Al lado del semáforo me hallaba, subido en la bici, sudando la camiseta y esperando a que el peatón tuviera algo de clemencia y se pusiera en verde. Las cinco y pico de la tarde. La mochila formándome un cráter en la espalda. El camioncito cruzó frente a mí, con su lateral pintado en negro y el rótulo con letras en blanco a un tamaño que no desentonaría en un país de gigantes: Electricidad Ximénez. Cada vez que leo ese apellido medio catalán o medio gallego soy como un perro de Paulov cuando suena la campanilla. Se retrotrae mi mente a principios de diciembre pasado y una frase se forma en las neuronas como impresa a soplete: “Las luces de la calle son buenas para el consumo; la gente sale, compra… Si no no vamos a salir de la crisis”. Ya hablé de ello, y no es mi intención repetirme, pero el caso es que ese día a la vera del semáforo el calor, en lugar de ablandarme la sesera y cortocircuitarla, me condujo en su efervescencia a ensamblar unas ideas con otras y a relacionar una opinión con el discurso que subyace detrás, aunque no se diga.
El tema es simple. Conozco a multitud de personas de clase media que me han soltado ese argumento, pero ni a un solo pobre le he escuchado jamás decirme algo similar, ni remotamente parecido, y esta diferencia insoslayable, obviamente, debe ser debido a algo. Resumo mi intuición basada en la experiencia: el pobre quiere salir de la situación en la que vive, la persona de clase media no quiere perder la situación en la que vive. Lo primero es un derecho -e incluso un deber-, lo segundo una apetencia. Así, ante ese argumento de que consumir nos hará salir de la crisis y es bueno para el país -más allá de que sea veraz o únicamente una opinión no compartida por muchos economistas- se me antoja preguntar así, sobre la marcha, con la pesadez plomiza de un niño de cinco años y tratar de sacar a la luz el discurso que nunca se dice.
“¿Por qué es bueno para el país?”.
“Porque crece la economía y se mueve el dinero”.
“¿Para quién crece la economía y se mueve el dinero?”.
“Para todos, hombre”.
“¿Quiénes somos todos?”.
“Los comerciantes, las empresas que dan trabajo a la ciudad”.
“Entonces los comerciantes, las empresas ¿son el país y si a ellos les va bien les va bien a todos?”.
“Bueno, no es que sean el país…”
“¿Y a quiénes dan trabajo?”
“A las familias que están en paro”.
“¿A las familias pobres del barrio y de la ciudad que viven en exclusión les dan trabajo?”.
“Bueno, no exactamente…”
“Perdona, es que no acabo de enterarme. ¿Quién se beneficia entonces del consumo, de las luces, de que se mueva el dinero? ¿Todo el país? ¿O es que los pobres no forman parte del país?”.
“Es que si se da trabajo y se consume más aumentará la economía de la ciudad, se pagarán más impuestos y la gente tendrá más poder adquisitivo”.
“Jopelines, es que sigo sin enterarme: ¿quién tendrá más poder adquisitivo? ¿A quién beneficia que se mueva la economía?”.
“¡Joder, a todos!”.
“¿Quienes son todos? ¿Nosotros, los de clase media? ¿O todos somos todos incluidas las personas de barriadas en exclusión que siempre han vivido mal esté mejor o peor la economía?”.
“Es que si la gente tiene más dinero…”
“Y dale con la gente. ¿La clase media quieres decir?”.
“Bueno, esas personas son las que pagan impuestos y el ayuntamiento tendrá más dinero para fines sociales”.
“¿Para fines sociales? ¿Pero no has empezado diciendo que está bien que el dinero del ayuntamiento se gaste en bombillas y alumbrado en vez de en proyectos de promoción en los barrios o en derechos básicos porque así sube la economía?”.
“Es que si no habrá más gente sin recursos a las que también habrá que ayudar”.
“Ah, ya me he enterado. Con dejar de pobres a los que ya están vamos bien servidos. Por lo menos el país, que somos todos excepto ellos”.
Decía el Premio Nobel de Medicina Alexis Carrel que “poca observación y mucho razonamiento puede inducir a error; muchas observaciones y un poco de razonamiento a la verdad”. Dediquémonos pues a observar y después, debatamos.