El cine made in Hollywood suele dar pocas sorpresas; alegrías las justas. Y no hablo de los últimos años, sino lustros. Tan encasilladitos en el cómodo sofá de su casa solo despiertan del letargo para prohibir la entrada en el país para asistir a la Gala de los Oscar a directores y actores que son considerados inmigrantes ilegales y, a la misma vez, tener el rostro tan duro como para darle el premio a la mejor película a alguna cinta iraní o mexicana. El intento de lavado de cara de este año puede ser descomunal si, como es previsible, «Roma», de Alfonso Cuarón, se lleva más de un galardón. Eso sí, probablemente uno de los actores del filme, Jorge Antonio Guerrero, también tenga que ver la ceremonia desde el sofá de su casa, menos cómodo probablemente que el de quienes dictan las leyes, porque la administración estadounidense ya le ha rechazado tres veces el visado, por más que haya presentado hasta la invitación a los premios de la Academia.
Pero a todo esto, hace poco más de un año, aterrizó en nuestras carteleras «Yo, Tonya», un biopic de esos predestinados/condenados a pasar desapercibido, porque a Tonya, fuera de EE.UU. solo la conocían –y regular– las personas aficionadas al patinaje artístico sobre hielo y dentro de sus fronteras caía tan mal como una patada en el tobillo con unas botas con punta de acero reforzado. Entonces, el trío protagonista, Margot Robbie, Sebastian Stan y Allison Janney (de manera excepcional esta última interpretando a la madre tóxica de Tonya) se comieron el mundo a bocados. En el atracón, colaboraron activamente Steven Rogers, un guionista cuasi desconocido que supo imprimir el tono preciso a una historia tan descarnada como la de Tonya Harding, y el director Craig Gillespie, que ya había demostrado sobradamente su habilidad para dotar de toques de comedia a las situaciones más surrealistas con la peculiar «Lars y una chica de verdad» (2007). La dirección de las escenas de patinaje, más allá de los efectos digitales, y en las que es preciso hacer referencia a la veterana montajista Tatiana S. Riegel, quien fue nominada en dos ocasiones por su trabajo en «Yo, Tonya», transmiten una plasticidad de plácida belleza.
Tonya Harding fue la segunda mujer, y la primera estadounidense, capaz de completar un Axel triple en competición, pero en una sociedad y una cultura del éxito y de la imagen fue condenada de antemano mucho antes de que se la inhabilitara de por vida para patinar por obstaculizar a la justicia durante el proceso de investigación por la agresión, encargada por su ex-marido, a su compañera de equipo Nancy Carrigan. Nada de Tonya entraba en los cánones: familia desectructurada, mujer maltratada, sencilla trabajadora que no disponía ni de dinero para comprar sus trajes de patinaje, nula estilización y negativa reiterada a plegarse a los deseos de los jurados y el deporte de alta competición… La prensa y el público hizo carnaza de ella mucho antes de ser condenada.
No voy a decir que «Yo, Tonya» sea feminista, anticlasista y anticapitalista, pero sin duda lo es mucho más que otras cintas más gloriosas que se han preciado de serlo.
La «normalidad» destruye todo lo que toca, especialmente la libertad 🙁 .
No lo he escuchado nunca. ¡A quién se le ocurre ser libre en la tierra de la libertad!