13:00 de cualquier día laborable de la semana pasada en mi curro. Entrevista de trabajo para cubrir la plaza de terapeuta ocupacional cuando mi compañera y amiga se dé de baja en noviembre por maternidad.
Asistimos la persona entrevistada, mi compañera como terapeuta ocupacional y el menda como responsable de RR.HH. (sí, la directora de la residencia perdió el juicio no recuerdo bien qué día). Retiramos tres sillas y nos fabricamos con ellas una especie de triángulo equilátero. Presentaciones con sonrisas y alguna explicación más concreta por nuestra parte sobre el puesto de trabajo. Y nuestra primera intervención:
«Cuéntanos lo que quieras de ti».
Caras raras; ni largas ni molestas, pero raras.
«Pero…».
«Lo que te apetezca».
Obviamente, por estas cosas del capitalismo, del mercado de trabajo, de la eficiencia y de la productividad, en ese momento de duda metódica todo el mundo se pone a hablar de sus características personales: «soy alegre, entusiasta, abierta»… o de sus inquietudes y labores profesionales: «me gusta trabajar con mayores, soy muy responsable en mis tareas, me encanta hablar con ellos»…
Insistimos, con nuevas sonrisas, sin forzar: «¿quieres contarnos alguna cosa más?», y solo entonces alguna que otra persona se atreve a dar un pasito más: «me gusta el deporte, tengo un hijo, mi pareja vive en Valencia»…
No nos sorprende; no es costumbre permitirle al otro expresar cómo es en lugar de lo que es capaz de hacer. Lo importante es el éxito, las capacidades, las funciones que has desempeñado… A veces hemos terminado la entrevista después de una hora sin saber siquiera qué tareas específicas ha desempeñado la candidata en cuestión. De hecho, como todo el mundo sabe (gracias a la Universidad Rey Juan Carlos y a la de políticos de turno que han ido modificando uno tras otro sus perfiles profesionales) pocas cosas hay más sencillas en este país que falsear tu CV o hacer un Máster.
Y ahí llegamos, claro, porque una pasta y un esfuerzo infinito les costó sacárselo a algunas de las candidatas. La primera:
«Vemos que has hecho un Máster en Cuidados de salud para la promoción de la autonomía de las personas y la atención a los procesos de fin de vida» (porque los Másteres, si no tienen títulos largos, parece que son una mierda).
«En el 2015».
«¿Y os hablaron del modelo de Atención Integral Centrada en la Persona (AICP)?».
Reflexiona la chica; las pupilas medio perdidas en la parte superior izquierda delos globos oculares.
«Sí, nos dieron una especie de seminario, no recuerdo si fueron un par de días; vino una mujer de una asociación del País Vasco, creo».
El testimonio de la segunda fue aún más impactante:
«Queríamos preguntarte por el Máster que hiciste hace dos años sobre Gerontología, dependencia y protección de los mayores». Asiente sonriendo de oreja a oreja. «¿Visteis algo sobre AICP?».
«Nos dieron una charla un día. Vinieron de Cataluña, de… ¿PILARES, puede ser?».
Asentimos.
Un Máster, por lo general, dura un curso; me da un poco de pereza, habida cuenta de lo ilógico del esfuerzo, hacer un cómputo del total de sus horas lectivas, pero está claro que un seminario puede durar unas ocho horas y una charla digamos que cuatro. Resumiendo, en los respectivos másteres es probable que dedicaran un 0,000 y pico de tiempo a la atención centrada en la persona y el resto a la importancia de organizar, estructurar y potenciar determinadas actividades aunque a una persona mayor con la suficiente autonomía para decidir no le apetezca, ni de coña, mover un dedo. Pero claro, lo que sí que me dio por mirar fueron las competencias específicas que el alumnado iba a obtener tras finalizar tremendos másteres. En el de Gerontología, dependencia y protección de los mayores eran la friolera de 56, entre ellas Competencia para analizar el inmovilismo y caídas y su tratamiento desde la terapia ocupacional y Competencia para conocer los modelos de organización de centros de atención geriátrica. En el de Cuidados de salud para la promoción de la autonomía y blablabla debían de tenerlo aun menos claro porque, en su web, solo se dedicaban a soltar algunos objetivos específicos, aunque una de sus competencias generales era tan… general que no sería capaz de descifrarla ni Alan Turing: «aplicar los conocimientos adquiridos y la capacidad de resolución de problemas en entornos nuevos o poco conocidos dentro de contextos más amplios (o multidisciplinares) relacionados con el área de estudio».
«¿Y recordáis algo concreto en ese modelo de trabajo?».
Ambas terapeutas, como en un eco, incidieron en sus recuerdos sobre competencias profesionales, por supuesto; si es lo que se enseña en la Universidad y en la Escuela de la Vida.
«¿Y si una persona residente que podría comer de manera independiente si lo trabaja se niega a hacer ese esfuerzo?». Pregunta mi compañera sabiendo perfectamente de lo que habla.
«Lo intentaría de todas las formas posibles», «trataría de insistirle poniéndole platos y comida que le apetecen», «le explicaría los beneficios de desempeñar por sí mismo estas funciones, no tener que esperar a otras personas»…
«¿Y si se sigue negando?». Insiste mi compañera.
«No sé, seguiría intentándolo como fuera; ¡es que es fundamental poder manejarse solo!».
«¿Qué es entonces más importante, manejarse solo y ser independiente o respetar a la persona que no quiere ser independiente?».
De lo que habían estudiado en el Máster sobre retirada de sujeciones físicas y farmacológicas mejor ni hablamos. La responsabilidad no es de ellas, es del sistema, que no creo que haga falta explicar demasiado.
Eran majas, estas dos últimas y alguna otra que no tenía Másteres. Las volveremos a llamar, para que pasen un día en la residencia y ver qué hacemos. Actitud tenían, el conocimiento se adquiere.
Titulitis que cantaba mi colega Migueli, en un tema en el que hasta Dios le decía a un tipo mu’ estudiao que «yo tengo un culo y podéis pasar por él, tú y tus títulos».
Lo malo también es pensar que por tener tantos conocimientos «reales» ya tienes más capacidad a nivel de actitudes. Y una mierda, claro :'( .
Las titulaciones son las nuevas clases sociales. Da igual qué conocimientos reales tengas, si tienes títulos rimbombantes estás por encima aunque seas un inútil.
Y el sistema educativo fomenta eso precisamente, ser menos personas y más autómatas.