Dice el Diccionario de la Lengua Española que la locución de emergencia significa algo que se lleva a cabo o sirve para salir de un apuro o una situación de peligro. Si nos vamos al adjetivo urgente el asuntico es de lo más similar, o incluso aún menos comedido: que precisa de su pronta ejecución o remedio.
Está claro que, o se le hace al diccionario tanto caso como a la Constitución cuando nos resulta beneficioso a nuestros nada parcos intereses o es que algunas cosas funcionan al revés de como debieran. Lo malo es cuando estas definiciones -casi capciosas cuando se llevan a la realidad- nos llevan a pensar, en un alarde de ignorancia, que en una supuesta democracia la igualdad de oportunidades y los derechos están tan al alcance de todo el mundo que no merece la pena ni darle más vueltas al tarro. A veces sólo nos falta corear aquello de «y si somos los mejores bueno y qué».
Francisca vive en su domicilio con un hijo de veintitrés años con problemas graves de trastornos de conducta y de adicciones. Lo que ha dado por llamarse patología dual entre los entendidos que no suelen sufrir las consecuencias. El hijo, aunque ella insista en restarle importancia, le tiene la casa destrozada, y no le queda casi ningún mueble en pie que no haya sido reventado de una patada. Acaban de quedarse sin ingresos, más allá de los bolsas de calcetines o de braguitas que vende ella cuando le prestan dinero para hacer algún pedido.
Como la generosidad de los servicios sociales les permite solicitar una prestación económica al año -lo que viene a ser básicamente tapar una herida de cañonazo con una tirita- Francisca se acercó la semana pasada al centro de zona para solicitar la consiguiente cita con las trabajadoras sociales. Ayuda de emergencia, o ayuda urgente tiene por nombre. Mediados de junio era. La cita se la han dado para el 24 de octubre. No, no es un error tipográfico, ni me he equivocado al juntar las letras. Cuatro meses de espera para solicitar una ayuda de emergencia. Luego, cuando llegas a la cita te piden que entregues tal y cual documentación y te vuelven a dar cita para otro día, que suele demorarse menos, sí, lo mismo un mes y algo sólo. Si todo está correcto pasará a la evaluación del equipo y en dos o tres meses más -según la época del año que pille- ya tendrás tu ayuda urgente para pagar el recibo de la luz, del piso o la lista de alimentos que debías en no sé qué tienda en la que ya no te fían. De lujo: siete meses, si la cosa no se complica, para cobrar una ayuda urgente. Huelga decir que cuando por fin te ingresan la pasta ya existen nuevas necesidades no cubiertas y que, encima, si no se justifica el dinero correctamente, es decir con los gastos para los que se concedió en su momento la ayuda, vas a ser sancionado y pasarás varios años sin que se te atienda. Porque no has sido responsable.
Lo peor es que la situación no es un caso aislado que me ha dado por contar porque soy exagerado hasta el hartazgo. El plazo dado para una cita en esta zona de trabajo social es ese para todo el mundo. Hasta principios de año se llegaba a los tres meses, ya vamos por cuatro.
Justicia social. Ya. Todos tenemos las mismas oportunidades, y los mismos derechos, y la misma democracia. No conozco yo a muchos ricos que necesiten ayudas urgentes y, sin embargo, en cuánto piden por su boquita reciben un préstamo, o una financiación, o… La urgencia de lo accesorio. La pasividad ante lo urgente. La lógica del capitalismo. A cuya desmesura todos, menos los pobres, estamos invitados a participar.
Por supuesto que se merecen estar donde están. Me he acodado del cómic ese sobre una de las bases de la desigualdad. Supongo que lo habrás leído:
http://www.notagram.net/desigualdad/
Tremendista eres. La gente vive por encima de sus posibilidades. El pobre lo es por ser un fracasado e irresponsable.
Qué pena de vida, que asco de prejuicios.