Hay ocasiones en las cuales, en virtud de la necesidad, tiene el ser humano la oportunidad inaudita de gozar de tanto tiempo para tocarse las pelotas que, si sabe aprovechar dicha ocasión, podría dedicarse incluso a pensar un poquito qué aspectos de su vida lo único que hacen es llenarla de vacío y de oquedad. La situación de confinamiento generada por el COVID-19 es, sin lugar a dudas, una de las más idóneas.
«Vivarium», la película de ciencia ficción distópica (o no tanto) del director irlandés Lorcan Finnegan, es de las que puede ayudarnos a ver que nuestra rutina y nuestro modelo de sociedad son una completa tragedia casi consumada. Y hacerlo con una lucidez tan insultante como despiadada. No deja de sorprenderme que determinadas cintas pasen tan desapercibidas por nuestras pantallas.
Difícilmente podría haber elegido Finnegan, que también es coautor de la historia en la que se basa el filme, un título más apropiado si nos atenemos a lo que nos quiere mostrar en la poco más de hora y media: el capitalismo controla cada faceta de nuestro ser y, encima, en el culmen de la eficacia, nos hace creer que la única forma de salir del modelo es a través de él. Quienes dominan nos introducen en un espacio cerrado y definitivo donde investigarnos y observarnos, hacernos crecer, multiplicarnos y dar fruto según sus expectativas para no romper el eterno ciclo del sistema que gracias a la activa participación de la ciudadanía se retroalimenta. Sigue leyendo