Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

«Cuando pasan las cigüeñas» (1957)

flight formation by Rikitza

flight formation by Rikitza

     «Cuando pasan las cigüeñas» puede no ser perfecta en el plano argumental, especialmente por el exceso de agilidad en la primera media hora de película que impide que empaticemos de forma clara con la situación que ha de vivir nuestra protagonista, la hermosa e impresionante interpretativamente Tatiana Samoilova, y que la hace aferrarse a lo poco que le quedó, olvidando precipitadamente toda esperanza y toda promesa sin aferrarse desde el amor a que pasen de nuevo las grullas (que curiosamente son estas aves migratorias, nunca cigüeñas). Pero en el plano técnico es tan espectacular, que todo, absolutamente todo es perdonable y fácil de obviar.
Kalatozov comenzó a dirigir en la década de los años 30, más de diez años antes de que Orson Welles asombrara al mundo con su estilo narrativo y ruptura con todo lo convencional tras el estreno de «Citizen Kane», pero su trabajo llega a cotas de experimentación, montaje, desarrollo y estructura secuencial de un nivel exquisito y rompedor tal y como nos mostraría de forma igualmente magnífica en la políticamente incorrecta «Yo soy Cuba». Algunos travellings (despedida de los soldados, su posterior regreso del frente), la planificación (excelentes picados y contrapicados, primeros planos muy en la línea de distorsión de Welles, y algunos planos secuencia como la llegada de los tanques o la correspondencia, y de cámara fija girada desde el suelo como la magistral escena del pasillo cuando es perseguida por Mark) o el exquisito montaje, que transmite de una manera excepcional los sentimientos y paranoias de los protagonistas, hacen de este filme una obra con mayúsculas y de inmediato goce para los amantes del séptimo arte.

     Destacar la vibrante fotografía en blanco y negro, el sorprendente realismo de las escenas de batalla y un argumento sorprendente e inusual para la Rusia comunista (Kalatozov filma por vez primera una derrota caótica y desesperada de las tropas soviéticas) y cuyo enfoque del sinsentido de la guerra influiría poco después en la también magnífica y más centrada en el frente y su decadencia «El destino de un hombre» (Bondarchuk, 1959). Lo que supuso una terrible verdad en los democráticos EE.UU. con la despiadada «Los mejores años de nuestra vida» (W. Wyler, 1946) ha de considerarse de mayor mérito en esta obra realizada en un país acuciado por la censura a todos los niveles (encima el director es georgiano).

     Termino comentando la evidente influencia a nivel narrativo que este filme tiene sobre «El cazador», de Cimino (e incluso su injustamente masacrada «La puerta del cielo»). Ambas comienzan con celebraciones, compromisos y excelsas alegrías destrozadas tras la llamada a filas. En la película de Kalatozov esa felicidad mística se hace realidad a través de una omnipresente banda sonora quizá en exceso almibarada, pero que encuentra plena concordancia con los acontecimientos que se van a ir desarrollando y que hallan su punto álgido con la desgarradora interpretación a piano de Mark.

     En fin, una obra necesaria, compleja y radical a pesar de sus mínimos defectos y que merece ser conocida.


<p style="text-align:center">https://www.youtube.com/watch?v=qXCS9LlBAV0</p>

La gitana del romero

Gitana de Granada, National Geographic Magazine (1917)

Gitana de Granada, National Geographic Magazine (1917)

     Acabo de hacer un rastreo incisivo por la red -debiera de ser escrita con mayúsculas tal vez, so pena de que algún iluso piense que he salido a realizar pesca de bajura-. Poca cosa era el objeto de mi trasiego, pero preciso y metódico en virtud de lo acotado de mi búsqueda: “facultad de ciencias politicas asignaturas” escribí en el teclado del ordenador antes de pulsar de inmediato con el dedo corazón el botón de Intro. En este momento he de pedir disculpas por la ausencia de tilde sobre la primera i de la palabra políticas, pero mi pereza y escasa exigencia en este menester internauta tiende con excesiva facilidad a la economía lingüística, aunque podría jurar sobre todos los libros sagrados que no soy el único.
Tras un microsegundo -exagero ciertamente pues mi ordenador adquiere en ocasiones un ritmo tan cadente y estresante como la homilía de cualquier cardenal- múltiples fueron los resultados volcados en la pantalla por el buscador y yo, con un celo y una motivación que envidiaría Jack el destripador a la hora de despanzurrar vísceras, me dispuse a coleccionar información sobre diversos planes de estudios de otras tantas Universidades. He de aclarar, antes de que las elucubraciones mentales saquen de contexto mi esfuerzo, que el único interés que me ha movido a tamaña estupidez es meramente científico, pues no entra dentro de mis objetivos en esta vida ni en otras que se me pudieran otorgar el dedicarme a estudiar Ciencias Políticas. Pudiéramos decir que repleto hasta el hartazgo de escuchar los cantos de sirenas de gobernantes, ministros y opositores simplemente me sobrevino una duda cartesiana.


