Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

Me cansa

     No tenía yo pensado escribir (mira que le he dado vueltas al tema), pero al final es que acaban tocándote mucho las partes nobles y, aunque sea por evitar una orquitis, me veo en la santa obligación de ponerme a ello.

    El viernes pasado estuve charlando con uno de los abueletes de la residencia. Tenemos la sana costumbre de escribir una historia de vida a cada ingreso que llega a fin de poder realizar una atención lo mejor y más personalizada posible. El señor en cuestión se llama Paco y su existencia supone la quinta generación familiar de anarquistas. Trabajó toda su vida en los astilleros, como su padre, su abuelo y las otras tantas generaciones anteriores, y fue uno de los fundadores del Partido del Trabajo de España. En la clandestinidad durante la dictadura franquista y luego dentro de la legalidad, me contaba Paco que recibió de tortas hasta en el cielo de la boca por parte de las fuerzas del (des)orden; esposado, atado y torturado con un método cuyo nombre no había oído en mi vida y he sido pronto en olvidar: en cuclillas, con las manos atadas a los tobillos por el interior de las piernas. Todo muy digno y democrático. Su abuelo materno, durante la Guerra Civil, se pasó 18 meses viviendo dentro de un pozo para que no lo fusilaran: sus vecinos le bajaban a diario un cubo con comida y otro para hacer sus necesidades.

    Por mi parte, no he tenido demasiada experiencia personal con la policía, pero desde luego, la poca en la que he sido testigo directo, ha sido inolvidable. Encadenamiento y sentada noviolenta de siete insumisos que éramos a la puerta del Gobierno MIlitar en Córdoba, sábado por la mañana. Un par de remolcadas de pies y manos por parte de los nacionales. Como se hacía tarde y era un follón efectuar detenciones (no costaba nada, claro, que no nos íbamos a resistir) a eso de las 16:00 relevaron a la cuadrilla de estoicos agentes y, como por entonces no había por la zona demasiados antidisturbios y éramos unos nenacos, comenzaron a golpearnos en la cabeza y en los riñones con las porras de madera. Ni qué decir tiene que estuvieron a un palmo o menos de matarme; se me puso la cabeza como la espalda del jorobado de Notre-Dame. Varias porras acabaron partidas por la mitad en medio de la plaza, pero no contentos con la carga (aún mientras nos arrastrábamos por el suelo gritando algunos seguían dando palos a mansalva), esa misma tarde-noche fueron al hospital con lesiones. Serían en la muñeca de tanto cipotazo sin descansar ni a respirar. Apenas salió nada en prensa, por cierto.

    En alguna que otra ocasión, con aquello de la Ley Corcuera y el DNI en la boca, me pararon los de la secreta varias veces seguidas cuando andaba de paso en cualquier estación. La mala hechura, porque había bastante peña y siempre me tocaba a mí la china. Tampoco me dejaron entrar en España cuando regresaba de mis vacaciones en Marruecos a menos que les enseñara el pasaporte: es que les debe de espantar que alguien con lo que para ellos es tener pinta de árabe se la cuele. Sigue leyendo

Presentación de la novela «Yo, tú… él» (Don Benito, Badajoz)

     Aunque digan aquello de que uno es de donde pace y no de donde nace, el terruño le tira a uno y allá nos vamos el jueves próximo, 24 de octubre, a presentar entre mi otra gente mi segunda novela «Yo, tú… él».

     Hará las veces de anfitriona-presentadora mi gran amiga Mercedes Gallego, escritora, de un género totalmente distinto al mío, pero que ha demostrado que nunca es tarde para cumplir un sueño.

      Nos vemos el jueves 24 de octubre a las 20:00 en la Casa de la Cultura de Don Benito.

«The Chant Of Jimmie Blacksmith» (1978)

    Decía el orador abolicionista, y por supuesto negro, Frederick Douglass allá por el siglo XIX que «la felicidad del hombre blanco no se puede comprar por la miseria del hombre negro». No se puede comprar nada, menos la felicidad, a base de injusticias, porque ni un perro aguanta patadas de manera indefinida.

