«La ciudad y los perros» (1962)

Retrato Mario Vargas Llosa by letramuda

Retrato Mario Vargas Llosa by letramuda

No es un plato de gusto, no. El inicio, digamos. Entre varios cadetes agarraron a la gallina, si bien podría decirse de igual forma en base al léxico peruano del autor y del niño que narra la secuencia que la han cogido, con todas las letras. Es pulcro en detalles describiendo el evento, en esa especie de monólogo interior que introduce, aun sin desearlo, al lector en la escena. Tan pulcro que la naturalidad y el realismo con que se expone la pieza transmite una crudeza espontánea que hace verter bilis.

Pero es justo decir en el otro extremo que Teresa, la enamorada de uno de los cadetes, se pinta con tiza las rozaduras de sus blancos zapatos, que se muestran impolutos y relucientes durante un breve e inmediato tiempo posterior. Y que el cadete, en una escena de ternura infinita, se ha dado cuenta, y pide dinero de prestado, con cargo e inseguridad, para comprarle tiza, y entregársela cariñosamente una tarde cualquiera sin atreverse siquiera a decirle que son un regalo para ella, tan sólo acierta a soltar que se las han dado y él no va a usarlas.

Así es “La ciudad y los perros”. Una especie de dolor inmenso, duro y seco como las bravatas y exigencias a las que el honorable y recto teniente Gamboa somete a los alumnos en el colegio militar Leoncio Prado, o como el que los propios cadetes infligen en asumida cadencia a los perros de tercer curso. Y en el polo opuesto nos encontramos frente a una novela de exquisito sentir, de necesidades y de amistad, de absurda, pero en ocasiones, precisa fidelidad, de tan profunda sensibilidad que es capaz de revertir la angustia y el asco en comprensión y en afecto; paso a paso, como sin darse cuenta, hasta llegar a un final tan sorpresivo como esclarecedor que hace casi olvidar las horribles directrices y severa disciplina que se llevan a efecto en el colegio Leoncio Prado y de las que nos hacemos indeseados espectadores a lo largo de sus primeros capítulos. Posiblemente la influencia de Flaubert sobre Vargas Llosa sea muy notoria en esta doble vertiente a la hora de abordar a los personajes, mas he de dejar semejante exposición a alguien más versado y con más conocimiento de la obra del escritor francés.
      Lo que sí me atrevo a afirmar es que mucho le debe esta obra en estilo y estructura narrativa a aquel de quien el propio Vargas reconoce “que fue el primer escritor a quien leí con una pluma en la mano y un papel al lado del libro”: William Faulkner. La historia comienza de una manera simple con el robo de unos exámenes por parte de alguno o algunos de los cadetes que forman parte del Leoncio Prado. A partir de ahí, lejos de toda estructura común y lineal en un relato, Vargas Llosa disecciona con la eficacia de un bisturí y usando algunos de los recursos más marcados en la prosa de Faulkner (fluir del pensamiento, monólogo interior, saltos en el tiempo, narración en primera y tercera persona, ambigüedad en la información respecto a los personajes, retención de datos…) el pasado, el presente y el futuro de cada uno de los personajes que pululan a golpe de desgarro y asunción del espanto, por las páginas de esta obra necesaria para entender el devenir de toda la literatura latinoamericana desde mediados del siglo XX. La educación en la violencia, la falsa hombría, la obediencia ciega, el miedo o la observancia farisaica de la ley sirven al novelista como excusa para desgranar nuestro propio interior, el clasismo, nuestros propios prejuicios y preconcepciones a la hora de mirar y entender la vida y andanzas de los cadetes del Colegio Militar, e incluso nuestra forma de leer y concebir una historia. Vargas Llosa nos engaña, nos hace repeler determinadas actitudes y sentimientos, nos permite encontrar un destino justo y merecido para cada uno de los niños que se comparten o nos hablan de sí mismos: el Boa, el poeta… no he de nombrar más para al final darnos en toda la boca, con conciencia y en medio de aquello en lo que habíamos creído o interpretado a lo largo de cada uno de sus capítulos, pues cuando se pierde y se destroza la inocencia (simbolizada metódicamente en la muerte del cadete que menos líos busca), una vez decididos a escoger la rebeldía de la verdad quizá todos tengamos pleno derecho a tener un futuro gozoso y sobrevivir. Pues cualquier ser humano, llámese el Jaguar o el Poeta, es capaz de lo más noble y de lo más plebeyo, aún cuando no seamos muy capaces de percibirlo.