     Fundamentos de Ciencia Política, Economía Política, Historia Política, Estadística aplicada, Relaciones Internacionales, Estructura Social Contemporánea, Derecho rezaban entre otras las materias contempladas en varios de los programas de la licenciatura. En cada ciclo y rincón de las webs expurgué, escarbé como si de ello dependiera mi vida, pero por ningún lado hallé Manipulación Política, Falsedad Instrumental, Incumplimiento de Programa… Cierto que en uno de los planes de estudio y con un valor de doce créditos (el más alto entre todos con los que me topé) se podía leer dentro de una de las tablitas: Prácticum. Ahí es, fijo, donde luchan por convertir en realidad la inviabilidad anunciada por Lincoln: “se puede engañar a todos poco tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”. 

     Reflexionando entonces acerca de las causas que arrastran cual acto reflejo al común de los mortales a asumir como aprehendido aquello que no ha sido aprendido recuerdo a Paqui, una joven gitana de cabello enmarañado y ojos firmes que mientras compartía su experiencia en unos talleres de empleo y con espontánea insolencia soltó una insondable verdad a un auditorio absorto. Fue después de que a alguno de los presentes se le antojara la refulgente idea de preguntarle con una abierta sonrisa si había sentido alguna vez el rechazo. Paqui, que con unas ramitas de romero en la mano dedica sus mañanas a leer la buena ventura (nunca es mala) apostada a la salida de una de las puertas del Patio de los Naranjos de la Mezquita, respondió henchida de satisfacción y de discreción: “He tenido suerte. La gente se ha portado siempre muy bien conmigo”. Entonces, como en un impulso, se encogió de hombros, fijó la vista con total voluntariedad en una de las personas sentadas al fondo de la sala a la que evidentemente había reconocido poco antes al entrar, la señaló con el dedo y a partir de ese instante su libertad de expresión venció por KO el pulso sostenido con la prudencia sin importarle un quark que el hombre en cuestión estuviera ataviado de vestiduras eclesiásticas: “Pero mira, ya que lo preguntas, la verdad es que una persona me trató como si fuera una mierda, y está ahí sentado detrás; sí, tú -continuó señalando casi con aspavientos por si acaso el susodicho no quería darse por enterado cuando más de la mitad de la sala lo observaba volverse del color de un bebé con escarlatina-, el antiguo secretario del obispo. Cuando fui una mañana a pedirle ayuda me soltó que lo que debería hacer era quitarme de la Mezquita porque estaba dando mala imagen a la ciudad de Córdoba”. “Pues eso que dices no lo recuerdo”, se oyó en un suspiro ahogado y como para adentro desde la última fila de asientos. “Normal que digas que no te acuerdas, porque eres quién eres, pero yo digo la verdad sea la que sea porque cuando salga de esta sala seguiré siendo la gitana del romero”. Y pasó a relatar con precisión quirúrgica el primer y desafortunado encuentro entre el antiguo secretario del obispo y la gitana joven de la ramita de romero.

     Opinaba Il Poverello de Asís que la pobreza es la base de la no-violencia, pues quien nada tiene no necesita armas para defender sus posesiones. La mentira y la manipulación son dos armas afiladas en manos del poder establecido con el fin inmisericorde de mantener el status quo. Son los blasones a los que se aferran y en los que se escudan quienes hacen infamia de la verdad evidenciando que peor y más deleznable aún es tratar al pueblo como imbécil que lanzar los propios embustes.

     En las próximas elecciones habrá que dar una vuelta por los alrededores de los muros de la Mezquita. Allí, cualquier mañana de tiempo incierto, con unas monedas de cobre en el refajo y calzando sus zapatillas de boatiné, hallaremos al candidato idóneo: Paqui, la gitana del romero, manipuladora de extranjeros inexpertos, pero que reconoce que lo es en idéntica medida a que cuando habla apenas tiene nada que perder.

Ángel González

Ángel González

Ángel González

Lo perdimos a principios de invierno, hace tan poco tiempo que imposible es escapar de su recuerdo, aunque con toda probabilidad no sea algo que nadie pretenda ni desee, porque Ángel González te llega, te impregna, te rodea y te vence con una naturalidad tan pulcra que difícil se hace entender profundamente su coloquial estilo de escribir.

     Cuando abrazas un libro del poeta asturiano el tiempo se detiene por momentos y de repente avanza de forma tan acelerada que en un suspiro serías capaz de fagocitar un poema tras otro impulsado por el realismo curioso, irónico y esencialmente turbador y transmisor de sus versos. 

