Acerca de Rafa Poverello

Más allá de la falsedad del nombre, pues no soy pobre ni aunque quisiera en virtud del bagaje socio-cultural del que me es imposible escabullirme, mi espíritu anda de su lado, no porque sean buenos, sino porque se les trata injustamente.

Regla de tres


    Es merecedor de perdón el ignorante, mas difícil remisión puede recibir el manipulador. Al ignorante puede hacerle reaccionar una noticia desconocida, al manipulador tan sólo puede hacerle cambiar un milagro.

    Viene a cuento esto por las múltiples declaraciones de los dignatarios europeos (¿no habría otra palabra que no proviniera de la misma raíz que dignidad?), entre los que habríamos de incluir a nuestro ínclito presidente del gobierno, Don Mariano Rajoy Brey, tras la última y terrible tragedia cerca de las costas de Lampedusa en la que han perdido la vida cientos de seres humanos, acerca de la necesidad de fomentar un clima de estabilidad en los países de origen para evitar que estas personas se vean en la obligación de abandonar su hogar. Ya lo dijo el verano pasado, y ahora lo repite.

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Inmigration by MaxHierro

    Entonces reflexiono, hago cábalas mínimas y me acojo a una simple regla de tres suponiendo, sin dolo ni mala fe, que aunque don Mariano haya estudiado Derecho y lo mismo es de letras, si el que suscribe -un vil estudiante de BUP en latín y griego- sabe relacionar determinados aspectos Rajoy ha de saber hacer lo mismo, pues cuenta además con muchos más datos. Luego, si no puede ignorarlo o es imbécil (en el justo término empleado por la RAE en su primera acepción: alelado, escaso de razón) o manipula la verdad según el interés personal.

Mas como mi intento sólo pretende un mero ejercicio de mayéutica, es decir, para neófitos, llegar al conocimiento a través del cuestionamiento ayudando a una persona a que lo alcance a partir de sus propias conclusiones, habremos de atenernos a los hechos objetivos.
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«Trastorno» (1966)

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A poster of Thomas Bernhard, por Williamdallwitz

Algo suavecito, como un bolero, quería yo. Para no pasar ni un mal rato ni perderme en escabrosos laberintos de letras y estilos. Una novela de transición después de un par de obras de esas que te sientan mal por argumento, por muy bien escritas que estén.

Alguno que otro ya se estará tronchando de la risa, claro, porque esta introducción aclaratoria y necesaria tipo catarsis es de un libro de Thomas Bernhard que, encima, se llama Trastorno. Pero el caso es que me atraía la sinopsis, y el haber oído eso de que el austríaco es uno de los mayores escritores en lengua alemana (y más) de todo el siglo XX. Pues eso, como no tenía el Nobel ni nada me lancé a la piscina con la inconsciencia de un bebé de pecho sin ponerme a leer antes ni una coma del estilo del autor. Cosa harto extraña en mi caso.

La obra dispone de dos capítulos de desigual longitud. El primero me sorprende por su pulcritud, perfectamente escrito, con unas características peculiares en los diálogos y enfoque de personajes, donde el protagonista de la historia no es el que la narra en primera persona y en el que, a partir de las enfermedades físicas de diferentes actores que trata un médico rural, Bernhard comienza a desentrañar con contundencia las dolencias que arrastra la sociedad que le rodea: muerte, desesperación, asesinatos, suicidio, individualismo… Todo ello sin renunciar un segundo a un marcado componente filosófico y metafísico y una exquisita sensibilidad en medio del caos que, incluso en nada veladas referencias del mismo autor, recuerda irremediablemente a Kafka. Tanto El castillo como La metamorfosis… y la inseguridad vital de El proceso aparecen en buena medida dentro de las páginas de toda la novela.

