Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

«Yo, Tonya» (2017)

I, Tonya by Grobi-Grafik

     El cine made in Hollywood suele dar pocas sorpresas; alegrías las justas. Y no hablo de los últimos años, sino lustros. Tan encasilladitos en el cómodo sofá de su casa solo despiertan del letargo para prohibir la entrada en el país para asistir a la Gala de los Oscar a directores y actores que son considerados inmigrantes ilegales y, a la misma vez, tener el rostro tan duro como para darle el premio a la mejor película a alguna cinta iraní o mexicana. El intento de lavado de cara de este año puede ser descomunal si, como es previsible, «Roma», de Alfonso Cuarón, se lleva más de un galardón. Eso sí, probablemente uno de los actores del filme, Jorge Antonio Guerrero, también tenga que ver la ceremonia desde el sofá de su casa, menos cómodo probablemente que el de quienes dictan las leyes, porque la administración estadounidense ya le ha rechazado tres veces el visado, por más que haya presentado hasta la invitación a los premios de la Academia.

     Pero a todo esto, hace poco más de un año, aterrizó en nuestras carteleras «Yo, Tonya», un biopic de esos predestinados/condenados a pasar desapercibido, porque a Tonya, fuera de EE.UU. solo la conocían –y regular– las personas aficionadas al patinaje artístico sobre hielo y dentro de sus fronteras caía tan mal como una patada en el tobillo con unas botas con punta de acero reforzado. Entonces, el trío protagonista, Margot Robbie, Sebastian Stan y Allison Janney (de manera excepcional esta última interpretando a la madre tóxica de Tonya) se comieron el mundo a bocados. En el atracón, colaboraron activamente Steven Rogers, un guionista cuasi desconocido que supo imprimir el tono preciso a una historia tan descarnada como la de Tonya Harding, y el director Craig Gillespie, que ya había demostrado sobradamente su habilidad para dotar de toques de comedia a las situaciones más surrealistas con la peculiar «Lars y una chica de verdad» (2007). La dirección de las escenas de patinaje, más allá de los efectos digitales, y en las que es preciso hacer referencia a la veterana montajista Tatiana S. Riegel, quien fue nominada en dos ocasiones por su trabajo en «Yo, Tonya», transmiten una plasticidad de plácida belleza. Sigue leyendo

Novela: «Yo, tú… él»

     Con gran alegría, os presento a mi nueva criatura: «Yo, tú… él», novela que podría invitaros a leer porque es de un tema que se lleva: la violencia machista, que se ha llevado por delante la vida de 54 mujeres (o 47, según quien cuente) durante el año 2018. O porque hay personajes entrañables y tiene emoción e incertidumbre hasta el final. Pero no, lo hago porque vivimos en un sistema patriarcal y heteronormativo con el que todo el mundo comulga sin darse ni cuenta, y las cosas son como nosotros y nosotras las pensamos y hacemos, sin darnos cuenta.

     La publicará Distrito 93, una nueva editorial centrada en novela social y de género negro, previa venta de 55 ejemplares. Soy muy optimista (quizá en exceso) y confío en la generosidad de propios y extraños.

     ¿Que de qué va?. Pues aquí está la sinopsis:

    Juani, superviviente de violencia machista. Alex, agente de la Unidad de Prevención. Dos diarios contrapuestos como su propia forma de ver la vida. Pasado y presente se entremezclan en la vida de una mujer maltratada, tan extrovertida y libre en la década de los 90 como sumisa y resignada en la actualidad. O al menos antes de que su camino se cruzara con el de Alex, de personalidad desencantada y cínica, quizá por su incapacidad de comulgar con ruedas de molino, adalid de la obligación autoimpuesta de ayudar a Juani a sobrevivir, física y psicológicamente.

Y en medio del caos tú, o yo; quizá haciendo oídos sordos, encontrando justificaciones o buscando alguien a quien culpar. Una de las facetas que mejor se le da al ser humano.