     Creador de algunos de los poemas de amor más reconocidos por los amantes de la poesía contemporánea y con un estilo peculiar gracias a la fusión inmensa y precisa entre urbanidad-sencillez y metafísica-complejidad y que tuvo una inmediata influencia sobre los autores de la poesía de la experiencia como Luis García Montero o Carlos Marzal, no por ello hemos de olvidar que Ángel González es enmarcable dentro del grupo de poetas llamados la Generación del 50 o de los niños de la guerra. Su reivindicación socio-política y de denuncia social, posiblemente marcada también por la descomposición de su núcleo familiar desde muy pequeño debido a los azares de la Guerra Civil, se deja ver sin tapujos en buena parte de su producción poética, desde una forma de escribir intimista, pero tan cercana y transparente que es fácil de amar hasta por quienes suelen poner freno a este género debido a su habitual dificultad.

     Podríamos recurrir a la multitud de premios con los que fue galardonado Ángel González a lo largo de su trayectoria profesional, pero la poesía es alma y la única forma de encontrarle valor infinito es con su lectura. Neguémonos a ofender a Dios y dejemos fluir sus versos, los que anulan la tibieza y dan ser y presencia a quien tantas veces lo entregó.

MENDIGO

Es difícil andar
si se ignoran
las vueltas del camino,
si se duda
la firmeza del suelo que pisamos,
si se teme
que la vereda verdadera
haya quedado atrás,
a la derecha
de aquellos pinos…
(…o quién sabe
si perdiéndose en otra primavera
hace tiempo,
cuando una
cálida brisa me empujó hacia el Sur,
y yo pensé:
«el viento quizá sepa»,
y uní a él mi destino,
y seguí andando,
y llegué hasta esta orilla
de mi vida
donde
—después de tanto esfuerzo—
me he sentado
a recibir
lo que los transeúntes quieran darme.)

—Una sonrisa para este vagabundo,
caballero.

—Dejad en mis pupilas,
bondadosa señora,
algo de la belleza y de la luz
que hay en vuestra mirada también triste.

Lo que los transeúntes quieran darme.


CIUDAD CERO

Una revolución. 
Luego una guerra. 
En aquellos dos años -que eran 
la quinta parte de toda mi vida-, 
ya había experimentado sensaciones distintas. 
Imaginé más tarde 
lo que es la lucha en calidad de hombre. 
Pero como tal niño, 
la guerra, para mí, era tan sólo: 
suspensión de las clases escolares, 
Isabelita en bragas en el sótano, 
cementerios de coches, pisos 
abandonados, hambre indefinible, 
sangre descubierta 
en la tierra o las losas de la calle, 
un terror que duraba 
lo que el frágil rumor de los cristales 
después de la explosión, 
y el casi incomprensible 
dolor de los adultos, 
sus lágrimas, su miedo, 
su ira sofocada, 
que, por algún resquicio, 
entraban en mi alma 
para desvanecerse luego, pronto, 
ante uno de los muchos 
prodigios cotidianos: el hallazgo 
de una bala aún caliente, 
el incendio 
de un edificio próximo, 
los restos de un saqueo 
-papeles y retratos 
en medio de la calle… 
Todo pasó, 
todo es borroso ahora, todo 
menos eso que apenas percibía 
en aquel tiempo 
y que, años más tarde, 
resurgió en mi interior, ya para siempre: 
este miedo difuso, 
esta ira repentina, 
estas imprevisibles 
y verdaderas ganas de llorar. 


ELEGIDO POR ACLAMACIÓN

Sí, fue un malentendido. Gritaron: ¡a las urnas! 
y él entendió: ¡a las armas! – dijo luego. 
Era pundonoroso y mató mucho. 
Con pistolas, con rifles, con decretos. 
Cuando envainó la espada dijo, dice: 
La democracia es lo perfecto. 
El público aplaudió. Sólo callaron, 
impasibles, los muertos. 
El deseo popular será cumplido. 
A partir de esta hora soy -silencio- 
el Jefe, si queréis. Los disconformes 
que levanten el dedo. 
Inmóvil mayoría de cadáveres 
le dio el mando total del cementerio. 

