«Soy occidental, luego fagocito», podría ser el lema a mostrar por toda la tierra cada vez que un urbanita del mundo (sub)desarrollado pone sus zarpas en alguna parte del resto del planeta. Y no importa quien caiga, porque el derecho siempre me ampara, y si no lo hace me lo invento.
Incluso ante aquellas situaciones de más flagrante adulterio respecto a los derechos de las personas más débiles, habrá alguna cuestión trascendental (que suele ser económica, todo sea dicho) que me permita hacer de mi capa un sayo y de mis ojos visera. Por poner un poner: la destrucción de favelas para dejar paso libre a las solidarias Olimpiadas de Río que gustosamente contemplaremos en nuestras pantallas planas de nosécuántas pulgadas sin echar cuentas de los centenares de niños y niñas expulsados de sus hogares o que están siendo sacados de las calles (más bien eliminados) por gusto e imagen del contribuyente.
Ea, que nos aproveche si no nos abruman las ganas de vomitar. Va por la infancia dolorida, la injustamente usada para nuestros fines… la que nunca ha tenido voz ni voto.
NIÑOS DE CALLE
Niños de calle, rostros de hambre,
miradas de otro mundo, de hijos de nadie;
mano extendida en la noche fría,
dedos inocentes al compás de gente
que pasa de largo temiendo mirar.
Piernas oscuras, tan inmaduras,
violentamente abiertas por la locura;
de droga y sexo, su cielo y su infierno,
insociables risas de la muerte en vida
que en nombre del sistema se les da.
Ni sol ni lunas para quien de cunas
no supo nada siquiera al nacer.
Tan fiel e impura como ninguna
al amor y al amanecer.
Treinta monedas valen la pena
si venden almas a precios de cenas
que salvan cuerpos del crudo invierno
que de día en día dura de por vida
con noches de insomnio hasta la eternidad.
Recién nacidos van al olvido,
y se trasplanta su muerte en sentido
de contrabandos a coste de saldo;
tantos corazones que por ser tan pobres
resuelven la vida del occidental.
Ni sol ni lunas para quien de cunas….
A bocajarro cien mil disparos
roban la vida y devuelven la paz;
dentro de un saco van los pedazos
de los niños de la ciudad.