La veo salir del súper por antonomasia del barrio: Ultramarinos Antonio Ruiz. Ultramarinos, que parece que ya, gracias al Carrefour y a El Corte Inglés, haya desaparecido la palabra de marras. Arrastra un carro de la compra con la mano derecha y lleva un paraguas anclado en su antebrazo izquierdo. Los ojos tristes, la boca corva.
–¡Ay, Juani, que no te había visto desde…!
Le doy un beso y la abrazo largamente, como si de ello dependiera su tranquilidad. Ella me observa un momento, a punto de derramar un buen puñado de lágrimas, y menea la cabeza a un lado y al otro.
–Ayer fue la misa de los nueve días.
–Ya, no puede ir, tenía que tocar en un sitio.
Juani apoya el carro en el suelo y articula cinco palabras de tal modo que pareciera que han tenido que obligarla a pronunciarlas en voz alta.
–¡Qué mal lo estamos pasando!
Y no sabe uno qué decir; afortunadamente, en estos casos, basta con no decir nada.
–Y el padre, ¿cómo está?
–Pues ahí sigue ingresado, que a punto han estado de matarlo a él también. A los dos juntitos los dejaron en el suelo tirados uno al lado del otro.
Me encojo de hombros, suspiro y acaricio su brazo con la palma de la mano.
–Y su tío me han dicho que está hundido.
–Ayer se pasó toda la misa llorando sin parar, y no levanta cabeza.
La mujer no aguanta más, se derrumba y los hipidos que salen de su pecho compungido parecen dispuestos a ahogarla.
–Mi nieto… ay, con 26 añitos. Trece meses se han llevado él y mi hijo. El pobre.
Ambos miramos alrededor. Gente corriente pasea por la plaza, algunos chicos están tomándose unas birras sentados en uno de los bancos, madres con carritos de bebé charlan amigablemente con cándidas sonrisas. El kiosko de chucherías, el Kebab, el bar de la esquina, la escultura al arte flamenco.
–La droga de mierda –suelto.
–¡Qué daño está haciendo otra vez al barrio! A ver, las criaturas sin dinero, sin nada a lo que cogerse. Son cuatro familias, pero ahí las tienes. –Juani guarda silencio por un momento, reflexiona, sin ganas ni de preguntar, solo de tener dudas–. Yo no sé qué es lo que ha pasado, aunque todo el mundo se pone a opinar, pero yo prefiero no saber nada; ¿para qué? Bastante ya con el sufrimiento que tengo. Y somos una familia normal, que hemos tenido que hacer muchos esfuerzos para todo.
La abuela no sabe, pero el resto sí que sabe: los medios de comunicación, tan ávidos de promoción y de publicidad que no sienten el más mínimo reparo en subir mórbidamente a la web el vídeo grabado por un vecino (que también se las trae) en el que se ve la bronca y el posterior asesinato; o quienes escriben sus comentarios sin haber pisado nunca un barrio en exclusión, pero que juzgan con una clarividencia que ya quisiera la Bruja Lola: «son sus costumbres, hay que dejarlos», dando por hecho que fue una reyerta entre gitanos. Y no, resulta que el sufrimiento, el dolor y la droga atacan de igual forma a los castellanos, como lo son en esta familia y aquellos que viven cómodamente en el centro de la ciudad y solo se acercan a la periferia para comprar sus gramos de maría para los porritos de fin de semana. Es lo que tiene ser rico, que nadie te va a partir la cara por dejar algo a deber.
«Era mala gente», «era un bicho». A eso reducimos las características de los seres humanos; luego hablamos de los fiscales, de la justicia y de los tribunales. Si más de uno se pusiera una toga no iba a haber sitio en el infierno para condenar a tanta gente.
El otro día vinieron los nacionales al barrio. A un tipo que se estaba fumando un porrete no dejaron de darle por saco, pedirle el carné y estuvieron a un plis de detenerle. Una amiga de la parroquia, se acercó a los agentes del (des)orden y les dijo que por qué no dejaban en paz al chaval y se pasaban por los bloques nada más que oliendo un poco, que así sí que iban a encontrar cogollitos. Ni caso le hicieron, claro. Lo mismo tendrían que detenerse a sí mismos por sus prioridades legales. En fin…
La droga es una capa más de esta sociedad, una capa invisible para la mayoría pero que se ve a poco que te preocupes de entender tu realidad.
Nadie ve nada pero siempre ves a uno en la esquina, otro «saludando» brevemente a uno que pasa con el coche, otro que sube y baja de su piso para saludar a otra gente. El que habla del campo y negocia con el otro cuánto puede pedir por algo…
Nadie sabe nada ya que por ley todos tenemos obligación de denunciar en caso de ver un delito. Así que todos, como pasa tras un accidente laboral, «eso lo veía venir». Si fuese así sería un delito, no?
Gracias por el texto.
Las personas ricas es que no nos damos cuenta de muchas cosas; somos seres muy limitados a nivel social y del conocimiento de la vida. A ver, no se puede tener todo: dinero y empatía.
que bello veci. y que de acuerdo estoy con este párrafo. «Y no, resulta que el sufrimiento, el dolor y la droga atacan de igual forma a los castellanos, como lo son en esta familia y aquellos que viven cómodamente en el centro de la ciudad y solo se acercan a la periferia para comprar sus gramos de maría para los porritos de fin de semana. Es lo que tiene ser rico, que nadie te va a partir la cara por dejar algo a deber.»