Y entonces llega la segunda parte, que comienzo a leer con verdadero interés y expectativas, en cuyo inicio se relata la llegada del doctor y de su hijo -que es en realidad el narrador de toda la obra- al castillo de Hochgobernitz para visitar al Príncipe Saurau, un tipo tan loco como genial, quien supuestamente está en tratamiento. En un principio el método parece discurrir de manera similar al de la primera parte, a base sobre todo de monólogos, esta vez en boca exclusiva del príncipe, sin apenas intervención de los otros dos personajes presentes y renunciando de forma expresa a cualquier apunte meramente descriptivo de situaciones o lugares más allá de dentro o fuera de las murallas. Pero de repente, en apenas unos párrafos, y debido especialmente a esa manía mía lectora de buscar el siguiente punto y aparte para colocar el separador al dar por terminada la lectura del momento, veo que el siguiente se halla cuatro o cinco páginas atrás. Voy echando pues un ojo al asunto, ya que la densidad y estilo de Bernhard además son exigentes en grado sumo y el discurso del soberano más que un monólogo semeja un soliloquio de mezcolanzas inverosímiles, palabras y frases en cursiva, diálogos de otros personajes conocidos a los que hace alusión Saurau, quien a su vez está hablando a través de los recuerdos de la primera persona del hijo del doctor, idas y vueltas a la misma idea… y todo ello, de nuevo, con un agobiante componente filosófico, trascendental y de mala baba hacia las convenciones sociales y los políticamente correcto… Decía que echo un ojo entonces y descubro que desde la página 152 hasta la 216 no hay ni un puñetero punto y aparte, lo que no quiere decir a la postre que el príncipe no cambie de discurso, de idea, de enfoque, de con quién o con qué meterse en medio de sus trastornos e incoherencias perfectamente hilvanadas… hasta se atreve a terminar la novela con unos puntos suspensivos que dan buena razón de que no hay fin a la debacle, a la desazón, al trastorno social. Sigue leyendo

«El pisito» (1959)

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Marco Ferreri en Cannes

Antes de que se le fuera la olla, Marco Ferreri tampoco era un tipo corriente que digamos. Incluso esa particular ida de olla -tan odiada por muchos y tan adorada por otros cuantos- podría suponerse que no estaba exenta de un medido control. A partir de mediados de la década de los sesenta alcanzó la fama -merecida para muchos y desmesurada para otros cuantos- con la extrañísima cinta, híbrido entre la intriga, el drama y el simbolismo, “Dillinger ha muerto” (1968), que a nadie dejó indiferente. Años más tarde, en otro alarde de exceso, nos regaló la fagocitante y premiada “La gran comilona” (1973), que a más de uno puede hacer vomitar al igual que a sus protagonistas.

Algo sorprenden pues los inicios de este director italiano, sin los cuáles no habría existido probablemente el Almodóvar que todos conocemos, quien reconoció sin ambages la importancia de “El cochecito” en la historia del séptimo arte en España. Curiosamente, Ferreri, que rodara en Francia e Italia, se dio a conocer internacionalmente con dos producciones nacionales con guión de Rafael Azcona (basadas en sendas novelas del escritor, también responsable del guión de “La gran comilona”). La primera “El pisito” (1959) y la segunda “El cochecito” (1960), ambas influidas notoriamente por el neorrealismo, pero con unos componentes impensables en dicho movimiento cinematográfico.

Como ya anticipara de manera memorable su coetáneo García Berlanga en el conocido filme “Bienvenido, Mr. Marshall” (1953) y preservara en exquisitas obras contemporáneas a Ferreri tipo “Plácido” (1961) o “El verdugo” (1963), en un país marcado por una dictadura, la mejor forma de sortear la censura (habitualmente torpe donde las haya, a Dios gracias) es camuflando la idea a través de una supuesta comedieta de costumbres. Y es que la crítica a la sociedad aburguesada que sólo atiende al interés personal y al individualismo más enfermizo rezuman en estas dos películas de Ferreri. ¿Hasta dónde debe de ser capaz de llegar una persona de clase obrera para alcanzar determinados objetivos que le son negados? Resulta francamente alarmante que hoy día, después de más de 50 años, algunos de los fundamentos ideológicos (podríamos llamar en la actualidad liberales) asentados en la sociedad de aquel entonces se mantengan intactos y avoquen a muchas familias a quedarse en el borde del camino buscando soluciones ilógicas a lo que debieran ser derechos sociales. Particularmente sangrante es la situación del protagonista falto de espíritu, interpretado sabiamente por José Luis López Vázquez, de “El pisito”, que con una edad determinante no cuenta con suficientes medios para independizarse y poder casarse con su insufrible novia de toda la vida.

Eso sí, a lo que no renuncia Ferreri del neorrealismo, no vaya a ser que el personal crea que siempre pintan oros, es al hálito de ácida desesperanza que se desprende de manera metódica de sus escenas finales.

