Rezar impunemente

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Pray by AnthonyPresley

     La cosa iba viento en popa. Cuarenta y cinco minutos de conferencia y por el momento no había soltado ninguna de sus habituales barrabasadas. Que si la encíclica Laborem Exercens para acá y para allá, alguna que otra referencia a la exhortación Evangelii Gaudium (bastante menos notoria, que pareciera que el Papa seguía siendo Juan Pablo II), un leve desliz acerca de que la pastoral obrera debería englobar y escuchar de igual manera a obreros y a empresarios, pues todos son trabajadores -qué cosas-, esa insistencia prosaica y obtusa acerca del valor ínclito del sufrimiento y de la cruz en aras de la salvación… pero nada tan chirriante a priori que hiciera sospechar que mis renuencias y temores a la hora de asistir a la charla por mor de la solidaridad con el Secretariado Diocesano de Pastoral Obrera no fueran del todo infundadas. Coño, que quedaba sólo un miserable cuarto de hora, ¿quién puede cagarla de gordo en quince minutos? Don Demetrio, claro, Obispo de Córdoba, mira que tengo poca confianza en sus delirios.

     Lo primero que afirmó -casi todo dentro de una misma frase y seguro que incluido en la misma argumentación- fue que lo de la pancarta y las protestas no vale, que esa no es la solución ni el evangelio. Remató la faena poniendo como ejemplo práctico del caso en cuestión a Jesucristo, que aceptó las injusticias, pues ¡no hay mayor injusticia que la cruz! Y para concretarlo de una forma que todos los presentes pudiéramos entender nombró la carta de Pablo a los efesios, en su disertación a los esclavos en la que dice textualmente: “esclavos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo”. El único camino es aceptar la esclavitud, pues los cambios no se produjeron por la rebelión y la lucha de los esclavos y quiénes los apoyaron, sino por la toma de conciencia de los amos a los que Dios tocó el corazón. “En este sentido, hay muchos ejemplos en la historia”, acabó diciendo Monseñor, sin dar, por cierto, ninguno de esos magnos ejemplos que el que suscribe desconoce en su supina ignorancia.

     Fueron a lo sumo dos o tres minutos, no más, ni lo que tarda en hacerse un huevo pasado por agua, aunque consiguió que los míos se me pusieron duros y que las tripas comenzaran a revolvérseme como si me hubiera echado al coleto un cuarto de jengibre puro. Dos o tres minutos le bastaron para mostrar al auditorio su arcana y sacrílega teología. Los pobres son sagrados, los predilectos del Padre, y justificar su situación de injusticia es el mayor sacrilegio posible. Aunque Don Demetrio también aseguraría que los empresarios son pobres, de espíritu.

     Levanté la mano en el turno de preguntas, aún con el estómago estragado igual que una Zona Cero y rogando porque mi decencia fuese más poderosa que mi lengua. Me levanté de la butaca con el micrófono en la mano derecha, tan repleta de sudor que temí cortocircuitarme. “Tal vez no sea buen cristiano”, dije, y recordé a César Chávez, el campesino chicano que en la frontera de EE.UU. con México emprendió una lucha no-violenta contra los viticultores, y al pastor baptista Luther King, quien no necesita presentación, y su ardua defensa en favor de los derechos de las personas de color. Ambos cristianos, como creía que era yo, y también me pareció oportuno señalar a bote pronto que la cruz de Jesús no se produjo así por ciencia infusa, sino que fue consecuencia de su vida, una vida en defensa de los débiles.

     En su contestación, mi hermano Monseñor, porque hermanos somos, tergiversó lo que dije. No creo que a propósito, sino condicionado por su incapacidad para entender la concepción liberadora del Reino: “los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncian la buena noticia” (Mt 11, 5). “A Jesús no lo mataron por ser un protestón”, resumió sui generis, “la muerte de Jesús tiene unas connotaciones teológicas que ahora no te voy a explicar”, y me volvió a dejar sumergido en mi ignorancia, a pesar de que una de las obras de misericordia espirituales es la de enseñar al que no sabe (¡y estamos en el Año Santo de la Misericordia!). Tampoco hay que echar más leña al fuego, total, a unos jóvenes parados, miembros de las JOC, que se hallaban sentados unos metros a mi izquierda les sugirió que formaran cooperativas cuando le preguntaron sobre si deberían luchar por sus derechos laborales.

     Ya lo dijo en la conferencia sin desperdicio del día anterior Pedro José Gómez, profesor de Economía, refiriéndose al tema de la lucha y demás obligaciones morales. Lo llamó rezar impunemente. Pedir a Dios por determinadas cosas y no mover ni un sólo dedo para cambiarlas. Pa’ eso está Él ya, ¿no?

     Es justo lo que estoy haciendo desde el viernes noche pasado. Me he encerrado en mi habitación, por aquello de orar en lo secreto, y me he puesto a rezar por los refugiados, por los parados al borde del suicidio, por los seminaristas (estos sí que lo necesitan, joder que sí, con profes como Demetrio), lo he hecho cual si de mí dependieran todas las puñeteras almas del purgatorio. Lo mismo mañana a la hora nona a Dios le da por apiadarse de los refugiados, de los parados al borde del suicidio, de los seminaristas y el mundo es otro. De puta madre, y sin tener yo ni que tocar la flauta.

3 comentarios en “Rezar impunemente

  1. Que la iglesia no tiene paredes, mujer, que somos todos y todas, jeje. Y a Dios gracias lo del Obispo de Córdoba es una excepción en su exageración.

  2. Y luego te quejas de que yo dejara hace tiempo esa «santa casa»? Ganas tienes de creer en milagros…Me consta que si Dios está en alguna parte es fuera de las paredes de la Iglesia ( recuerda que por algo fui tu catequista)

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