Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

«Mendel el de los libros» (1929)

Stefan Zweig and wife by mervekahraman

Deseando ser creyentes transmisores de buenas noticias podríamos admitir que Zweig fue un hombre justo, en el sentido más espiritual y metafísico del que me hago cargo y que el propio escritor, judío por ‘accidente de nacimiento’ que diría él, entendería con plácida cordura: un ser coherente, responsable, digno y atrevido hasta no poder más. Probablemente no pudo cuando, harto de desesperanza frente a esa oleada del nazismo que consideró imposible de extirpar, acabó quitándose la vida al lado de su esposa en plena II Guerra Mundial.

Tal vez por eso, cuanto más se avanza en la lectura de ‘Mendel el de los libros’ menos capaces nos sentimos de sacarnos de la cabeza a su coetáneo Bertolt Brecht, otro hombre justo, también dolorido por el horrible realismo que rezumaba en cada esquina de su país. Exiliado de Alemania Brecht, autoexiliado de Austria Zweig, tan críticos y moscas cojoneras frente al autoritarismo y la intolerancia que sus obras comparten el gozoso privilegio de haber sido prohibidas por el nacionalsocialismo. Más aún a raíz de Mendel, de su inocencia interrumpida, de los nazis, del Imperio austro-húngaro o la madre que los trajo a todos, transcribo el texto atribuido a Brecht, y que cobra más sentido si cabe en boca de su verdadero autor, un pastor luterano de nombre irrecordable que lo soltó en un sermón haciéndonos ver que “el silencio de los buenos es lo peor de la gente mala”, si parafraseamos a Gandhi:
«Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté, porque yo no era judío,
Cuando finalmente vinieron a buscarme a mi, no había nadie más que pudiera protestar.»

Mendel, el viejo judío de memoria que tiende a infinito, fue uno de esos a los que se llevaron y la peña no hizo nada, digamos que justamente disculpada y perdonada por esa tan cruel como realista ética de situación. Porque si bien es cierto que ‘Mendel el de los libros’ es básicamente un comprometido alegato contra lo absurdo de las ideas posbélicas defendidas a ultranza so pena de campos de exterminio, no es menos verdad que golpea profusamente a quien se hace cómplice de la injusticia hacia el débil y el inocente, provenga esta del miedo a alzar la voz (la buena señora Sporschil) o de la desvergüenza de aprovechar la caída de la víctima y la victoria de sus verdugos para sacar tajada (el deshonroso señor Gurtner).

El estilo natural y directo de Zweig, su prosa austera y exenta de artificios (cuánto me recuerda también a otra desangrada literata: Irène Némirovsky, ejecutada en Auschwitz justo el mismo año en que perdíamos al austríaco) es una justa medida para una historia justa, aunque en algún párrafo le pierda descaradamente su necesidad imperiosa de exponer principios como si fuera necesario explicar el sinsentido y se acabe revertiendo lo duro en panfletario. Mas no me importa, porque a imagen del narrador afectuoso que recuerda al hombre extraordinario que fue Mendel cuyo hogar y vida sencilla fueron destrozados por el despropósito, me acojo a lo que debería saber: “que los libros sólo se escriben para, por encima del propio aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido”. Particularmente, me resisto a olvidar a Mendel, pasando por encima de esas debilidades que alejan a la obra del virtuosismo, tan sólo desde la elegante simplicidad de sus 57 páginas. Poco más.

Si hemos de sobrevivir a nuestro propio suicidio, a la vacuidad de la desesperanza, si decidimos saber a qué atenernos en la lucha que, queramos o no, estamos obligados a batir de parte de uno de los bandos, he de terminar casi como empecé, con Brecht, esta vez de verdad, sin atribuciones: «No te regocijes en su derrota, tú, hombre. Porque aunque el mundo se levante y detenga a los bastardos, la madre que les dio a luz está de nuevo en celo».

Para terminar, como siempre, algunas frases y fragmentos:

“¿Para qué vivimos, si el viento tras nuestros zapatos ya se está llevando nuestras últimas huellas?”.

“Dejando a un lado los libros, aquel hombre singular no sabía nada del mundo, pues todos los fenómenos de la existencia sólo comenzaban a ser reales para él cuando se vertían en letras, cuando se reunían en un libro y, como quien dice, se habían esterilizado”.  

«En Jakob Mendel, aquel pequeño librero de viejo de Galitzia, contemplé por primera vez, siendo joven, el vasto misterio de la concentración absoluta, que hace tanto al artista como al erudito, al verdadero sabio como al loco de remate, esa trágica felicidad y desgracia de la obsesión completa».

