El buenismo injusto

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     Despertábamos a finales de la semana pasada con el notición de que Ismael, aquel nene de cinco años por el que doña Leti había intercedido hace poco más de año y medio, a día de hoy hablaba y se movía como un niño normal. Para quienes se encuentren algo despistados respecto a la categoría de la buena nueva, hemos de decir que esta subespecie de milagro mediático fue posible gracias a la benefactora intervención de la regia consorte y de su acólito (o al revés) ante el servicio de salud de la Xunta de Galicia, la cual, hasta hacía cosa de un telediario, le había denegado el carísimo tratamiento a Ismael, afectado por un déficit de la hormona del crecimiento. Tras alguna llamadita de la Leti mostrando su harta y humana preocupación, en menos de quince días la criatura en cuestión estaba siendo evaluada y bien dispuesta a fin de ser beneficiaria del tratamiento.

     Me alegro mucho de la suerte de Ismael y de su familia, de que sea un niño normal, y de que todo el país se haya enterado de lo generosa que es nuestra soberana. Si es que lo que toca el corazón es lo que vale, el sentimentalismo trágico, los impulsos, el buenismo que contempla la ínfima mejora individual a costa de que el resto de la sociedad se siga manteniendo igualica igualica. Pero como botones de muestra hay miles y habíamos dicho eso de qué es lo que hace migas la fibra sensible vamos pues a particularizar la generalidad.

     Teresa es madre soltera de un niño de cuatro o cinco añitos que apenas puede avanzar con normalidad en las clases ni manejarse bien con los compañeros porque, desde pequeño, tiene un terrible déficit del lenguaje que le impide hablar con fluidez y encontrar las palabras adecuadas. Debido al estrés que le produce dicha situación, el menor ha desarrollado a su vez un déficit de la atención. Teresa no tiene un puto duro, malvive con el dinero que saca entre las horas que echa en alguna casa, fregar escaleras o esperando el salario social que cada vez tarda más en venir. La educadora del colegio le insistía a principios de curso de la necesidad de que su hijo asistiera a un logopeda al menos dos veces por semana. Qué lástima que no haya una reina que pase todas las semanas por la oficina de Cáritas con la varita mágica, porque en lugar de habernos tenido que romper los cuernos durante más de un año, como personas normales, buscando a un profesional de buena fe o a alguien que pudiera costearle el logopeda, en dos semanas a lo sumo el Servicio Andaluz de Salud le hubiera enviado uno a su casa particular todos los días de la semana, incluidos domingos y festivos.

     Y es una pena que la llamada aquella de doña Leti a la Xunta en septiembre de 2014 no fuera para exigirle que cesaran con el desmantelamiento de la sanidad pública y la reducción de presupuesto -que en ese año fue superior al 10%-; o para que mantuvieran el personal contratado y el número de camas; o para que olvidaran aquel empeño con la privatización de hospitales y los convenios con entidades privadas… Es una pena, vaya, lo que pasa es que de haber sido así, lo mismo Ismael hubiera tenido igualmente su tratamiento, como otros niños y niñas, pero nadie se hubiera enterado de lo buena que es nuestra reina, de lo sensible que es con la realidad que le escupe en la cara.

     En fin, como no soy Rey, ni príncipe y la realidad me escupe a la cara todas las semanas habré de seguir bregando con las dificultades de los curritos de a pie, de esos que conocen el valor del esfuerzo y saben que los milagros nunca lo son para todo el mundo; la justicia sí.

2 comentarios en “El buenismo injusto

  1. Qué decir Poverello… Que es tan cruel como real lo que dices. Y que la intervención de la Realeza podía ser mayor o, al menos, más preocupada por el bien general que con el bien particular. Un abrazo y ànimo. Muchas veces sois la única esperanza de todas esas personas anónimas. Un abrazo.

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