Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

Pedir permiso

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Respect Existence Or Expect Resistance | by seaternity

    Hasta hace cuatro días (y no estoy exagerando mucho, porque hago referencia al mes de marzo pasado) en el casto Diccionario de la Lengua Española si nos acercábamos a la quinta acepción de la palabra fácil, podíamos leer con estupor lo siguiente: «dicho especialmente de una mujer: Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales». También incluía el diccionario de marras aquello de sexo débil como referido al conjunto de las mujeres, que aún se mantiene, pero añadiendo la connotación despectiva en su empleo.

    Por otro lado, tras la terrible alarma e indignación social provocados tras la condena a la autodenominada Manada (que hay quienes veríamos más apropiado nombrarlos de manera más específica como piara) por simple abuso sexual, Catalá fue corriendo a formar una comisión para revisar el concepto de violación reflejado en el Código Penal. Y para dicha comisión, como no, decidió elegir a veinte varones y a ninguna mujer, a pesar de que -aparte de la obvia estulticia per se– más del 50% del colegio de jueces y juezas sean mujeres y parece ser que con una media superior en sus calificaciones académicas. Como el presidente de dicha comisión era medianamente más sensato que el Ministro de Justicia, lo cual no es decir mucho, solicitó incluir a tres mujeres y el señor Catalá, muy cordial, dijo que sí, sin que se nos vaya a ocurrir entrar ahora en intrigantes debates sobre el perfil ideológico de dicha triada. Para muestra el botón de las tres juezas que acaban de sentenciar igualmente por abuso a un tipo que penetró a su sobrina de quince años ya que ella no se resistió.

    Y con tamaños precedentes, presentes y futuribles, lo raro es que nos extrañemos, si es que lo hacemos, de que se vean como naturales y ajustados a derecho determinados comportamientos que, en cualquier otro ámbito de la vida que no estuvieran relacionados con la consideración social hacia la mujer, serían puras barrabasadas. Sigue leyendo

Hechos probados

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     Hechos probados y admitidos por el tribunal:

  • Cinco varones conducen a una chica de 18 años bajo engaño a un escenario de opresión.

  • Entre todos ellos la obligan -no hay consentimiento según la sentencia- a tener relaciones sexuales: felaciones y penetraciones.

  • Lo graban en vídeo y comparten sus experiencias en las redes.

  • Lo planean con antelación por guásap.

     Pero no se considera violación, solo abuso sexual, e incluso algún tarado de los tres jueces que han dictado la sentencia opina que todos –incluida la chica– se lo pasaron pipa. Anular la voluntad de la persona agredida es violencia e intimidación, e incluso la psicología reconoce el estado de choque y de bloqueo que padecen hasta el 70% de las mujeres que se encuentran en este tipo de situaciones cuando se sienten incapaces de oponer resistencia debido al miedo. Cinco tipos, rodeándote en un portal, no hace falta que saquen una navaja o te muestren los nudillos frente a la cara para que te cagues de miedo. Quien opine lo contrario es que no ha salido de su barrio pijo o pasa la vida rodeado de guardaespaldas. O, simplemente, es que es hombre.

      Pudiera ser, en virtud de una de esas leyes del karma, o mejor quizá de esa idea manida de nuestras democracias occidentales llamada justicia retributiva –y cuyo principio no es más que la arcaica Ley del Talión de que quien la hace la paga–, que algún día no muy lejano, cinco tipos de dos metros y medio y espaldas tamaño armario empotrado se encuentren en un bar de copas con alguno de los tres jueces que dictaron sentencia –de manera particular con el señor Ricardo González–. Y que borrachos como cubas, exaltando la amistad, lo lleven a un portal, o a un coche, o a un reservado de un club de tres al cuarto. Y a lo mejor, aquellos machotes más altos que Chewbacca, sin sacar navaja, destornillador o alzar el puño, le coloquen sus hermosos pectorales de gimnasio –o anabolizantes– delante de sus inusitados ojuelos narcotizados, con gesto amenazante, y comiencen a quitarle la ropa. Y lo mismo, uno tras otro, le introduzcan sus miembros viriles en la boca, lo pongan de cara a la pared y lo sodomicen sin que él, o cualquier otro de los jueces, sea capaz de decir ni mu. Luego lo dejarían tirado en el portal, en el coche o en el reservado; sin móvil, sin espíritu y sin posibilidad de sentarse sobre los cuartos traseros. Para finalizar, se echarían unas risas y compartirían su hazaña por las redes sociales. Por mi parte, sí que recomendaría encarecidamente a esos cinco culturistas, en el hipotético y nada deseable caso de que sucediera tremendo acto retributivo, que no tuvieran la polla demasiado grande o que usaran bastante vaselina, no vaya a ser que en la exploración médica posterior se aprecie algún desgarrito en el ano del juez de marras que pueda llevar a pensar que aquel acto copulativo, tan alegre y cordial, sea considerado agresión. Sigue leyendo