Rodarán cabezas

                                                        “El suicidio es una solución permanente a un problema temporal”
Mark Gold (extraído de la película Detachment)

                                                                                        A la memoria de Francisco José Lema Bretón

  viernes-santo   – Lo siento, pero lo tengo que dejar.
M. lo dice con el rostro compungido de una buena persona que está sintiéndose injusta y miserable. Tiene la cabeza agachada y encogida y los ojos cristalizados y fijos en lo infinito más allá de la mesa de madera sobre la que reposa sus brazos. Está pidiendo un perdón que no debiera sentir como suyo pues le es impelido por otros más responsables que apenas lo sienten.

     Lo explica como puede, porque insufrible resulta narrar la vergüenza sin derrumbarse a un tiempo.
«Fui a la Asamblea de la Plataforma como quedamos, de enlace con Cáritas, y se estaba decidiendo la intervención a realizar por los últimos avisos y órdenes de desahucios; había varias pancartas por la sala con diferentes lemas de la campaña como el de dación en pago. De repente entraron las cámaras de televisión, hicieron un barrido por el salón enfocando a todo el mundo y se colocaron para dar cobertura a la rueda de prensa de la que no sabía nada. No te imaginas lo mal que lo pasé y los nervios, aunque ahora lo cuente casi entre risas por la situación. Como pude intenté evitar salir en imagen e incluso llegué a esconderme detrás de una de las pancartas.
»Me sentí fatal… pero tenía miedo de que me dijeran algo en el trabajo; de que me abrieran expediente o me echaran. No estoy siendo coherente, no puedo hacer esto más. Buscad a otra persona.»
     M. trabaja de simple currito en una caja de ahorros, esos antiguos Montes de Piedad potenciados en Italia por los franciscanos a mediados del siglo XV con el fin de combatir la usura. Si no resultara tan cruelmente irónico me estaría tronchando de la risa. El caso es que M., un ser lo suficientemente coherente y responsable como para sufrir por no serlo lo que quisiera, decide en un instante preciso ocultar su sentido de justicia bajo la arena como un avestruz y embuchar la cabeza dentro de una máscara por temor a represalias mientras los auténticos verdugos se pasean desvergonzados y a cara descubierta impartiendo su singular concepto con el hacha de cercenar cabezas en la mano. M. teme ser ella la próxima e indeseada Ana Bolena y resultar decapitada bajo los mismos cargos.

     Es cuanto menos curioso lo solidarios y presupuestamente aguerridos que se nos muestran a la ciudadanía los medios de comunicación ante esta recurrente realidad, su dolorida y arrebatada conciencia con la suerte infeliz de los desahuciados; 517 al día en los tres primeros trimestres de 2012. Es ciertamente curiosa su indecente corrección política, pues, si los datos de la víctima aparecen sin rubor en la primera página de cualquier noticiero de provincias, inviable resulta encontrar un solo diario que ose nombrar las entidades bancarias responsables de la tragedia: BBK-CajaSur y Caja de Badajoz según todos los indicios disponibles. Ocultar la identidad del verdugo, proteger su indecorosa intimidad es lo propio y oportuno en las dictaduras. Sintomáticamente lo hizo, sin buscar muy lejos en las hemerotecas, la censura del régimen franquista con el filme de Stanley Kramer “El juicio de Nuremberg” (1961), cuyo título pasó a convertirse en nuestras salas por arte de birlibirloque en “¿Vencedores o vencidos?”, cual si los oficiales nazis hubieran sido unas almas cándidas renuentes a la más nimia responsabilidad penal y criminal.

    “Dos cosas me llenan de horror: el verdugo que hay en mí y el hacha que hay sobre mi cabeza”. Lo dijo Stig Dagerman, el anarquista sueco que también acabó por suicidarse quizá harto de no perder la esperanza. La dualidad del ser humano es una verdad insoluble aunque asumible, pero M.* no es un verdugo, en absoluto, tan sólo teme el hacha que pende sobre su cabeza, esa misma que hizo rodar la de Francisco José Lema.

* El redoble de pena de muerte sobre las víctimas propicias me obliga a un guiño kafkiano -nada apetecible, pero respetuoso- a K., el protagonista de «El proceso» y «El castillo», y otorgar sólo una inicial a quien mereciera llevar su nombre con absoluta dignidad.

Fotografía Viernes santo, por cortesía de Victor Nuño

«El salario del miedo» (1953)

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     H. G. Clouzot es considerado con todo merecimiento el mago del suspense francés. Sin duda es uno de los pocos directores que sin ser un innovador revolucionario al estilo de Hitchcock resiste sin rubor la comparación con el genial realizador inglés.

