43 almas. Puede que más, pero como es Nueva Delhi y no las Ramblas o París, más de 24 horas después aún no sabemos si hay más. Las noticias vuelan menos cuanto más alejadas están de nuestros intereses.
43 almas. Porque almas son. 43 almas asfixiadas en una fábrica clandestina, sellada a cal y canto desde dentro. Aún no sabemos qué fabricaban, qué exportaban, qué nos vendían. Lo mismo ni llegamos a saberlo, ni qué empresas occidentales alimentaban el fuego con subcontratas, porque esas 43 almas, aparte de lejanas, tenían rostros aceitunados y ojos ligeramente oblicuos.
43 almas. Y es probable que esta tarde, a la hora de las noticias, balanceemos la cabeza a izquierda y derecha mientras nos mordemos a medias nuestro labio inferior. Por la terrible tragedia de estos países indecentes sin las más mínimas medidas de seguridad en el trabajo. Y pudiera ser que, en un majestuoso ejercicio de equilibrismo, el día aquel en el que hagan referencia directa a empresas textiles en las que nos gastamos los cuartos y que fabricaban allí, en Nueva Delhi, igual que sucediera con el Rana Plaza de Bangladesh, tiremos de oficio y acudamos al cajón de-sastre de las excusas.
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Al menos tenían algo para trabajar, sino estarían mucho peor.
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¿Y qué haces? Si todo el mundo fabrica igual.
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Tenemos que consumir, que es la única forma de salir de la crisis.
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Amancio Ortega ha donado dinero para el cáncer.
Y dará igual que todas estas premisas sean inexactas o directamente falsas. Al fin y al cabo, ha sido mala suerte que esta desgracia suceda tan cerca de las fiestas, así que tendremos que hacer de tripas corazón.
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Los trabajadores y trabajadoras de la India son de los más sensibles y activos en reclamación de derechos laborales. En 2016 más de 150 millones de personas abandonaron su trabajo y se sumaron a la huelga más multitudinaria de la historia del país. Entre los derechos que exigían se encontraba la subida salarial, que por entonces no llegaba a los 3 euros al día. El problema es que, las empresas textiles, cuando ven que pueden perder beneficios, aunque sea una mierda, se trasladan a otros países menos puntillosos con los derechos laborales, como sucedió con Bangladesh a partir de la tragedia del Rana Plaza, cuando se subieron los salarios un 77% para alcanzar la friolera de 43 euros/mes, que sigue siendo uno de los más bajos del mundo, y queridísimas empresas de nuestro terruño comenzaron a fabricar en el África subsahariana o, precisamente, en la India con trabajadores de Somalia. Lo mismo en breve nos enteramos de que estas 43 almas eran de origen somalí. De estos detalles de huelgas y activismo no sale nada en las noticias, faltaría más. Son cosas de comunistas izquierdosos.
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Y por cierto: no, no se vivía mejor en la India antes de que llegara el capitalismo y el neoliberalismo y las subcontratas prefirieran contratar a niñas porque salía más rentable. Ahora viven mucho mejor quienes antes vivían simplemente mejor, el resto sigue igual, marcando cada año el récord de país con mayor índice de pobreza hasta el 2018, que el triste primer puesto del ránking pasó a Nigeria, y no ha sido precisamente por las fábricas textiles.
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No todo el mundo fabrica igual. En la India y en la mayoría de los países empobrecidos existen cooperativas y/o empresas que trabajan bajo los criterios del comercio justo. ¿Es que es más caro? Sí, porque a quien curra no le pagan menos de dos euros al día para que nosotras vayamos vestidas de lo último y nos podamos preguntar delante de los percheros de Zara cómo puede ser tan barato con lo mono que es.
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Ahora que se lleva lo del medio ambiente y según dos encuestas casi el 97% de la población de nuestro ínclito país considera que el cambio climático existe y nueve de cada diez opina que es urgente actuar, la mejor manera, desde luego, no es consumir por consumir. La única forma de que la raza humana no perezca es el decrecimiento, aspecto crucial del que el capitalismo y sus referentes sociales y políticos prefieren no hablar, porque no es lo mismo invitar a la ciudadanía a coger más la bici o a reciclar que a dejar de comprar como posesas o a cambiar de banco. Lo segundo no gana votos. La crisis nos va a durar toda la vida, porque es de saturación del sistema económico, no de dineros.
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Amancio Ortega explota a niños y a niñas en países empobrecidos, como hacen todas las fábricas textiles de las grandes compañías. Punto pelota. Con ese dinero que saca (y que un buen porcentaje no declara en España al tener red de empresas en países como Irlanda, Suiza u Holanda) podrá hacer lo que le venga al pairo y ayudar a sanar a la infancia de nuestro país, pero eso debería de hacerlo la sanidad pública, que la paga todo Cristo con sus impuestos porque ese dinero no viene de las cotizaciones, sino de los presupuestos generales.
En fin, pues nada, que me voy de compras hoy que es festivo en Andalucía y gracias a Dios hay gente currando por turnos, que se me hace tarde y quiero ponerme a ello antes de ver la noticia esa de las 43 almas de Nueva Delhi en la tele. ¡Ah, no, que no tengo tele! Mejor, así no me entero.