“Arbeit macht frei”

Arbeit macht frei in Auschwitz

Arbeit macht frei in Auschwitz

     Hace calor en la pequeña cocina office del bar de tapas. Primavera y media tarde en Córdoba es sinónimo de bochorno por muy condescendientes que se muestren ese día las isobaras a nivel termostático en la pantalla de cualquier televisor al final del noticiero. A horas tan poco halagüeñas para el consumo callejero Mar es la única empleada dentro del establecimiento; desde la salita en la que está intentando, con un cuchillo jamonero, sacar el máximo provecho posible al hueso ensartado en su soporte y que parece haber sido devorado a conciencia por un banco de pirañas, escucha hablar con tono soporífero a una pareja que medio adormilada y haciéndose arrumacos se toma las primeras cervezas de la tarde sobre las banquetas apostadas a la vera del mostrador. Mar, con los bordes de los párpados superiores que parecieran cosidos a retazos a la comisura de los ojos, muestra más cansancio que sueño. Cubre su mano izquierda con un guante de malla mientras con la diestra intenta apurar y sacar tacos de jamón de una zona cercana al codo. 

En una de sus tozudas embestidas contra la paletilla el cuchillo se escurre y no halla hueso; Mar lo devuelve maquinalmente a la postura inicial para continuar su tarea y un géiser escarlata explota hasta la altura de sus ojos moteando con abstractas amapolas la mesa, los útiles de cocina y parte de la pared. La chica pide ayuda mientras arranca nerviosamente tiras de papel de cocina, se coloca las trazas de manera poco ortodoxa alrededor de la zona del antebrazo -a unos tres dedos de la articulación- por la que emana la sangre como del cráter de un volcán y tapona una incisión que aún es incapaz de localizar. La pareja ha dejado las carantoñas tras ser despejado su sueño en virtud de un bofetón inesperado y se acerca a socorrer a Mar, quien con rostro blanquecino y tiritando de pánico parece tener en mente varias preocupaciones y estar estableciendo un erróneo orden de prioridades.

     Aunque puede ser conveniente explicar determinados detalles en beneficio del lector curioso es preciso afirmar que lo de menos es que en un microsegundo de lucidez decidieran llamar a la policía para que vigilaran el local mientras aparecía la compañera de Mar que entraba de turno en breve, o que el miembro supuestamente más asentado en el combate de la pareja que la acompañó a urgencias casi sufriera una lipotimia observando el dantesco maremágnum que lo rodeaba mientras el sexo “débil” mantenía juiciosamente la compostura. Lo de menos ha de ser incluso que el corte del cuchillo, profundo y seco en el músculo supinador, precisara de cuatro puntos externos de sutura y otros tantos internos, o que el doctor que la intervino comentara con la locuacidad de la costumbre que si Mar se hubiera esforzado tan sólo un cuarto de dina más a la hora de taladrar el jamón se hubiera seccionado la arteria radial quedándose en el sitio. 

     Lo de más y meridianamente importante es lo que debiera ser menos evidente; que con el antebrazo hinchado desde la articulación hasta los dedos comenzando ya a amoratarse y salteado con varios bultos producidos por coágulos de sangre la vi a las horas, esa misma noche, temblando y ausente aún de reacción como un ser vuelto a la vida pero que desconoce a ciencia cierta que así ha sido; y que la llamó su jefe, cubierto muy probablemente en un halo de cinismo y preocupación utilitarista, pues a los dos días ya había colocado a Mar en el cuadrante del próximo fin de semana: viernes tarde, sábado de turno partido y domingo de mañana. 

     Ante tamaña demostración de humanidad no pude menos que recordar aquella famosa escena del filme de Spielberg “La lista de Schindler”. Itzhak Stern (Ben Kingsley), el contable judío, acaba de ser detenido y apilado como carne sin valor dentro de un tren para ser deportado de inmediato a uno de los campos de exterminio que el régimen nacional-socialista tenía diseminados por Alemania, Austria, Polonia… Oskar Schindler (Liam Nesson) lo busca compulsivamente posando su mirada inquieta en cada uno de los vagones de la máquina. Perdidas las esperanzas y a punto de batirse en retirada, por la rejilla de uno de los contenedores asoma la cabeza hacinada de Stern, sudoroso, con los ojos abiertos y muerto de miedo. Una vez liberado de una muerte más que probable ambos caminan acelerados por el anden de la estación; el contable tan sólo abre la boca para darle las gracias a su jefe mientras se seca el sudor de la frente. Oskar se muestra enfadado, tenso y confuso: “Y si hubiese llegado cinco minutos tarde, ¿qué habría sido de mí?”, le espeta con un egoísmo del que es incapaz de hacerse consciente. 

     “Arbeit macht frei”, rezaba sobre las puertas enrejadas de muchos de los llamados eufemísticamente campos de concentración nazis: “El trabajo os hace libres”. Libertad para morir, ochenta y siete muertes en los dos primeros meses del año en curso. Dos centímetros evitaron un aumento en la estadística. Cualquier degenerado acabará consiguiendo que aumente, en sus modernos campos de exterminio, y con el beneplácito del Führer.