Para descargar la cinta completa puedes pinchar en cualquiera de estos enlaces:

http://www.rebeldemule.org/foro/cine/tema749.html (emule/amule)
http://www.descargacineclasico.net/comedia/el-pisito-1959/ (descarga directa)

Obturador anal

   Hay una máxima tan poco precisa de explicación como los programas electorales y que todo el mundo sigue a rajatabla igual que un dogma incomprensible de la Santa Madre Iglesia: en caso de urgente necesidad si alguien debe de sufrir carencias han de ser los que menos posibilidades económicas tienen pues, suponemos, ya están más que acostumbrados a pasarlas canutas.

Así dicho puede sonar poco fino e incluso meridianamente doloroso para los oídos castos de los ricos e incluso, ¿por qué no?, de la clase media, tendente a lo acomodaticio a fin de no perder la relativa seguridad en la que suele navegar aun ausente de rumbo. El caso es que últimamente, y casi sin derecho a remisión, excepto a los ricos del todo o a los que deciden las estrecheces desde sus amplios sillones es al grueso de la tropa al que nos toca sufrir sus abstrusas determinaciones, que lo único que son capaces de demostrar es que su mundo y su realidad se parecen a la del resto de mortales en que a la postre van a diñarla igual, aunque con más pasta para provecho de gusanos y descendientes.

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Una de las últimas y desconocidas aplicaciones normativas es la de la reducción del número de absorbentes (los pañales de toda la vida) por persona con cargo a la Seguridad Social. No es que hasta hace cuatro días fueran la panacea: tres diurnos y uno de noche, aunque daba para ir tirando, pero ahora han reducido una unidad durante el día. Lo que esta cuestión quiere decir para oídos neófitos es que un enfermo de Alzheimer, una persona mayor encamada o en silla de ruedas que no puede ponerse en el baño, un anciano dependiente en todas las actividades básicas de la vida diaria, sólo tiene permiso para orinar dos veces al día y una vez por la noche con coste para la Sanidad que todos pagamos porque el resto de cambios de absorbente los va a tener que pagar su familia o su pensión de mierda o en su defecto quedarse empapadito, con los consiguientes problemas de escaras o heridas, hasta que toque la hora oportuna del cambio. Claro que si tienes medicación por incontinencia la generosidad del estado llega a tan alto grado que no hay recortes, te sigues apañando con los tres diarios y el nocturno, lo que tampoco es para tirar cohetes.

      También resulta curioso constatar que cuando al director de una residencia -posiblemente las entidades más afectadas por tamaña medida- se le ocurre la sencilla idea de pedir tal orden por escrito a su centro de salud no hay alma humana ni divina que sea capaz de estampar un sello que así lo atestigüe: “se lo podemos decir de palabra”. ¿Pero esto de quien depende?. Y a marear la perdiz. Menos mal que los responsables sanitarios de turno siempre sacan soluciones aplicables de debajo de la chistera. Por si algún auxiliar de gerontología, DUE, médico o gerente de centro de día o residencial tiene la oportunidad de leer esta indignada entrada de blog paso a detallar un par de las que aportaron, de manera verídica aunque nadie ose creerlo, tras reiteradas protestas.

“Darles menos de beber, que aún no hace tanto calor”. Como bien recomienda el Ministerio de Sanidad cada año en referencia a los colectivos con riesgo de deshidratación cuando se acercan las altas temperaturas: mantenerse bien hidratado, pues entre otras cosas previene la aparición de úlceras en la piel.

“Ponerles un obturador anal”. En palabras menos técnicas podríamos definirlo como insertarles un tapón en el culo. Mi compañera DUE de la residencia reconoció con la mayor de los humildades que en la vida había escuchado que tan grueso remedio existiera o fuera a tomarse en consideración.

Por mi parte puedo compartir con el respetable que ando bastante preocupado por esta situación, ya que llevo cagándome en toda esta gentuza desde hace muchos meses y ahora resulta que sólo voy a poder hacerlo dos veces diarias y una por la noche. Voy a ver si convenzo a mi médico de cabecera para que me recete algún medicamento -creo que vota a Podemos- porque si he de basarme en la frecuencia con la que me cago en toda su nación algo de incontinencia seguro que tengo.