Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

«Perramus» (1983)

Alberto Breccia by Taba26

Alberto Breccia by Taba26

Necesitaría 7 vidas y más páginas que El Quijote para elaborar una concienzuda y fidedigna reseña sobre “Perramus”. Ni tengo las vidas de un gato ni tantas páginas como El Quijote, por lo que tal reseña ni será concienzuda ni fidedigna, pues la única forma cierta de conseguir esa excelencia sería leer este maravilloso lienzo, perpetrado entre Sasturain y Breccia, al menos un millar de veces y renunciar explícitamente a dicho abordaje que ni me atrevo a comenzar. Demasiados piratas me esperan con tan escasas armas a mi disposición.

     Mi empresa ya fue harto difícil desde el empeño inicial de tener en mis manos esta inusual obra, creada y publicada en cuatro partes -de desigual aunque similar nivel- entre 1983 y 1990. En edición sólo la última: “Diente por diente”, del resto sin noticias de Dios e incluso ni presentes o disponibles en las sempiternas webs de segunda mano. Tal es así que me vi obligado a crear una sola ficha para todas ellas, en la única edición conjunta -creo que extinta- de 1990, pues resultó del todo imposible rescatar las de las tres primeras: “El piloto del olvido”, “El alma de la ciudad” y “La isla del guano”. Las dudas surgían en mi mente y colapsaron: ¿cómo era posible que este título, considerado por muchos críticos como un referente y la obra maestra de Breccia hubiera desaparecido del mapa y ninguna editorial decidiera reeditarlo? Tras su lectura se me despejaron todas las dudas… 

     “Perramus” es una novela gráfica muy difícil de querer por su propia idiosincrasia. Tal vez, para no conducir a engaño, la misma portada de cada edición lo deja cristalino: el dibujo exquisito de Breccia alcanza unos límites de experimentación que jamás en mi vida había visto. Desde el perfecto uso de la aguada a lo largo de toda la obra (considero que la técnica de dibujo más difícil con creces), pasando por el raspado a cuchilla para conseguir esos excelsos claroscuros tan característicos de su pluma (no en vano era conocido como el Maestro del blanco y el negro) o el recurso a aspectos del Pop Art (como el uso detallado de recortes o de la técnica del collage). A esta evidente dificultad para el gran público, más acostumbrado a la tinta o a los trazos firmes y definidos provenientes del estilo y diseño de los cómics norteamericanos o del mismo Breccia de Mort Cinder, se une el descomunal componente metafórico y alegórico que Sasturain le infunde a los guiones y que invita, una y otra vez, a detenerse, pararse a pensar y releer, sabiendo a ciencia cierta que ni así has llegado a comprender todos los matices políticos y sociales que desprenden sus páginas.

Perramus_02     Difícil de querer, lo acepto, pero necesario de acoger, con el cariño que estemos dispuest@s a otorgarle. Ese dibujo destrozado de Breccia, que tanto me recuerda a la etapa oscura de Goya, y los guiones satíricos y espesos de Sasturain son la evidente necesidad al sentido y significado de esta obra, culmen de la denuncia cínica y despiadada hacia las dictaduras y la falta de libertad y de ideales que, empiece donde empiece, termina abarcando a estados e individuos de una manera casi indisoluble: el “pan y circo” de Juvenal y que tan bien recuerdan los autores en uno de los episodios. El propio anti-héroe de la historia, Perramus, un cobarde que olvida que lo es, no tiene ni nombre -dicho término define una prenda tipo gabardina, símbolo quizá de la identidad ocultada para no ser eliminada-, y los “milicos” no disponen de rostros, son calaveras andantes, faltos de identidad, de humanización. Breccia y Sasturain optan por el derrumbe crónico y global a través de lo grotesco y lo metafórico, y en sus países imaginarios -que bien podrían ser los gobiernos de Chile o Argentina- nadie se salva, ni los gringos, simbolizados en una recurrente lluvia de mierda (perdón), ni la propia revolución, “una enfermedad que se cura con el tiempo”.

     …y nos queda Borges, alma de la historia, maestro de cultura y sabiduría cuando abre la boca, y ese “lugar” donde convergen cada uno de los personajes, reales o ficticios, que se hacen presencia: García Márquez, Osvaldo Pugliese, Richard Gómez… Todos tiene cabida en este universo paralelo que da miedo e interroga en virtud de tanta realidad.

     Termino con Kavafis, como el propio Borges: “cuando emprendas tu viaje a Itaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. Llegar allí es tu destino. Mas no apresures nunca el viaje. Itaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte”. 


 


«Come Back, Africa» (1959)

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Lionel Rogosin

     Difícil se me hace comenzar a hablar de «Come Back, Africa». La película, podríamos decir pseudodocumental, de Rogosin gana enteros según pasan las horas y los días desde su visionado hasta llegar a un punto en el que he de considerarla todo un hito en la historia del séptimo arte: se me antoja que este filme, aparte de sus otras beldades, podría considerarse el inicio del cine de autor independiente al que con escasa falta de rigor se acogen en la actualidad directores de la talla de Lynch, Tarantino o Cronenberg. ¿Por qué?

