridades soviéticas en un absoluto compromiso, obligándoles, en buena medida, a dejar en paz al director y casi reírle las gracias que tocaban de pleno la estructura política de los países del Pacto de Varsovia mientras parecía hablar de injusticia y dramas sociales. Un diálogo que tiene lugar en la película define a la perfección el espíritu que lo rige:
Policía: ¿Cuántos años tienes?
Chico: Cien.
Policía: (abofeteándole) ¿Cuántos años tienes?
Chico: Ciento uno. Sigue leyendo

«Madre India» (1957)

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Mehbood Khan

Tienen en la India su particular “Lo que el viento se llevó”, su drama histórico, su largometraje a color imprescindible… su perdurable obra maestra. Se trata de la monumental epopeya “Madre India”, rodada en 1957 por el polifacético Mehboob Khan.

Dos son la diferencias notable entre ambas joyas. En primer lugar que, mientras el filme de Hollywood forma parte de cualquier videoteca que se precie, la ha visto hasta quien en realidad no la ha visto, y puede hallarse en el más remoto rincón del planeta, desde centros comerciales nada cinéfilos hasta un videoclub de barrio o en cientos de web de descarga directa, la película de Bollywood es conocida por cuatro iluminados, de los cuáles la han podido disfrutar dos, y por muchos rincones recónditos del planeta en que la busques te mirarán con cara de repóquer y si hay suerte lo mismo la puedes descargar vía enlace eD2k y hasta tendrás que añadirle los subtítulos. El segundo es igual de obvio: no hace falta ser un friki empedernido para haber oído hablar de Victor Fleming, George Cukor o Sam Wood, el caso de Mehboob Khan (que cuesta hasta escribirlo sin un corta-pega) es meridianamente distinto.

Y el caso es que el bueno de Mehbood, guionista, actor, director y productor, es tan reconocido en su país natal como Gandhi (salvando las distancias nada someras) y a mediados de los años 40 del pasado siglo llegó a crear unos estudios cinematográficos con su nombre: Mehbood Studios, y la cinta que nos ocupa, “Madre India”, se convirtió tras su estreno y durante décadas en un punto de referencia indiscutible en el panorama internacional del séptimo arte.

Con claras vinculaciones con el cine comprometido y ciertamente pesimista de Douglas Sirk (“Sólo el cielo lo sabe”, 1955) y Nicholas Ray (“Johnny Guitar”, 1954), la película de Khan desentraña el tejido social a través del papel central de una mujer, en este caso, Radha, una campesina que sufre toda clase de penalidades y atropellos junto con toda su familia a manos de un codicioso terrateniente. Radha, interpretada magistralmente por la famosa actriz Nargis, otorga a su personaje de un realismo y una fuerza sublimes y poco habituales para la industria india, más centrada en el entretenimiento. Mientras contemplamos los primeros planos de la protagonista y su esfuerzo sostenido en numerosas escenas del filme se hace imposible no rememorar la planificación y el estilo épico y político de dos filmes soviéticos de los años 20: “La madre” (Pudovkin, 1926) y “Arsenal” (Dovzhenko, 1929). Sigue leyendo