    De esto va el blues del chico Jimmie Blacksmith: de tratar a los aborígenes como perros desde antes de que abran sus ojos y luego juzgarlos y condenarlos por las decisiones que han tomado. Y seguramente por eso, esta terrible y necesaria cinta australiana de 1978, fue un fracaso de taquilla en el país oceánico, porque no trata de racismo, que todavía se sigue vendiendo la mar de bien («Paseando a Miss Daisy», «The Blind Side», «Green Book»), sino de discriminación e injusticia social, que todavía sigue vendiendo bastante mal, como sabe de primera mano, por ejemplo, Spike Lee desde sus inicios («Haz lo que debas») hasta el día de hoy («Infiltrado en el KKKlan»). Y seguramente, también por eso, el filme fue confiscado y clausurado en Reino Unido en virtud de un acta de obscenidad de 1959 gracias a las críticas recibidas por parte de asociaciones religiosas y de prensa en la época del tristemente célebre video nasty.

    La película «The chant of Jimmie Backsmith» está basada en la novela homónima de Thomas Keneallym (escritor más reconocido por ser el autor de «El arca de Schindler»), que a su vez toma como base la historia real del aborigen australiano Jimmie Governor, del que poco voy a decir más allá de la soberana y tremebunda explotación a la que fue sometido desde su más tierna infancia, no vaya a destripar sin querer parte de la crueldad de la historia.

    A pesar de haber sido nominado a la Palma de Oro en 1978, tan asqueado quedó Fred Schepisi, director del filme, con el recibimiento del público australiano, que cogió las maletas, marchó a Hollywood y se puso a hacer sandeces de esas que le gustan a la gente porque son tan estúpidas como entretenidas: «La casa Rusia», «Roxanne»… regresando a su país natal, afortunadamente, entre medio de tanta vaina, para rodar otra película basada en hechos reales que sería nominada a numerosos premios europeos y hollywoodienses llamada «Un grito en la oscuridad».

    Si estáis deseando ver una película desagradable y que os va a dejar mal cuerpo, esta es vuestra más digna oportunidad; si por el contrario queréis recibir palmaditas en la espalda seguid con los premios Oscar y el amor incondicional entre blancos y negros.

Harta de ser pobre

    El sol del verano en Córdoba sería capaz de derretir un templo de mármol. Tal es así y tan mantenida su intensidad a lo largo del día que uno solo encuentra algo de descanso a partir de las siete de la mañana, cuando es la hora de levantarse. Descansar con una temperatura superior a los 25º es más complicado que entender la teoría de cuerdas. Si en casa no dispones de aire acondicionado y un ventilador de saldo es la mejor opción para paliar las invectivas acres del astro rey, la cosa no podía ser más cruda. La suerte es que mi piso de alquiler es de esos que hacen esquina y permite corrientes de aire, no huracanadas ni tan siquiera capaces de despeinar ligeramente a Chewbacca, pero la suficiente brisa fresca para que puedas pegar ojo si descuelgas el colchón del somier hasta el suelo.

    Mis gatos, cubiertitos de pelo de cabo a rabo, también pasan lo suyo, pero tan acostumbrados están a ser tercos en ofertar cariño que da igual que sea invierno, verano o temporada de sauna, se suben a la cama con la más absoluta displicencia y pegados a las piernas o subidos encima del tronco comparten generosamente su calor corporal como su fuera un aspecto de lo más agradable para los seres humanos. Y dicha costumbre (manía queda bastante peor) hay que mantenerla salga el sol por donde salga, nunca mejor dicho; así que, aunque el colchón esté en el suelo, Igor y Leo se siguen subiendo a la cama, al somier, porque es costumbre y método, y da igual que tengan que hacer ejercicios de malabares con sus patitas como expertos funámbulos para no darse un trompicón entre las láminas de madera y acabar panza arriba encima de las losetas del dormitorio. Allí que van, sorteando obstáculos hasta que se tumban encima de las láminas en una posición casi de contorsionismo. Sigue leyendo