No sé si Vargas Llosa, durante su estancia en el Leoncio Prado recibió contundentes patadas en el culo mientras permanecía en pompa, pero habremos de agradecer que su padre decidiera someterle a un régimen tan excesivo como estricto, pues gracias a los años que permaneció internado en el colegio militar floreció su vocación de escritor para jamás marchitarse.


     «-Es por eso que estás fregado -dice Alberto-. Todo el mundo sabe que tienes miedo. Hay que trompearse de vez en cuando para hacerse respetar. Si no, estarás reventado en la vida».

     «Él es distinto. No lo han bautizado, Yo lo he visto. Ni les dio tiempo siquiera, Lo llevaron al estadio conmigo, ahí detrás de las cuadras. Y se les reía en la cara, y les decía: ¿Así que van a bautizarme?, vamos a ver, vamos a ver. Se les reía en la cara. Y eran como diez. […] Algunos se sacaron las correas y lo azotaban de lejos, pero les juro que no se le acercaban. Y por la virgen que todos tenían miedo, y juro que vi no sé a cuántos caer al suelo, cogiéndose los huevos, o con la cara rota, fíjense bien. Y él se les reía y les gritaba: ¿Así que van a bautizarme? Qué bien, qué bien».

     «-¿Qué pasa? -dijo la voz ronca del Boa, que acababa de despertar.

 

     -El negro dice que eres un marica, Boa -afirmó Alberto.

 

     -Dijo que le consta que eres un marica.

 

     -Eso dijo.

 

     -Se pasó más de una hora rajando de ti.

 

     -Mentira hermanito -dijo Vallano-. ¿Crees que hablo de la gente por la espalda?

 

     Hubo nuevas risas.

 

     -Se está burlando de ti -agregó Vallano-. ¿No te das cuenta? -Levantó la voz.- Me vuelves a hacer una broma así, poeta, y te machuco. Te advierto. Por poco me haces tener un lío con el muchacho.

 

     -Uy -dijo Alberto-. ¿Has oído, Boa? Te ha dicho muchacho.

 

     -¿Quieres algo conmigo, negro? -dijo la voz ronca.

 

     -Nada, hermanito -repuso Vallano-. Tú eres mi amigo.

 

     -Entonces no digas muchacho.

 

     -Poeta, te juro que te voy a quebrar.

 

     -Negro que ladra no muerde -dijo el Jaguar.

     El Esclavo pensó: “en el fondo, todos ellos son amigos. Se insultan y se pelean de la boca para afuera, pero en el fondo se divierten juntos. Sólo a mí me miran como a un extraño”».

