Que la palabra bienestar le pega al capitalismo tanto como a un santo dos pistolas resulta cristalino para aquella parte de la población del Reino de España que no llegue a ser mileurista, es decir, más de ocho millones de trabajadores y trabajadoras. También sería de lo más evidente para cualquier persona honrada y con dos dedos de frente que se relacione con el mundo y que no le dé por pensar (e incluso compartir) que en el bar de debajo de mi casa un café cuesta lo mismo que en el Congreso y/o no haya experimentado jamás de los jamases que no se cumpla ni el salario mínimo interprofesional.
Puede que, incluso entre esos ocho millones de trabajadores que no llegan a 1.000€/mes ni de coña, hubiese algunas que fueran capaces de pensar que viven bien, que no se pueden quejar, pero normalmente, ese tipo de autorreconocimientos, suelen venir acompañados del posterior «podría estar peor». «al menos tengo trabajo, aunque sea una mierda»… y otros mantras de semejante calado. Miedo lo llaman, o en el mejor de los casos conformismo, concepto que, sin ponernos a rascar demasiado, se parece mucho a lo primero: me conformo porque si no me voy a la puta calle.
En realidad, si sintiéramos de corazón que hay infinidad de personas en peor situación que nosotros nos negaríamos a comportarnos como aquellas personas de los círculos de poder que no tenemos reparo en criticar y en poner a caldo. También el político de turno teme perder algo, y el empresario, y la UE. Son más culpables, claro que sí, eso no lo duda ni Santo Tomás, pero el modelo capitalista de consumo, de mercado y de forma de relación no va a cambiar porque Marianico, Sorayita, Pedrito o el coletas tengan un repentino ataque de humanidad, sino porque los colectivos sociales les dan por culo y se niegan a colaborar con el sistema que han montado con la precisión de un reloj suizo. Eso es lo único que les hace tambalearse: que les pique el bolsillo, la conciencia ya lo doy por perdido.
Y ¿a qué tanta vaina? Porque resulta que el capitalismo crea y normaliza unos niveles de absurdo que mantienen al margen de la sociedad al 28,6% de los ciudadanos y al 30% de los niños. Uno de los más inverosímiles y que tiene bastante que ver con el sistema de privatización de todo lo que huela a público es el temita de los seguros médicos. Para sanos. ¡Qué cosas! Y me explico con un ejemplo que, para sorpresa de propios y extraños, no es un caso aislado ni sacado de contexto.
Óscar estudia el primer año de auxiliar de enfermería y está deseando hacer prácticas este verano y poder colaborar así con alguna institución e ir aprendiendo el oficio. Se acercó a la residencia con unos amigos mutuos y llegamos a un acuerdo de inicio y fin de prácticas. Pero como las normas son las normas y no se pueden saltar (al menos en este caso), el instituto en el que realiza el grado no puede hacerle un seguro mientras no comience el segundo curso. Nuestro seguro de responsabilidad civil cubría su actividad, pero no en caso de accidente, así que, estos amigos y él, comenzaron a tramitar un seguro de accidentes con varias compañías privadas. Al final, Generali (pongamos todas las letras, aunque podía ser cualquiera) fue la elegida infaustamente.
Todo iba como la seda. Mínimo tres meses, cobertura sanitaria… Sólo quedaba firmar. Y claro, allí que se presentó un martes el bueno de Óscar, y le sacaron la ristra de papeles, el cuestionario, la obligatoriedad de no ocultar datos so pena de ser sancionado por la aseguradora (¿no debería ser ilegal?). Y el caso es que Óscar es toxicómano en rehabilitación, lleva un año sin consumir y está en la fase de búsqueda de empleo, pero debido al consumo de años ha sufrido fallos multiorgánicos, EPOC y varias afecciones de diferente índole.
«Bueno, pues mando el cuestionario y el informe y ya te llamamos cuando lo valore la compañía».
No sé yo si lo habrán valorado ya, pero tiene toda la pinta, porque no es que las compañías de seguros suelan tardar mucho en dar el visto bueno cuando parece claro que no van a perder ni un euro de pasta, sino ganarlo. El caso es que Óscar sabe tanto del seguro como tú y como yo.
Puede que a algún iluminado se le ha pasado por la cabeza la idea de que que, al fin y al cabo, Óscar se lo ha buscado en cierta medida por no llevar una vida sana, pero mejor que se meta la lengua entre los cachetes, porque una persona con síndrome de down no se iba a librar de idéntico resultado. Lo mismo es que también se lo merece. Se lo merece todo el mundo, menos los ricos.
Por eso el problema no es de Óscar, ni de la persona con síndrome de Down… la causa de todos los males del mundo se llama capitalismo y le donamos la píldora día sí día también, porque tenemos miedo, porque nos da no sé qué. «Primero se llevaron a los comunistas», dijeron. Al final no quedó nadie. Bueno, los ricos. Seguramente por eso no protestas, porque eres rico.
Ya lo dijo Santo Tomás, Aquí no. No protesta nadie porque el fracasado lo es porque no vale y punto pelota.
Somos hijos del capitalismo. Somos mierdos que vivimos en el miedo y la mierda. Trabajos de mierdos, la gran mayoría, mejor trabajo que no trabajo aunque sea una mierdo. «El trabajo os hará libres decían».