Cuentan una anécdota los hagiógrafos de Francisco de Asís que, a fuerza de haberse transmitido tanto a través de Tomás de Celano como de Buenaventura o en las Florecillas, tiene bastantes visos de ser verídica.
«Un novicio se acercó a Francisco y le dijo: ‘Padre, sentiría una gran alegría si pudiera conseguir un Salterio’. El bienaventurado Francisco le dijo: ‘Cuando tengas un salterio, anhelarás tener un breviario; y cuando tengas un breviario, te sentarás en un sillón como un gran prelado y dirás a tu hermano: ‘Tráeme mi breviario’».
Hay quien extrae de esta leyenda que il Poverello d’Assisi proclamaba su rechazo al saber, a los libros y a la ciencia como fieles devotos del demonio. La cosa es bastante más simple si se dedica uno, aunque sea sólo un ratico, a leer la biografía y los textos que nos dejó el hijo de Pietro di Bernardone; lo que hizo Francesco fue augurar los excesos del capitalismo y de su hija predilecta: la sociedad de consumo.
Tengo una amiga que se ha comprado este fin de semana una nevera.
– ¡Ay, que falta nos hacía!
– La necesitábamos ya.
– ¡Qué contenta que estoy con la nevera!
Fueron éstas las tres frases que más salieron de sus labios en apenas hora y media. Incluso como alelada se quedaba delante del aparatejo de marras.
– Es que ya no nos cabía nada dentro.
Eso fue la cuarta frase de rigor, que repetiría dos o tres veces tipo letanía. Que se había quedado pequeña. Huelga decir que la actual era como un armario empotrado de dos puertas.
El caso es que, con su primera nevera, de esas de toda la vida que no tenían ni el congelador separado, en el piso vivían cinco personas, de buen comer, todo hay que decirlo, con dos nenas pequeñas metiditas en el padrón. Más tarde la cambiaron por una más moderna, no sé el tiempo, cuando seguían siendo cinco, más un arcón congelador; ahora, que sólo son tres –y uno no a tiempo completo– tienen un frigorífico que parece sacado del chalé de la Preysler. Y ya verán qué hace la unidad familiar con el arcón; lo mismo se lo dan a alguien que lo necesite porque, por supuesto, ella ya no lo necesita. Sigue leyendo