Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

Inhumana pureza

     Decía Gandhi que «mientras existamos físicamente, no es posible ser perfectamente noviolento, ya que el cuerpo por sí solo está obligado a ocupar un mínimo de espacio. Mientras no seamos puros espíritus, la noviolencia perfecta es tan teórica como la línea recta de Euclides. Pero no cabe más remedio que acomodarse a estas contingencias». Más allá de la insultante realidad de que, como seres humanos, no podemos ser perfectos (aunque solo fuera porque no habría quien nos soportara), la afirmación del profeta de la noviolencia puede suscribirse a cualquier opción de vida y, cuanto más radical e inmaculada decida mostrarse, más se reflejarán, posiblemente, las vergüenzas de su imperfección: negarse a la explotación de otras personas, de animales no humanos, elegir la austeridad como modelo de vida… La pureza no existe, y exigir que así sea dando por hecho que el resto de mortales son éticamente inferiores en virtud de determinadas decisiones personales supone un acto de estupidez aun mayor que su propio egocentrismo.

    De vez en cuando, leo algunos blogs veganos. Lo hago sobre todo por ir haciéndome más consciente de aquellos aspectos de mi alimentación que debería mejorar para evitar el abuso hacia otros seres sintientes. En ocasiones, rácanas diría, lo consigo, y encuentro algo de luz, pero la mayor parte de las veces abandono la web con la desagradable sensación de que algunas de las personas que escriben los artículos lo hacen desde un plano de tal superioridad moral, dando tal cúmulo de lecciones a las personas incautas que lo mismo creen ser veganas a pesar de tener en casa un perro procedente de un contenedor o de no considerar a tu vecina como asesina nata por comer alguna pechuga de pollo una vez por semana. Es curioso que el umbral de tolerancia a lo que debe considerarse un auténtico vegano suele ser directamente proporcional al poco tiempo que lleven optando por esa opción y actitud vital. Sigue leyendo

Perseverare diabolicum

    Iván Luque padecía un enfermedad rara, de esas que como solo afectan al 0,01 por ciento de la población solo le importa a su familia, aunque se dé por hecho que no va a vivir más de cuarenta años, como así sucediera. La primera vez que visitó mi casa, acompañado de unas amigas, una de ellas miró uno de los pequeños huacos del Perú colocados en un mueble del zaguán del piso, lo cogió con dos deditos y sonrío al tiempo que decía:

     –¡Ahí va, es un pito, Iván!

     Una de las bondades intrínsecas a la enfermedad rara de Iván, el llamado síndrome de Wolfram, es quedarse ciego progresivamente, así que, ante la exclamación de M.ª Luisa hemos de suponer que el susodicho pensó en un instrumento celta en vez de una artesanía erótica, porque ni corto ni perezoso se colocó la punta del huaco (que queda mejor que la punta de otra cosa) en la boca y comenzó a soplar.

     El descojone fue generalizado, pero con mucho cariño. Cuando le explicamos el cuadro a Iván él mismo se tronchaba de la risa.

    El caso es que Iván estaba prácticamente ciego y se le reían las gracias, por su inocencia y su «sin querer». Era una persona hermosa, de las especiales, ausente de maldad. Lo perverso es la peña que finge ser ciega y sigue soplando el pito sabiendo lo que es, y lo hace sin gustarle los pitos, no por solidaridad y compromiso con el colectivo LGTBIQ+.

     Como el ser humano es muy dado a descontextualizar y agarrar solo aquellas secuencias que hacen bien a la tranquilidad y al sosiego, lo normal es que todo el mundo conozca la primera parte de la sentencia latina «errare humanum est» (errar es humano), pero no la segunda: «sed perseverare diabolicum» (pero perseverar en el error es diabólico). Y es que nos equivocamos tanto y tan de seguido que lo de saber de memoria que somos unos mindundis como especie nos viene de lujo; ahora, que hagamos poco o nada por corregirnos, ya es otra historia menos condescendiente, por eso siempre queda el recurso preferido de la humanidad: si errar es normal, lo es más echarle la culpa a otra persona. Sigue leyendo

Violencia-Noviolencia: a guisa de introducción

    El 30 de enero se celebra cada año el Día Escolar de la Paz y la Noviolencia. Curiosamente (o no), la incidencia sobre el primer concepto de la ecuación, pero no sobre el segundo, hizo plantearme que algo tendría que hacer para que, en lugar de hablar en este día solo de llevarse bien y de lo malas que son las guerras (y no todas, claro), pudiéramos reflexionar un poco sobre por qué a casi nadie le interesa demasiado hablar de noviolencia y sí de soltar palomas con mensajitos.

    Aunque el vídeo tendría que ser breve para que a cualquier persona no le costase mantener la atención, incluidas las residentes del centro sociosanitario en el que curro, y dejaba sueltos algunos cabos, la idea era, sencillamente, generar debate. 4:30 minutos de imágenes y palabras que, espero, sirvan de somera introducción.

     Feliz lucha.

La dinámica del poder

     Es de sobras conocida la famosa escena del filme La lista de Schindler en la que el oficial nazi Amon Göth disparaba por divertimento desde la ventana de su oficina a la población judía del campo de exterminio del que era comandante. Schindler trató de inculcarle la inspiradora idea de que tenía más mérito gozar del poder de salvar una vida que de quitarla; pero el tránsito hacia la conciencia duró lo justo: hasta que se dio cuenta de lo aburrido que era perdonar, que no es delito, claro, y cualquiera puede hacerlo, contra el placer indescriptible de asesinar a sangre fría y que no te suceda nada. Eso sí que es privilegio de una clase única y privilegiada.

     Lo terrible es que en esa clase única y privilegiada hay mucha gente, aunque queramos vendarnos los ojos y dar la matraca con la monarquía y los beneficios del rey emérito. Son tanta peña que dan más miedo y suponen más peligro que la pandemia por SARS-CoV-2. Es la dinámica del poder, y personas con poder hay una jartá; y no me refiero al poder de sacar o no a pasear a la mascota, de ir o no a ver a la abuela, o de hacer copias personales en la impresora del curro, es poder de verdad, muy parecido al de Göth, pero que no canta tanto.

     Ojalá el problema fueran los delitos imputados a Juan Carlos de Borbón y que, por haber sido rey, todo el mundo le haga palmas; no, el problema es que quien ostenta el Poder, con mayúsculas, le da relativamente igual que lo pillen, porque cree que va a salir de rositas o no va a acabar la cosa tan mal parada. «Porque yo lo valgo», vaya, «y tengo el poder de hacerlo más allá de las consecuencias». Sigue leyendo