Amanecíamos hace pocos días con la noticia de que, en el Parlamento Británico, los señores y señoras diputadas habían votado que los animales (no humanos, que también el homo sapiens es un bicho) no eran seres sensibles, es decir, que no son capaces de sentir dolor entre otras cosas. Los motivos que pueden esgrimirse para tamaña barrabasada científica han sido varios, pero tampoco hay que espantarse habida cuenta de que en diversos estados de EE.UU. se sigue estudiando en las escuelas públicas tan ricamente el creacionismo.
El caso es que con este tipo de cuestiones quedan claras dos cosas, o al menos una de las dos: que esos personajes que se sientan en sus banquillos de la Cámara no tienen mascotas y nunca se han relacionado con otras especies –que sería la opción menos mala– o que quienes no muestran sentimientos son ellos –la opción peor y más probable–.
Numerosos estudios científicos van mostrando con mayor claridad la sensibilidad del mundo vegetal y su reacción ante determinados estímulos, aunque carezcan de sistema nervioso central, y van estos representantes de la ciudadanía a decir que si le pegas una patada a un perro chilla porque no tiene otra cosa que hacer. Así nos va. Sigue leyendo