- 3 paquetes de folios de fotocopiadora
- 4 libretas de cuadros, cuartilla espiral
- 4 libretas de dos rayas mediana tamaño cuartilla espiral
- 3 lápices de escribir
- 4 gomas de borrar
- 4 pegamentos
- 2 tijeras
- 1 estuche
- 5 sacapuntas
- 3 cajas de ceras
- 2 rotuladores
En el patio del colegio, Teresa observa la lista absorta; se muerde el labio inferior, suspira profundamente y se rasca la sien sintiéndose como si acabaran de obligarla, manu militari, a donar una parte de la nada que tiene a El Corte Inglés o al Carrefour, que dicen por ahí que son más económicos que cualquier librería de barrio. Se acuerda del cheque libro y de la madre que los parió mientras revisa el primer folio de las hojas sujetas en el borde izquierdo con un clip y pasa a leer, con más pena que su primo cantando por soleares, lo escrito en el segundo. La lista de Juani, en segundo de la ESO.
- 8 cuadernos grandes de rayas
- 4 cuadernos grandes de cuadros
- 1 carpeta azul
- 200 folios
- 2 bolígrafos azules, 2 rojos. 2 negros y uno verde
- 1 caja de ceras
- 1 de lápices de colores
- 1 de rotuladores
- 2 lápices
- 1 goma
- 1 sacapuntas
- 1 diccionario
- 1 compás
- 1 juego de reglas
- 10 fundas de plástico
Traga saliva, vuelve a tomar aliento y decide que el tercer folio lo va a leer Sanani el de las tortas.
«Si es que no le dan valor a la educación; a ver cuántos niños gitanos ves tú que traigan los materiales para las clases», escucha que comenta con voz agria y voz en cuello una madre muy bien vestida en un corrillo. Se muere por acercarse al grupo y soltarle cuatro frescas a la tipeja del pelo cardado, pero la diplomacia no es lo suyo y lo más probable es que sólo sea capaz de soltarle cuatro tacos de cada cinco palabras. Esos cuatro que le vienen también a la mente mientras piensa en su nene de infantil. Ni cheque libro ni gaitas.
«El libro de actividades cuesta unos 90€», le soltó la tutora como si estuviera hablando con la mujer de Joaquín Cortés, pero ni ella ni su marido cobran un sueldo fijo, van tirando, así que sus hijos no van a tener prioridad en la vida a la hora de obtener plaza en una guardería o en una escuela pública y al monto de los cojones del librito de actividades habría que sumarle la cuota mensual para poder seguir saliendo de buena mañana a vender ajos o a ayudar en el puesto del rastro del tío Amador y sacarse unas pelillas.
«Y, hale, a partir de los 16 años, todo el barrio lleno de nenacos que no quieren ir a las clases», continúa machacona la mujer chic con gesto resabiado como si le pagaran de lo lindo por compartir su ignorancia.
Teresa se acuerda de Vane, su cuñada, con una hija que este año entraría en bachiller.
«Ni un puto euro, nena», le decía antes de ayer en su vivienda social a la hora de la merienda. «A ver cómo coño querrán que pague el autobús, los libros y los materiales». Y le echó un ojo al piso con cara de estar masticando un kilo de limones. «Y cuatro meses que llevo sin poder pagar el alquiler».
Teresa deja caer los brazos a lo largo de sus costados y mira al suelo antes de suspirar por tercera vez en dos minutos.
«A ver si en Cáritas o en Cruz Roja…».
Solo entonces se atreve a mirar con cara de asco al corro de mierda, se caga en sus muertos sin exceso de maldad y, metiéndose los folios en la faltriquera de su vestido de mercadillo, se dirige como cada mañana a última hora a pedir algo de comida por los chalés del Brillante.