«El salario del miedo», su filme más conocido junto con «Las diabólicas» es un ejemplo de ello. Partiendo de una situación de necesidad extrema en la que viven unos parados y que condiciona su decisión igualmente extrema -lo que convierte inevitablemente a esta obra en una clara denuncia social-, Clouzot nos ofrece un excelente retrato de personajes, con sus debilidades, sus angustias y desesperación a través de un recorrido terrible y angustioso que en cualquier momento puede revertir en tragedia.

¿Hasta dónde está dispuesto a ceder un ser humano en virtud de la necesidad?

Remedios equivocados

Old Window Dependent Think Dementia Woman View

Como cada domingo poco antes de las siete de la tarde Rosario está sentada en la segunda o tercera banca del templo con el andador de aluminio acoplado a su lado; la observo mientras salgo a tropel de la sacristía, guitarra en mano y en dirección al coro muy justo ya de tiempo. Me llama entonces, con su voz apagada, como a duras penas.

Rosario es una anciana encantadora, aunque dicha cualidad no haya de ir necesariamente acompañada de un delicado estilismo. Su cabello parece un peculiar híbrido entre el permanentado y cualquier peluca sintética de los años sesenta, y sus labios, carmesíes en exceso y notoriamente remarcados más allá de sus naturales márgenes, harían intuir al más escéptico que en el domicilio carece de espejos. Hace ademán de incorporarse mientras se aferra al andador; me acerco y al tiempo que le indico con un gesto que permanezca en su sitio la beso en la mejilla e intercambiamos una mirada de interpelación. Sus ojos parecen dos chinchetas negras clavadas en un panel:
– Nada, me la han denegado en Servicios Sociales.
Su rostro arrugado y casi contrito, como si la culpa fuera suya, me observa con deseo de absolución.
– ¿Y te han explicado por qué? ¿No tienes suficientes puntos?
La pregunta es el máximo perdón que soy capaz de otorgar sabedor de que la responsabilidad sobre tamaña estupidez no es suya.
– No sé… ya me ves.
La contrición ha dado paso a la cara descompuesta e impotente de quien padece estreñimiento.

Lo del baremo para poder acceder a las ayudas a la dependencia, y más en concreto para el servicio de apoyo en el domicilio, podría considerarse un despropósito. Si nos atenemos de manera nada puntillosa a las disposiciones que rigen la normativa autonómica y la ordenanza municipal -ambas de 2007- toda persona dependiente es sujeto de solicitar dicho servicio, lo cual puede traducirse de manera implícita como que cualquier persona dependiente es sujeto igualmente de que su petición sea rechazada. Traduciendo también sin haber ‘estudiao’ idiomas: la cuantía, importe y nivel de baremación de las ayudas depende sencillamente del presupuesto del ayuntamiento más que de la conjunción de otros factores mucho más consistentes desde un punto de vista de necesidad social. Sólo así es comprensible una doble paradoja, absurda y demencial para cualquier homo sapiens con medio dedo de frente, cumplida a pie juntillas en el caso de Rosario y que hace realidad palpable la cita de Einstein: “hay dos cosas infinitas, el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro.”

     Rosario es viuda, no puede realizar desplazamientos largos como el común de los mortales y apenas mantiene la bipedestación sin la ayuda perentoria de su andador, tiene una paga no contributiva, vive sola y está casi imposibilitada para asearse de forma autónoma. Hace apenas tres años, cuando el gasto social era aún una dificultad salvable y tan sólo en virtud de una pequeña aportación económica con la que colaborar en el coste total de su atención, esta anciana encantadora disponía de una persona que acudía a su pisito varios días por semana en horario de mañana y de tarde para asistirla en el aseo y en la necesidad imperiosa de levantarse y acostarse a diario, así como de un servicio de comida a domicilio ya que le cuesta media vida comprar y cocinar. Pero pasaron esos años, tres dijimos. Rosario no ha mejorado, antes al contrario, y ahora se le ha denegado el derecho a ese servicio que parece otorgarse de manera inversamente proporcional a los arrechuchos físicos sufridos por la persona que debe ser asistida.

La segunda paradoja es muchísimo mejor y más caótica. Tras esforzados estudios, los Servicios Sociales de zona, apremiados por la urgencia y las limitaciones de Rosario en el desempeño de las actividades de la vida diaria, elaboraron un informe social concediéndole por fin una prestación para remodelar el aseo y sustituir la bañera por una placa de ducha, mucho más accesible a todas luces.

En la actualidad Rosario, a la que observo alejarse renqueante apoyada en su andador tras acabar la eucaristía, dispone de una placa de ducha más resplandeciente que Venus y tan ornamental como el jaspe, pues no va a poder estrenarla en su vida al no contar con el servicio de alguien que la ayude a meterse dentro. “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Groucho sabía más que los ratones colorados.