Aprender a hablar

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     En mi pueblo hablamos regular; donde habríamos de utilizar mete, tira o deja como lo que son, a mis paisanos y paisanas les da por emplear entra, cae o queda. Sí, seguro que no se ha enterado nadie que no sea de mi pueblo. Veamos:

      –Entra la caja en la cocina.

      –¡Ay, no me empujes, que me caes!

      –Me quedó en medio de la calle.

      Posiblemente, cuando la peña de mi pueblo, Don Benito, y zonas limítrofes, lea tales frasecitas les sonará la mar de bien e incluso, en un alarde de jovialidad, llegue a comentar que la santa y venerable Real Academia Española de la lengua, en una de sus múltiples acepciones (de las últimas, todo sea dicho) acepta el verbo entrar como transitivo.

      También en mi pueblo tenemos leísmo, que es difícil de arreglar siguiendo unas pautas si además cuentas con la gracia plena del laísmo.

      –Cuando puedes sustituir en una frase le por la es que debe decirse lo, si no hay que dejar le, como por ejemplo: le di un puñetazo.

      –Ah, ¿no se puede decir la di un puñetazo?

      Pero en mi pueblo nos entendemos; de lujo además. Si alguien por la calle me suelta aquello de que «voy an ca la señá Filo» sé perfectamente que va a casa de la señora Filo. De hecho, si lo dijera con todas las letras, seguro que me lo tendría que repetir. Lo mismo pasa con el habitual «cadacé» como respuesta a multitud de preguntas y que se traduce, para la gente iletrada en la lengua calabazona, como ¿Qué he de hacer?, o en palabras normales, Por supuesto.

      En Córdoba, por momentos parece que se compite en otra liga. La primera vez que fui invitado a cenar y me comentaron que de entrante tomaríamos cardo he de reconocer que mucho no me apetecía meterme entre pecho y espalda un vegetal tan escaso de enjundia, pero no compartí mis apetencias, era la primera vez, ya digo, y en ocasiones me da por ser prudente; menos mal, porque lo que me pusieron por delante fue una sopa, un cardito del cosío. Luego vino lo de visitar la casa el viejo, que pensé que muy guapa tenía que ser la casa o muy famoso el viejo para que mereciera la pena, y resulta que lo que fuimos a ver fue el barrio de El Alcázar Viejo.

      Al final, la realidad es que en ningún sitio se expresa la gente del todo bien, por más que nos empeñemos en repetir aquello de «habla como uno de Valladolid», zona geográfica donde se repiten también los errores hablados del leísmo, del laísmo, del quedar usado como transitivo y, además, son tan finísimos parloteando que se les escapa más de una ese al final de la segunda persona del singular del pretérito perfecto simple. Un lapsus que si lo comete Mecano es por sonoridad: «Te dije, nena dame un beso, tú contestastes que no». Cuando me marché a estudiar a Salamanca, las personas con las que me comunicaba pronunciaban tantas eses en todas las frases que creía que estaba hablando con culebras. Eso sí, a mí no me entendía ni Cristo.

      En estos debates me hallaba cuando, hace cosa de mes y medio, llegó de voluntaria a la sala de lectura de Moreras una profesora jubilada de Las Esclavas. Vamos, más fino imposible. Una religiosa muy maja y tremendamente preocupada por la educación de esa infancia en situaciones de exclusión que ni tiene un sitio tranquilo para estudiar en casa; una religiosa que, todo sea dicho, no es de Valladolid. Y a las pocas semanas de tratar de meter por vereda a chicos y chicas en la ardua tarea de las sumas, las restas, el sujeto y el predicado y el conocimiento del medio, quizá un tanto obnubilada por la deformación profesional y esa alma salvadora de la que toda persona participa en mayor o menor medida, espeta que lo que hay que hacer con esos niños es que aprendan a hablar. Huelga decir que no se enteraba de la misa la media de lo que le largaban por la lengua las chavales de la sala de lectura. Normal, cuando atiendo en la oficina de Cáritas o me las cruzo por la calle, las madres de algunos de ellos me preguntan por la tarjeta del carromato (economato, es decir), o dicen que no tienen ni un ebro (euro, o sea), e incluso a una de ellas, durante un ataque de asma, cuando llegó a urgencias, los médicos tuvieron que ponerle girasoles (que muy buenos para la alergia no deben de ser, mejor los aerosoles).

      ¡Que tienen que aprender a hablar! Joder, con el trabajito que me ha costado a mí aprender a decir en la oficina las asistentas en vez de las trabajadoras sociales.