     «Come Back, Africa» es la historia de un peligro real, de un sobrehumano esfuerzo en pos de la denuncia social y política de una realidad condenada a pasar desapercibida. Tan simple como que la película fue rodada íntegra y clandestinamente en Sudáfrica, vendiéndola como un filme cómico sobre música étnica, en plena ebullición del Apertheid y donde los afrikáneres quedan bastante mal, rozando el más absoluto de los ridículos gracias al estilo popular y sardónico -puede que para algunos excesivamente cargado de clichés, aunque no olvidemos que estos en ocasiones pueden ser de lo más objetivo- que Rogosin emplea en las contadas escenas donde los descendientes holandeses son sus absurdos protagonistas.


     Pero no es esta novedosa indignidad y reclama, a la que su unieron grandes personalidades de la cultura y de las artes sudafricanas como Miriam Makeba (que demuestra sobradamente el don otorgado a su voz en una emotiva escena), lo más atractivo del filme de Rogosin es el rigor y naturalidad con los que muestra la situación en la que malvivía la mayoría negra, que en un magnífico toque de objetividad tampoco sale siempre bien parada, aunque posiblemente sea así en virtud de la lacra social con la que se le ha marcado. Con un formato y estilo extraído del más puro neorrealismo europeo y que en nada tiene que envidiar a algunos de los míticos filmes de De Sica como «El limpiabotas» o «Umberto D», el director norteamericano nos mete de lleno en medio de los guetos creados en la barriada de Sophiatown, a las afueras de Johannesburgo, donde nos recuerda una y otra vez lo que de manera radical y dolorosa nos regaló Buñuel en «Los olvidados», película con la que también comparte mucho esta de Rogosin, y que es dogma en el movimiento cinematográfico iniciado en Italia: para los pobres no hay esperanza, sólo existe desaliento. El desgarrador contraste entre la demolición, cascotes y ruinas entre las que encontramos a la población nativa y los altos y abigarrados edificios de la ciudad de Johannesburgo es devastador y hace recordar dos filmes de otro de los magnos directores italianos de finales de la década de los 40, Roberto Rossellini: «Alemania, año cero», y especialmente la desolación que rodea a los protagonistas en «Roma, ciudad abierta». 

     Sin duda un boom nada comercial y absolutamente tan olvidado como El Jaibo, protagonista del filme de Buñuel. Una pena, tanta, que lo peor es sin duda la dificultad para el común de los mortales de poder acceder a su visionado. Mi mayor suerte tiene nombre: Festival de Cine Africano de Córdoba.

         [youtube https://www.youtube.com/watch?v=Buod66bq0cg]

Roger Wolfe

wolfe1[1]Roger Wolfe

     No resulta difícil imaginarse al libertario Roger Wolfe con un pitillo en la boca y un vaso de güisqui en la mano a imagen de Raymond Chandler, escritor con el que bastante tiene en común, de abrupto y de directo, el poeta y ensayista de origen británico.
   
     Nada delicada, golpeadora, vigorosa y profundamente filosófica más allá de lo incisivo de sus versos, la obra de Wolfe que el propio autor define como Escritura Total entronca con el fatalismo existencial y profundamente lacónico de los poetas malditos Rimbaud, Baudelaire o Verlaine. Sin pelos en la lengua y añadiendo a su estilo un uso perverso y sarcástico de vulgarismos Wolfe pasa por ser uno de los autores contemporáneos más originales en lengua castellana como puede comprobarse en la genial antología poética «Días sin pan» que compiló el también poeta Karmelo C. Iribarren.

     Siempre visceral en el amor, en la guerra y en la crítica dejo lo apropiado en este blog. Unos poemas indignados desde lo profundo.



Democracia

Otra maldita tarde
de domingo, una de esas
tardes que algún día escogeré
para colgarme
del último clavo ardiendo
de mi angustia.
En la calle
familias con niños,
padres y madres
sonrosadamente satisfechos
de su recién cumplido
deber electoral;
gente encorvada sobre radios
que escupen datos, porcentajes
en los bancos.
Corderos de camino al matadero
dándole a escoger el arma
al matarife.




Moscas

Los demócratas
han aprendido
de las moscas:
cuanto mayor 
sea el tamaño
de la mierda
tanto más grande
es el consenso.

