«Alma Mater» (2017)

      Francis Ford Coppola, con su humildad habitual, comentó en el Festival de Cannes tras el estreno de su mítico filme Apocalypse Now que «ésta no es una película sobre la Guerra de Vietnam, esto es Vietnam». Si tomamos como referencia la invasión de Iraq, aunque el documentalista Nick Broomfield no dijera nada a ese respecto, su cinta La batalla de Hadiza, rodada con soldados profesionales, se parece mucho a tener la impresión de que va a salir un tiro de la pantalla para mandarte al otro barrio.

     Ahora toca Siria, claro, y el director Philippe Van Leeuw, quien ya demostrara sobradamente su oficio al hablar sobre dramas humanos y bélicos con su Opera prima El día en el que Dios se fue de viaje (2009), nos sorprende de nuevo con Alma Mater, una película seca, con buena parte de su metraje rodado en planos secuencia desarrollados dentro de una vivienda y que muestra con la sencillez de la realidad objetiva algunos de los motivos terribles por los que cientos de refugiados se juegan la vida en el mar y malviven como si fueran criminales al otro lado de nuestras fronteras.

     Protagoniza la película magistralmente la directora y actriz palestina de nacionalidad israelí Hiam Abbass, quien ha alternado en su carrera papeles brillantes (Los limoneros, 2008 o Paradise Now, 2005) con otros de los que difícilmente se puede salir airosa (Exodus: Dioses y reyes, 2014). Obviamente Alma Mater, el título escasamente afortunado con el que ha aparecido en las carteleras de nuestro país, hace referencia a Oum Yazan, el personaje que interpreta Abbass, alma de la fiesta, pero en buena medida puede minimizar el trasfondo real del drama acerca de la imposibilidad de mostrar sensibilidad en mitad de una barbarie donde parece que lo único sensato es racionalizar el caos.

      Habrá que mantenerse atento a la próxima película de Van Leeuw. Ya no será una promesa.

Reflexiones en torno a mis incoherencias

     Ramón tiene más de noventa años y está en una fase avanzada de Alzheimer. Cuando el otro día, a la hora del almuerzo, le pusieron por delante el puré de verduras con pollo lo miró con cara de ponerse manos a la obra y comenzó a remugar, como suele hacer cuando anda más activo, y apenas se le entendía otra cosa que no fueran las referencias al muro, el cemento y cosas por el estilo muy en consonancia con su pasado de albañil. Total, que Ramón se puso manos a la obra, aunque no en la faceta alimentaria que era de esperar, sino que agarró la cuchara con soltura inusitada y se puso a extender el puré por encima de la mesa y posteriormente sobre el borde de la pared lateral. Para enlucirla, que estaba muy estropeada. Huelga decir que poco pudimos hacer al respecto; no íbamos a pretender que el pobre se metiera entre pecho y espalda lo que él consideraba a todas luces un plato de mezcla. Si somos personas convencidas de algo, dan igual los datos medianamente objetivos que rechacen tal afirmación; cuando nos tocan determinados aspectos de nuestro modelo de vida, por mínimos y milimétricos que sean, lo normal es actuar como si tuviéramos la enfermedad de Alzheimer y lo único válido, correcto y/o posible es aquello que ya estamos haciendo o que nos conlleva un esfuerzo relativo, amable, discreto.

     Quien me conoce un poquito sabe que tengo muchos defectos, pero uno de ellos no es la falta de esfuerzo, la comodidad dentro de mi zona de confort o la justificación de mis incoherencias. En este sentido nunca puedo dejar de recordar un artículo de prensa que leí hace muchos años que trataba la violencia con los animales no humanos. El articulista reconocía que le encantaba el centollo, que no quería dejar de comer tan rico crustáceo, pero eso no le nublaba la mente hasta el extremo de obviar el pequeño detalle de que al centollo lo hervían vivo para ser consumido y de que el animalito de marras no contaba con el superpoder de la insensibilidad al dolor. Y esta entrada va un poco de todo eso, pero sobre todo de mí, de mis neuras (o no tantas) y de cómo pienso que ningún gesto es nimio si me conduce a hacer lo correcto (o lo menos malo) y ninguna costumbre es precisa si puedo prescindir de ella. No creo que las elecciones y decisiones de nuestra existencia sean solo cuestión de beneficios y cambios globales, sino también de tratar de evitar con cada acto cualquier prejuicio, por ridículo que pueda parecer. Por circunstancias que se han dado, me toca enfocar mis faltas de coherencia en temas relacionados con el medioambiente, la ecología y las nuevas tecnologías, aunque no sea, ni de largo, el aspecto de mi vida en el que más tenga que aprender. Todo ello obviando el aspecto más contaminante del asunto, que es la propia elaboración de los aparatos (móviles, portátiles, tabletas, ordenadores de sobremesa…). De momento, como no me da la vida para comprarme un móvil de 200 pavos tipo Ecophone (al Fairphone ni lo nombro), me voy apañando con mi patato de segunda mano del año de la república. Lo mismo llega el día en que vea una memez lo de tener móvil, sea del tipo que sea. Sigue leyendo

Presentación de la novela «Yo, tú… él»

     Salgo de mi letargo veraniego y vacacional para anunciaros la presentación oficial de mi segunda novela, «Yo, tú.. él», en el mejor espacio posible para una obra que trata sobre violencia machista y patriarcado: el Mercao Social La Tejedora de Córdoba.

     Mi compañero militante Luis Begara hará las veces de presentador. Estuve un tiempo dándole vueltas al tarro, porque me resultaba extraño que en un acto de estas características estuviéramos de maestros de ceremonia dos varones y ninguna fémina y no acertaba a ver cómo reparar el entuerto; pero justo en ese momento me encontraba leyendo un interesante ensayo de Ritxar Bacete sobre masculinidades donde el autor se hacía eco de una frase del conocido teórico de género Michael Kaufman: «el machismo es un problema de los hombres que sufren las mujeres». Y es cierto, el machismo es un problema mío, y es un buen momento para dar pie a las masculinidades disidentes, al otro lado del espectro.

     Estáis invitadas todas y todos.