Existen personas tocadas en cierta medida por el don de la sensibilidad, el guionista, animador y director francés Sylvain Chomet es sin duda una de ellas. Evidente admirador del cine mudo y del mimo, Chomet nos muestra en sus películas, prácticamente ausentes de diálogos, unos personajes tan duros y dolorosos como sentidos y necesitados de afecto. «La anciana y las palomas», su primera incursión en el mundo del cine, es un cortometraje de clara denuncia social, con fondos del también viñetista De Crécy, que a través de la vida de un gendarme que no tiene qué llevarse a la boca nos hace partícipes de la situación de necesidad en la que malviven muchas personas que pasan a nuestro alrededor, inventando posibilidades de subsistencia, mientras nos mantenemos ocupados en menesteres menos necesarios.
Después vendrían la curiosa «Bienvenidos a Belleville», la participación de Chomet en el largometraje colectivo «Paris, je t’aime», dónde nuevamente homenajea a los espectáculos de calle, y la última estrenada: «El ilusionista», un emotivo homenaje a la magia, a los mimos y a todo el cine del inimitable cómico de su misma nacionalidad Jacques Tati, y basada en un guion del propio actor y director, escrito a mediados de los años 50 del pasado siglo y que nunca llegó a ser producido.