Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

Adultos de dos a cinco años

     Cuando quedan contadas horas para que las campanadas atoren el sentido común durante un buen rato, siempre parece ser ese el momento idóneo para agradecer las cosas buenas que nos regaló, libre de dolo y culpa, el año que está a punto de despedirse. Me imagino a mi abuelo, o al obispo de Córdoba, tan católicos ambos, digo franquistas, dando gracias a Dios por los favores recibidos:

  • Por el auge de la ultraderecha

  • Por el buen hacer de Vox frente a un centro de menores durante la campaña electoral

  • Por Bolsonaro, la quema del Amazonas y el exterminio de los pueblos originarios

  • Por Trump, un hombre con todas las de la ley, que no salga adelante el impeachment

  • Por los negacionistas del cambio climático, por las luces de navidad y por Madrid Central

  • Por los pobres hombres maltratados por sus mujeres

  • Por España, una, grande y libre, a los pies de los caballos socialistas, comunistas y nacionalistas

      Yo, aparte de agradecer, y mucho, otras cosas (el criterio del Tribunal Supremo en la violación de la Manada/Piara, «el Estado opresor es un macho violador», las sentencias contra Deliveroo o Glovo, que Greta Thunberg no vaya al colegio…), voy a pedir solo una cosa, aunque lo mismo es bien gorda: que las personas adultas seamos capaces de superar la etapa infantil de entre los dos y los cinco años de edad. Sigue leyendo

Fiestas felices

     Cinco veces al día parece una discoteca la Calle Foro Romano, los momentos justos de los cinco pases reclamo de diez minutos cada uno. El resto de la noche parece simplemente un elogio al capitalismo, a la sociedad de consumo y a la negación/minimización de las consecuencias del cambio climático. A la contaminación lumínica de sus 556 000 puntos de luz (ecológicos) hay que sumar la acústica, que no es moco de pago, de una ingente cantidad de decibelios lanzados a mansalva al cielo eliminado de estrellas. 261 000 euros del ala, cuya inmensa mayoría ha sido desviada de otras partidas presupuestarias. Todo ello sin contar, aparte de otros gastos (no inversiones), a los miembros de la policía municipal que apostados están desde las 6 de la tarde hasta las 11 de la noche a ambos lados de la céntrica y comercial calle peatonal. Sumemos también, así a vuela pluma, los otros 286 000 euros del resto de alumbrado navideño de la capital o los 38 000 del mapping navideño que se proyectará en la calle Capitulares seis puñeteros días de todas las fiestas. No está nada mal la calderilla del consistorio para solo un mes largo del año (o varios días sueltos).

     También en unos seis días de este mes de diciembre tan festivo, alegre y dicharachero (los miércoles y jueves que llevamos para ser exactos) habrán pasado por la oficina de Cáritas alrededor de nueve o diez familias sin ingresos con el agua cortada (gracias al beneplácito de una empresa municipal, Emacsa, con todas sus letras) porque los servicios sociales les dijeron que no se la podían pagar. En fin, es que el alumbrado da de comer a mucha gente; no vayamos a caer en la idea pueril de comparar los 40 millones de euros anuales que factura iluminaciones Ximénez y el curro que le dan a 500 trabajadores con el aporte al bien social y al común de una gitana que lo único que hace es vender ajos de Montalbán, de manera ilegal todo sea dicho, a la puerta del Mercadona para poder dar de comer a sus hijos y nietos.

     ¡Qué tendrá que ver la gimnasia con la magnesia!, ¿no? A quien no lo vea no se lo puedo explicar, porque solo en la inauguración del majestuoso y grotesco alumbrado de Foro Romano el día 12 de diciembre a eso de las 17.30 estuvieron presentes más de 25 000 personas y en Cáritas nos resulta imposible acompañar entre veinte personas mal contadas a unas ciento y pico de familias.

     Pues eso, que Feliz Navidad.

«Tu hueco en mi colchón»

    Un experimento de esos de los que a uno le gustan aunque sean imperfectos. No hay dicha mayor, si quieres componer, como que alguien te deje y te importe.

TU HUECO EN MI COLCHÓN

Como un sol que siempre duerme y nos niega su calor;
Un invierno sin diciembre es tu hueco en mi colchón.
Como el rey de un triste reino que ha perdido a su bufón;
Más extenso que un desierto es tu hueco en mi colchón.

Como flores del cerezo que el granizo traicionó;
El cantar de un cisne inquieto es tu hueco en mi colchón.
Como el cofre de Pandora sin cerrojo ni prisión;
Más oscuro que una sombra es tu hueco en mi colchón.

Un reloj que da pereza,
Despertar sin corazón;
Un vacío en mi cabeza
Convertido en obsesión.
Una luz que me desvela
Y me provoca irritación;
Es mi pena tu hueco en mi colchón.

Como un alma conservada en un frasco de formol;
Un deseo que te extraña es tu hueco en mi colchón.
Como la ausencia de un beso que me deja siempre en off;
Más repetido que el eco es tu hueco en mi colchón.

Un reloj que da pereza…

Un latido que se anhela;
poca mierda en la función.
Una raya de tristeza
Convertida en adicción.
Un zapato que me aprieta
En medio de una convención.
Lo que quema tu hueco en mi colchón (tris).

43 almas

     43 almas. Puede que más, pero como es Nueva Delhi y no las Ramblas o París, más de 24 horas después aún no sabemos si hay más. Las noticias vuelan menos cuanto más alejadas están de nuestros intereses.

     43 almas. Porque almas son. 43 almas asfixiadas en una fábrica clandestina, sellada a cal y canto desde dentro. Aún no sabemos qué fabricaban, qué exportaban, qué nos vendían. Lo mismo ni llegamos a saberlo, ni qué empresas occidentales alimentaban el fuego con subcontratas, porque esas 43 almas, aparte de lejanas, tenían rostros aceitunados y ojos ligeramente oblicuos.

     43 almas. Y es probable que esta tarde, a la hora de las noticias, balanceemos la cabeza a izquierda y derecha mientras nos mordemos a medias nuestro labio inferior. Por la terrible tragedia de estos países indecentes sin las más mínimas medidas de seguridad en el trabajo. Y pudiera ser que, en un majestuoso ejercicio de equilibrismo, el día aquel en el que hagan referencia directa a empresas textiles en las que nos gastamos los cuartos y que fabricaban allí, en Nueva Delhi, igual que sucediera con el Rana Plaza de Bangladesh, tiremos de oficio y acudamos al cajón de-sastre de las excusas.

  • Al menos tenían algo para trabajar, sino estarían mucho peor.

  • ¿Y qué haces? Si todo el mundo fabrica igual.

  • Tenemos que consumir, que es la única forma de salir de la crisis.

  • Amancio Ortega ha donado dinero para el cáncer.

     Y dará igual que todas estas premisas sean inexactas o directamente falsas. Al fin y al cabo, ha sido mala suerte que esta desgracia suceda tan cerca de las fiestas, así que tendremos que hacer de tripas corazón. Sigue leyendo