Amor ágape

mother by MartaSyrko

mother by MartaSyrko

      Es bajita, de mediana edad y el pelo liso y difusamente teñido a mechas por debajo de las orejas. Mirando su rostro enquistado en la duda y su nerviosa forma de desenvolverse una vez atravesaron sus pasos la puerta resulta evidente que esta ocasión es la primera en la que ha ido a dar su cuerpo menudo con la oficina de Cáritas.
Intenta echar el cerrojo, que sin llegar a resistirse no alcanza a ponerse en el lugar triste de quien lucha en su contra y se niega a cerrarse.
– No se preocupe, pase, ya lo hago yo.
Me levanto calmo, le indico que se siente y venzo a continuación la fortaleza inicial del pestillo, a quien conozco con sobrada estima.
La mujer gira los globos oculares de izquierda a derecha, de arriba a abajo, en trasversal, como incapaz de fijar la vista en un punto necesario que le permita relajarse un segundo.
– Mire, vengo porque…
Con un gesto de la mano la intento tranquilizar dentro de lo que se hace posible y le  pregunto de la forma más inocua posible:
– Es la primera vez que viene, ¿verdad? Creo que no nos conocemos.
Y tras presentarme escueto y con una sonrisa nada forzada le pregunto el nombre.
– Es por rellenarle una ficha con los datos. Luego le explico más despacio cómo trabajamos, ¿le parece?
Con los ojos mustios me observa y antes de balbucear entrecortadas palabras se atusa el pelo y se plancha la falda con las palmas de las manos.
– Me llamo Carmen, pero no vengo para mí. Verá, me han hablado de esto de la oficina de Cáritas y tengo una hija, Elvira, que acaba de dar a luz y vive sola. El padre no ha querido saber nada de ella-hace el apunte con desdén, pero sin exceso de rigor mucho más angustiada por otra realidad-. Le han puesto unos puntos por desgarro y no ha podido venir.      La tristeza ha invadido el rostro fino y maquillado de la mujer venciendo el anterior sentir de inseguridad.
– Su hija sabe que ha venido, ¿verdad? -pregunto con arbitraria obligación.
– Claro, claro.
– ¿Y no tiene ningún ingreso en el domicilio? ¿Desempleo? ¿Ayuda? -a veces llego a sorprenderme a mí mismo por la falta de tacto, como si la interrogada supurara su angustia a través de las prestaciones y se centrara más en el problema en sí que en el dolor que le ocasiona su hija. Reculo de inmediato.
– Está preocupada. A ver qué podemos hacer.
No es satisfacción lo que me devuelve, pero su actitud ha abandonado la rigidez y me entrega una media sonrisa.
– Elvira estuvo trabajando mucho tiempo, pero lleva varios años en paro y no tienen nada. Además el pediatra le ha recomendado que le dé al niño almidón, porque no puede darle el pecho y no tiene para comprar la comida.
La mezcla infumable de lacerante sinceridad y pragmatismo se me atraganta una semana más en el gaznate y sólo acierto a despedir otro tufo. Necesario para concretar la realidad vital de la familia, pero tufo al fin y al cabo.
– Perdone, Carmen, pero ¿hasta ahora cómo han estado tirando?
Se encoge de hombros y aprieta entre sus dedos un bolso gastado que vivió tiempos mejores.
– Bueno, hasta el mes pasado yo cobraba el salario social y con eso la ayudaba, pero se me terminó y ya no tenemos nada.
Sería un flaco favor a la verdad soltar que lo que está compartiendo Carmen se halla entre lo más espeso, crítico y urgente que en ese mismo día he tenido la oportunidad -digamos aséptica- de escuchar y la desgracia de colmarme de impotencia, pero la verdad precisa es que ese dolor es el espeso, crítico y urgente para Carmen, que no conoce -ni tiene la intención de hacerlo con absoluta probabilidad- los dolores agudos de los demás, que menos le importan sin pizca de egoísmo.
Envuelto en estos pensamientos escasamente egoístas me asalta una duda que comparto con Carmen algo perplejo.
– ¿Y usted entonces de qué vive ahora? Podemos también pasarnos por su casa y ver en qué podemos ayudarla.
Carmen no ha necesitado tiempo para pensar en una respuesta sobria y llena de artificios. Con la naturalidad y la inmediatez que otorga el convencimiento de lo que es obvio transmite una declaración de amor ágape.
– A mí me da igual, me apaño. Quien lo necesita es mi hija.

En las situaciones límite se conoce nuestra verdadera naturaleza, afirman rotundos los abogados defensores del mal intrínseco que reside en el ser humano como en un hogar inviable de asaltar. El amor siempre es posible, y no es necesario que lo repitan a coro y lo convenien cientos de personas desde las azoteas. Lo que sucede y se realiza, aunque sea en una solitaria ocasión, ya es factible.

 

Licencia Creative Commons
Amor ágape por Rafa Poverello se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://indignadossinparaguas.blogspot.com.es/2013/09/amor-agape.html.

«El caballo de Turín» (2011)

Three Posters of Bela Tarr - Melancholische Waerme by WilliamDallwitz

Three Posters of Bela Tarr – Melancholische Waerme by WilliamDallwitz

     Desde que iniciara su carrera hace cuarenta años, el director y guionista húngaro Béla Tarr es un habitual en los Festivales de Cine y en los Manuales sobre la historia del séptimo arte, y cada estreno suyo ha de suponerse de antemano como una nueva oportunidad de contemplar lo distinto, lo categórico, porque su estilo y su originalidad , aunque bien pueden suponer un disgusto a cualquier espectador avezado que no sabe a lo que atenerse, sobrepasan cualquier atisbo de normalidad y hacen de sus filmes una forma de vida y entender la realidad.

     Paradigma de esta forma de entender el cine es «The Turin Horse», en cuyos títulos de crédito, como ya sucediera en algunos filmes anteriores, aparece su mujer Ágnes Hranitzky en funciones de dirección.  Y es que «El caballo de Turín» -que toma como base un episodio real de los últimos días de la vida de Nietzsche- no es una película, es una vivencia, algo único que no ha sido creado para ser visto, sino para ser experimentado desde todos los sentidos. 