Marginar, excluir, ignorar, machacar

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La Joven Gitana, Museo de Mosaicos de Zeugma, Gaziantep (Turquía)

     No voy a soltar, presa de la indignación, que sea un método, una estrategia, elaborada concienzudamente con premeditación y alevosía en virtud de no sé qué objetivos de interés particular, pero cuando un hecho se repite con asiduidad, en determinado orden y con similares consecuencias para determinados colectivos es que algo, del todo bien, no huele. Si siempre pintan bastos para los mismos a pesar de hallarse éstos convencidos de que tenían una buena mano, algún as de oros bajo la manga se ha guardado alguien.

     El orden, que sí que altera el producto, es metódico y robótico como un martillo pilón:

  • primero marginar, que estábamos muy a gustico sin nadie que nos ladre (creemos guetos)
  • segundo excluir, que si ya están al margen mejor que no tengan las mismas oportunidades (educación, recursos sociales y culturales, empleabilidad, dependencia de ayudas sociales…)
  • tercero ignorar, y si ladran que ladren, mientras no se puedan acercar y nos muerdan (que todo lo que salga en los medios sea malo, dañino, peligroso…)
  • cuarto machacar, que no sólo ignoremos, sino que les creemos la imagen de que la culpa es suya, que viven así porque quieren, que es su decisión (imposibilidad de entrar en un proceso de cambio y de normalización).

     Podemos pensar en cualquier colectivo, y es de un pragmatismo abrumador. Cierto es que los hay que, dando menos por saco y siendo algo así como más dignos de lástima (sector de la discapacidad, personas mayores…), apenas pasan de la fase una de estar al margen, por ese sentido mercantilista y obsceno de la utilidad social, pero por norma, el proceso llega hasta la fase cuatro con contundencia (inmigración, toxicomanías, barrios periféricos con bolsas de pobreza, personas sin hogar…). Y el día que acierten a lidiar con la fase cuarta, seguro que algún listo se inventa la quinta. Sigue leyendo

«Una humilde propuesta» (1729)

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Ilustración de Raquel Martín para la edición de Nórdica

      Comenta Fernando Villalobos en el prólogo que, en 1983, al actor Peter O’Toole le dio por leer, sin previo aviso, durante la reapertura del Gaiety Theatre de Dublín algunos fragmentos de «Una humilde propuesta». Se le ocurrió llevar a efecto su brillantísma idea delante de políticos, representantes de la cultura y otras personas de relevancia social. Cierto que al ínclito actor irlandés le perseguía un poco su fama de díscolo y de l’enfant terrible, pero los oídos bondadosos, tiernos, castos y solidarios que completaban el auditorio aquella noche no fueron capaces de soportar la despiadada sátira que representa el pequeño ensayo del no menos díscolo Jonathan Swift. Tras algunos momentos de asombro y malestar (lo mismo estirándose los lazos de sus corbatas o limpiándose el sudor copioso de sus frentes ilustres), muchos fueron abandonando el patio de butacas repletos de indignación.

     Justo a finales de ese mismo año, 1983, el gobierno de coalición irlandés aprobaba la Octava Enmienda a la Constitución, que reconocía el derecho a los nonatos y que llevaba debatiéndose desde un par de años antes. No podía ser pues más oportuna la proposición de Swift elaborada cerca de dos siglos y medio antes y que trataba de dar salida útil a los niños y niñas nacidos en situaciones de indigencia cuyos progenitores seguramente iban a ser incapaces de mantener y bajo ningún concepto podían ser una carga para las arcas públicas y para el resto de la sociedad.
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