El pasado miércoles 30 de septiembre falleció debido a un ACV Joaquín Salvador Lavado Tejón. Ya ya, lo mismo hasta esta misma semana no sabía ni Cristo que ese era el nombre real de Quino, creador del ínclito y carismático personaje de Mafalda, pero es lo que tienen los apodos, que acaban fagocitando a la propia persona. Lo digo yo, Rafa Poverello, quien, siendo un mindundi, ha tenido que desmentir en repetidas ocasiones que mi padre tenga ascendencia italiana.
El caso es que murió Quino, y Mafalda le sobrevivirá eternamente. Lo curioso es que las tiras de esta niña con bastantes dedos de frente, muy liberal y una mezcla de humanismo y pesimismo solo estuvieron en circulación diez años: entre septiembre de 1964 y junio de 1973. Es decir que, al margen de apariciones posteriores puntuales (la mayor parte de ellas en formato de afiche), Mafalda dejó de publicarse hace casi 50 años; pero sigue pululando aquí y allá, como meme, como viñetas con textos que nunca dijo, como imágenes sueltas que regalamos… Una omnipresencia que, quizá, sea el mejor obsequio que se puede hacer a un ser humano como Quino, quien pudiendo vivir del cuento durante lustros decidió dejar de dibujar a Mafalda porque le costaba no repetirse y tenía la impresión de que si se tapaba la última viñeta ya se sabía cómo iba a acabar la historia.
Y en estos dos asunticos, lo del apodo del padre efectivo de Mafalda y en lo de la dignidad del creador, quería detenerme aprovechando que tanto Quino como su criatura estarían de acuerdo en un uso no fraudulento de sendos nombres, y que se merecen al menos unas letrillas de este afecto seguidor del trabajo de él y de la inocente puñetería de ella.
Así que si la cuestión consiste en no repetirse y no saber cómo va a terminar la historia, más de 50 años debería de estar retirada de los escaños y de la vida pública la clase política, esa que tanto criticaba Quino, incluso en sus tiras cómicas posteriores. De igual la cara que le pongas a los muñecos, que la historia ya sabes cómo va a acabar tapando no solo la última viñeta, sino la tira entera: jodiendo a las de siempre, sea el personal sanitario y el educativo con los recortes de los que nadie sabe nunca nada a izquierda y derecha, los barrios en exclusión que votan poco a izquierda y derecha, los países empobrecidos que se mantienen así, entre otras cosas por no renunciar a la exportación de armas a izquierda y derecha, etc etc etc. En este punto viene el otro tema, el de los seudónimos sin conocer ni de lejos a veces quién se esconde detrás de ellos y que puede verse desde dos perspectivas: la interna y la externa.
A nivel interno reflexionaría que, si yo fuera político (líbreme Dios), siempre actuaría bajo seudónimo, como lo han tenido que hacer durante siglos las escritoras para no ofender a los varones con su inteligencia, o al menos pediría a la OMS que se perpetuara el uso obligatorio de la mascarilla para que no me conociera ni el Tato. Eso me libraría de ataques indiscriminados hacia mi persona por ser un inútil integral (caso opuesto al de las escritoras) e incluso favorecería aún más poder hacer lo que me saliera del papo sin temor a represalias (que no es que ahora las tuviera, porque para que un miembro de esa especie vaya a la cárcel en este país, aparte de no estar ya en el cargo debe de haber perdido todas las amistades).
El nivel externo es un poco más difuso. A ver, de chico conocí a un pastor, El Pilla (otro apodo, claro) que cuando se ponía a recoger a las ovejas antes de anochecer y venían al trote a la zona cercada el colega iba sacando del redil uno a uno a los corderitos y se los entregaba a su madre según iban llegando. Sí, así dicho parece muy normal, pero todavía ando con la cosa de cómo es posible que supiera qué oveja iba con cada cordero y qué cordero con cada oveja. La próxima vez que salgáis a pasear por un prado deteneos un ratico a contemplar los rebaños de ovejas y corderos y os doy mil euros se sois capaces de distinguir una de otra. Es de justicia aceptar que distinguir una oveja de otra es de pódium, lleven o no seudónimo, pero lo que también es de récord es ni conocer al rebaño completo ni preocuparse de cuidarlo. No es ya saber quién es la Lucera y quién es Copito, coño, sino al menos estar al loro de cuánto cuesta un café en el bar de la esquina o lo que supone pasarlas canutas para llegar a fin de mes.
Pues esa es la democracia que tenemos, la de la peña que debería hacerlo todo bajo seudónimo y que no tiene ni pajolera idea del pueblo que supuestamente representan. En una tira de Quino, Mafalda tiene un diccionario en la mano (como en tantas otras) y lee: «democracia», del griego, gobierno en que el pueblo ejerce la soberanía. Se pasa el resto de viñetas tronchándose de la risa.