Decía Gandhi que «mientras existamos físicamente, no es posible ser perfectamente noviolento, ya que el cuerpo por sí solo está obligado a ocupar un mínimo de espacio. Mientras no seamos puros espíritus, la noviolencia perfecta es tan teórica como la línea recta de Euclides. Pero no cabe más remedio que acomodarse a estas contingencias». Más allá de la insultante realidad de que, como seres humanos, no podemos ser perfectos (aunque solo fuera porque no habría quien nos soportara), la afirmación del profeta de la noviolencia puede suscribirse a cualquier opción de vida y, cuanto más radical e inmaculada decida mostrarse, más se reflejarán, posiblemente, las vergüenzas de su imperfección: negarse a la explotación de otras personas, de animales no humanos, elegir la austeridad como modelo de vida… La pureza no existe, y exigir que así sea dando por hecho que el resto de mortales son éticamente inferiores en virtud de determinadas decisiones personales supone un acto de estupidez aun mayor que su propio egocentrismo.
De vez en cuando, leo algunos blogs veganos. Lo hago sobre todo por ir haciéndome más consciente de aquellos aspectos de mi alimentación que debería mejorar para evitar el abuso hacia otros seres sintientes. En ocasiones, rácanas diría, lo consigo, y encuentro algo de luz, pero la mayor parte de las veces abandono la web con la desagradable sensación de que algunas de las personas que escriben los artículos lo hacen desde un plano de tal superioridad moral, dando tal cúmulo de lecciones a las personas incautas que lo mismo creen ser veganas a pesar de tener en casa un perro procedente de un contenedor o de no considerar a tu vecina como asesina nata por comer alguna pechuga de pollo una vez por semana. Es curioso que el umbral de tolerancia a lo que debe considerarse un auténtico vegano suele ser directamente proporcional al poco tiempo que lleven optando por esa opción y actitud vital. Sigue leyendo