La tortura, viejo y literario género…
            
Me hablaba
del cielo de Esmirna,
de las doradas cúpulas
que alumbra la tarde veneciana,
del aire perfumado y cómplice de ciertas
umbrosas callejuelas tunecinas, la belleza
inenarrable de Florencia,
y – cómo iba a faltar-
de ese cafetín donde en Lisboa
martirizaba los versos del Poeta…

Hay gente en ocasiones que deseas
que fuera un libro, para así
poder cerrarla con un sonoro y seco
golpe de la mano, sin marcar la página,
y devolverla luego para siempre
al lugar en que por derecho
corresponde:

los mustios anaqueles
de una rancia biblioteca.

 

Revertir la realidad

A María Chércoles, con esperanza

 

Flowers by giedriusvarnas

Flowers by giedriusvarnas

 Voy a hablaros de Carmen, una gitana que pasa ya de los cuarenta, con mirada de gato pedigüeño y tan salpicada de defectos como yo, pero tan de otro costal que no me supone esfuerzo perdonarlos al no reflejarse en ellos mi debilidad. Carmen no tiene ingresos, así de simple y metódico como quien da la hora, no dispone ni de una minúscula calderilla cobriza de esa que los que usamos tarjeta dejamos abandonada en el suelo con tal de no doblar la cerviz. Cuando, acompañada de sus tres hermanas, asoma su enmarañada cabellera bajo la persiana del local de reparto protesta, exenta de reflexión pero con la lógica de un pueblo al que se le ha acostumbrado a vivir de la mendicidad en los suburbios durante seis siglos sin exigirle nada a cambio. Con los párpados caídos, medidos aspavientos y pretendiendo dar la justa lástima que no sobrepase el límite hacia el teatro del absurdo señala los lotes de alimentos que le resultan más convenientes para su fin:
     – ¿Y por qué a mí nada más que me dais una botella de aceite? ¿Y yo no tengo galletas?
     
     Los voluntarios, inexpertos aún en el curioso trajín de la pobreza, se miran con cara de haber sufrido un ictus. El hombre de recortada barba que comprueba los carnés de identidad observa el listado con creciente perplejidad colocándose sus redondas gafas con el índice y el pulgar. Rastrea con el dedo una de las columnas de la base de datos impresa y lo que encuentra lo devuelve a la obvia realidad. Número de miembros: 1. 
     – Carmen, estás mirando lotes de familias que viven hasta doce en la casa y con menores y tú eres sólo una persona, lo que ya es una excepción, pero como venían tus hermanas…
     La aludida siguió relatando la lista de los reyes godos y hasta la de los reyes del mambo, con movimiento de cadera incluido y rostro rubicundo de querer insistir aun consciente de haber agotado todas las posibilidades.

     El comportamiento de Carmen, en buena medida basado en un individualismo crónico en virtud de su necesidad recurrente, me lleva a recordar el submundo impreciso e inestable en el que subsiste -”cuando se sufre no da tiempo a pecar”*- y a establecer que el saber popular a veces tiene el cañón más desviado que la escopetilla de un quiosco de feria. Quienes, a imagen del “mi causa es lo mío” de Stirner, promueven el egoísmo moral como único axioma de sentido común y de supervivencia social responden con toda probabilidad en su exposición de principios a intereses fatuos y de obligada justificación personal: es infinitamente más cómodo y menos abrasivo convenir una idea, aunque pueda resultar errónea, que modificar la conducta; tal vez sea ese el motivo perfecto por el cual nos resulta mucho más útil afirmar la credibilidad de la figura cruel del juez Frollo que la excelsa de Valjean, por recurrir a dos personajes del inmortal Hugo. 

     Siendo  lo más práctico posible puedo afirmar definitivamente que dichas personas tampoco conocen a las vecinas de Carmen. Una de ellas tiene setenta años y una pensión no contributiva, pero a pesar de la propia urgencia le regaló a Carmen un vale de alimentos por valor de treinta euros, otras le compran diariamente el pan, las de más allá le llevan comida… Como contraparte Carmen limpia el portal sabedora de que toda persona tiene algo que ofrecer por encima de los recursos económicos. El trueque de los don nadie, su solidaridad insoslayable que hace del compartir una opción real a través de la que es posible revertir la realidad pues es capaz de interpretarla desde otros parámetros. 

    Me niego a tomar conciencia de esa ambigüedad conspicua sobre una bondad etérea cuyo deber, si bien habría de consistir en realizarse, ya se supone lastrado de forma perenne por su imposible practicidad en la vida del ser humano. Pero si alguien lo hizo una vez ya es posible, no es necesario que se repita varias veces y la libre voluntad de abrazar el humor crítico de Groucho como quien hace honor a la verdad: “estos son mis principios; si no le gustan… tengo otros”, no la siento como voluntad propia. Aquellos actos que me sirven de justificación no han de ser por ello irreductiblemente naturales y espontáneos y lo que tiene posibilidades de ser mejor es un deber moral luchar para que así sea; en eso basamos nuestra esperanza, ¿o acaso no nacen flores del estiércol?



* Gloria Fuertes, “Historias de Gloria: amor, humor y desamor”, 1983.