     La preventa ya ha finalizado alcanzando de sobra el objetivo de 55 ejemplares. En breve comenzará la edición. Muchas gracias a todas las personas que habéis colaborado para hacer posible la publicación.

     Y a continuación os comparto la que, espero y deseo, sea la portada de la novela en papel. Creada por el artista y amigo José Ángel.

Especie invasora

Slaves ruvuma (1866), autor desconocido

     Leía la semana pasada, con cierta incredulidad, una noticia sobre la reclamación de Ecologistas en Acción al gobierno de Pedro Sánchez a fin de que el Ministerio para la Transición Ecológica iniciara los trámites pertinentes para la protección efectiva de las diferentes poblaciones de lobo ibérico, tal y como se aprobó en Proposición no de Ley en mayo de 2017, incluido el apoyo del Psoe, entonces en la oposición. En un primer momento de irreflexión se me ocurrió pensar lo que me resultaba más obvio y menos peregrino: «si no protegen a las personas más débiles», pensando de manera particular en las migrantes, «¿van a proteger a un lobo?».

     No tardé mucho en darme cuenta de mi falta de conocimiento y de mi error de bulto. Claro que protegemos a los animales, de hecho, el 1 de febrero de 2018 (eso sí, con un retraso de apenas 30 años desde su aprobación a nivel europeo en 1987) entró en vigor en España el Convenio Europeo sobre protección de animales de compañía y, en nuestro sórdido país, hay tantas leyes de protección animal como Comunidades Autónomas. En Andalucía, concretamente, la legislación específica se remonta a noviembre de 2003. Para no entrar en bucle, pues es un tema trasversal y no central en mi exposición, daremos solo unos pequeños apuntes debido a una serie de incongruencias y imprecisiones acerca de aquellos animales que deben de ser respetados y cuales no, pues entramos de pleno en el terreno de la subjetividad y de la especulación: «Se consideran animales de compañía todos aquellos albergados por los seres humanos, generalmente en su hogar, principalmente destinados a la compañía, sin que el ánimo de lucro sea elemento esencial que determine su tenencia», «se entenderá por animal de compañía todo aquel que sea tenido o esté destinado a ser tenido por el hombre, en particular en su propia vivienda, para que le sirva de esparcimiento y le haga compañía», rezan, respectivamente los artículos uno de la Ley andaluza y del Convenio europeo respectivamente. Es decir, que si tienes un cerdo en tu casa para que te haga compañía (sea o no un cerdo vietnamita), o un pollo, o una ovejita lucera tienes que tratarlo con mimo; ahora, si el cerdo, el pollo o la oveja es para que te lo comas lo mismo te ponen una denuncia si te lías a darle de hostias, pero si lo matas y te lo zampas la cosa cambia, porque es un dolor o sufrimiento necesario, según se debe desprender al artículo 3 de la normativa europea, por poner un poner. Todo el mundo sabe que es necesario comer carne, aunque el menda, por ejemplo, lleve más de 25 años sin pegarle un bocao a un filete o cosa similar. Por eso será que se me ocurren estas sandeces. Huelga decir que la tauromaquia, al igual que los animales de renta o la caza, están excluidas de cualquier tipo de protección y que aquello de cortarle el rabo y las orejas a un perrito está fatal y penado en Andalucía con hasta 2.000 € de multa, pero si se trata de un toro de lidia (a menos que lo tengas debajo del sofá haciéndole caricias) te vas de rositas y hasta con una pañolada si ha sido buena la faena. Tampoco tengo muy claro el tema de las moscas, los mosquitos y las arañas domésticas; viven en el hogar, en compañía de los seres humanos, pero puede ser que, al resultar algo molestos y desagradables se les pueda aplastar contra las losetas sin que por ello sufras consecuencia alguna. A pesar de que mi gato Igor, a las 5:15 de la madrugada, cuando me maúlla en la oreja pidiendo comida, resulte claramente más molesto que una mosca, un mosquito, una araña y hasta una serpiente de cascabel. Sigue leyendo