     Tal vez por eso, nadie quedará indiferente ante la invitación de Béla Tarr a acompañar a la familia campesina protagonista de esta historia en su desasosegante y tortuoso camino sin retorno hacia la desesperanza. Reverenciada y odiada a partes iguales, la película del director húngaro es una experiencia única y posiblemente irrepetible; no recuerdo la última vez que he podido presenciar un filme tan compensado estilística y argumentalmente. Cada fotograma es de una excelencia brutal, una fotografía repleta de sentido, encuadre y perfección visual. A través de una cada vez más tensa e impactante melodía que sirve de poderoso intermezzo a cada trama y los constantes planos secuencia, que demuestran un absoluto control del tempo, la escenificación y el lenguaje cinematográfico, Béla Tarr nos introduce en la rutinaria vida rural de un padre y una hija y su caballo y casi sin querer nos hace vivir desde la experiencia lo que ellos viven y sienten. Un adelanto tal vez del Apocalipsis, de la pérdida de la fe, del alma… anunciado por esa inesperada visita que tan sólo parece necesitar un poco de palinka. 

      El fin se percibe, se acerca, se vivencia en la recurrente comida, en la constante visita al pozo en busca de agua, en el metódico vestir y desvestir, en la impotente parálisis del padre, en la renuncia a la esperanza del caballo…

     Sólo seis días, justos los mismos en los que se lleva a cabo la Creación del Génesis. Génesis/Apocalipsis: «hasta las llamas se apagan».

Gloria Fuertes

Gloria Fuertes, por PIFAL

Gloria Fuertes, por PIFAL

Sí, no es un error, no. Y eso es lo triste. No, no era Gloria Fuertes la poetisa de los niños, ni aquella que parodiaban con El niño del Miño «Martes y 13». Mejor que muchos contemporáneos, hombres, más reconocidos, la querida Gloria tuvo la mala suerte de nacer en 1918, en el seno de una familia humilde, ser mujer y que le tocara las narices tener que aprender a planchar, coser y demás sandeces supuestamente propias de su sexo. Le dio por la poesía, por los cuentos, por ir en contra de todo siendo lo que esta sociedad falsaria y machista llama fea y gorda (sí, no nos rasguemos las vestiduras como si nunca hubiéramos pensado eso alguna vez escuchando su voz grave y curiosa recitando versos).

     Y le tocó la Guerra Civil, a la que muchos se adaptaron, sin la cual ella misma reconoce que quizá no hubiera llegado a escribir con la ironía y el humor dulzón que la caracterizaba. Mujer, posguerra… Escritora de segunda para amenizar a los niños, a los que ciertamente adoraba, tanto como a la justicia o a la paz, a los que dedica igualmente infinidad de poemas de los que menos gente se acuerda, a los que menos le hicieron tanto caso.

     Gloria Fuertes apenas puedo estudiar cuando era pequeña, pero cargada de pundonor y confianza en sí misma luchó por aquello que le hacía dichosa y llegó a dar clases de Literatura española en Pensylvania, gracias a una beca, no por el merecido reconocimiento a su labor personal y literaria que tuvo justo eco en Latino América, donde es venerada por infinidad de críticos y ensayistas.

     La injusticia histórica cometida con Gloria Fuertes no podía definirse mejor que en las palabras transparentes, y casi desmedidas, del ínclito Camilo José Cela: «la angélica y alta voz poética a la que los hombres y las circunstancias putearon inmisericordemente».

 
En retaguardia

Hago poco o no hago nada.
la gente se está matando
mientras yo escribo sentada.
Bien nutrida, mal amada.
Hago poco o no hago nada,
coso y curo mis balazos,
bien herida, mal amada.Me duele lo de los otros
pero no puedo hacer nada
porque el dolor de mi cuerpo
me tiene paralizada.Puede llamar a la puerta…
¡Si tuviera una llamada.
Si me dijese te quiero”…!

Compañero, camarada,
yo también sufro injusticia

por amor encarcelada.
No merezco ser líder,
lucho cómoda sentada.
Hago poco o no hago nada.Cambio vendas,
me preocupo de MI herida,
Hay mucho plomo en mis alas,
No puedo volar al monte,
– ¡ Por si llama!-
Dejadme sola en la sala.
Dejadme cumplir condena,
-Bastante tengo desgracia,
La gente se está matando
Mientras yo escribo sentada-,
Bien herida, mal amada.

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«La libertad no es tener un buen amo, 
sino no tener ninguno.»

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Hay que decir lo que hay que decir pronto,
de pronto,
visceral
del tronco;
con las menos palabras posibles
que sean posibles los imposibles.
Hay que hablar poco y decir mucho
hay que hacer mucho/ y que nos parezca poco:
Arrancar el gatillo a las armas,
por ejemplo.