No seré yo quien defienda a capa y espada las virtudes cardinales de la democracia ateniense, tan selectiva, tan poco igualitaria. Pero el caso es que, con tantas pavadas que ve uno en televisión acerca de lo democrático que es nuestro estado de derecho, mientras se confunde legalidad con democracia y con justicia, se plantea uno que es peor, tanto a nivel individual como colectivo, si no votar porque eres esclavo o votar y creer que eres libre.
Digamos que, en el primer supuesto, la cosa está meridianamente clara. No votas porque no tienes derecho a hacerlo. No hay engaño ni demagogia. Punto pelota. Ea, hubieras sido hombre libre, porque las mujeres tampoco podían votar por aquel entonces, por supuesto. Otra cosa es que el porcentaje de personas libres, adultas, varones y con ciudadanía en la antigua Grecia rozara lo irrisorio.
Pero, ¿qué decir del segundo supuesto? Votar y creer que por hacerlo eres más libre que la puñeta. Eso sí que es un peligro, mayor que el referéndum en Catalunya y que la crisis de Venezuela, que ya es decir en boca de algunos que sólo ven viable modificar leyes y hasta la Constitución cuando es bueno para toda la nación, habida cuenta de que los intereses nacionales coinciden con los de su partido. Indefectiblemente. Bukowski, con su habitual y desencantado concepto de la realidad, lo expuso con una claridad supina: «la diferencia entre una democracia y una dictadura consiste en que en la democracia puedes votar antes de obedecer las órdenes». Aunque pudiera ser que incluso, en pos de un bien superior (aunque a la mayor parte de la ciudadanía ese supuesto bien mayor le importe una mierda), no te dejen ni ir a votar y se intervengan las urnas. Porque el caso es que las mayores preocupaciones de los ciudadanos y ciudadanas esos que dicen defender son el paro y la corrupción, pero mira tú por donde que es la CEOE y los sindicatos mayoritarios los que se ponen de acuerdo, con la connivencia del gobierno, para racionalizar el despido, y España ha sido acusada repetidas veces por Bruselas debido a su falta de medidas contra el fraude y la corrupción.
Esto es democracia, leñe, y no la de los atenienses. Aunque no todo en Grecia y Roma iban a ser malas noticias. O al menos no tan malas como las de ahora, quiero decir. Estos griegos eran selectivos y poco igualitarios, no como nosotros, que no podemos votar a quien queramos y no todos los votos valen lo mismo. Es lo que tiene la absurda democracia representativa en el primer caso, de la que se hizo eco hasta el sardónico Ambrose Bierce: «el elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros»; y el segundo punto gracias a la Ley D’Hont o al modelo de circunscripciones territoriales, que igual da, pero hace que partidos con igual número de votos puedan obtener cinco escaños o ninguno dependiendo de la aglutinación de dichos votos. «Bueno, pero al menos nuestro voto es secreto, no en medio de una plaza a mano alzada». Como hay excusas pa’ to. Porque es todo tan libre y tan secreto que si te sales de la disciplina de partido, por poner un poner, lo más normal es que te sancionen. Lo que parece claro es que, si llegamos a votar como los atenienses, a mano alzada en mitad del ágora, la mayor parte de los recortes y zambombazos a los derechos fundamentales llevados a cabo por la derecha hubieran sido inviables. No es baladí señalar que, en las últimas elecciones generales de esta magnífica democracia que tenemos, de los más de 24 000 000 de votantes (sin contar los votos en blanco, nulos o a quien se niega a participar de este circo) estos gaznápiros que ostentan el poder contaron con el apoyo de menos de 8 000 000. Es decir, que dos tercios de las personas que habitan este país NO confían en ellos y no los eligieron como sus representantes, aunque tengan que acatar sus órdenes, porque para eso está la legalidad y la democracia. Que me da hasta risa. O las urnas, que me da todavía más risa.
¿Y qué nos queda? «Si no votas no tienes derecho a quejarte», me decían los mismos que ahora me recriminan que no me queje, nos compartía Iribarren en su autobiografía Diario de K. Claro que me puedo quejar, todo lo que me apetezca, vote o no vote, porque yo, uno de esos incautos que creía en la democracia participativa, cada vez aprecio más la anarquía, que no significa que cada cual haga lo que le venga al pairo, sino autogestión, consenso, lucha colectiva… Porque la sociedad, este sistema no se cambian desde arriba gracias a que nuestro voto sea sagrado. La persona que en un país occidental quiere de verdad cambiar las cosas no suele hacerse político, sino activista.
Sobre la sacralidad e importancia del voto dejo una frase memorable: «¿qué tiene que ver el Parlamento con la calle?». Lo soltó José María Aznar en 1979, prometía maneras ese presidente ególatra, que apoyó la invasión de Irak provocando el asesinato de miles de civiles a pesar de que entre ocho y once millones de ciudadanos ocuparan las calles para oponerse a dicha decisión. Tantos millones como los que le votaron tres años antes.
Anarquía o muerte. Me parece.
Ilegal, inmoral o engorda.
Tampoco es que tengamos mucha cultura de luchar en vez de recurrir al voto como forma de lavar las conciencias. De hecho, hasta el DLE, antiguo DRAE, le hace un gran favor al sistema definiendo anarquía como incoherencia, desorden… o con un lacónico supresión del estado.
Así nos va, claro. Todo lo que no se ajusta a la regla es ilegal o inmoral :'( .
Si votas no tienes derecho a quejarte, y luego intentan negar la mayor para que no te quejes….
Yo lo que creo es que pasamos de 40 años en los que no podías decir ni pío, salvo que fuese para dorarle la píldora a Paquiño (Recuerdo que un jefe de turno que teníamos en en el curro, y miembro de una familia destacada de la «jet set» de por aquí siempre me decía que con Franco se vivía bien «no podías ser de izquierdas, pero se vivía bien!, me decía) a poder votar, sin saber muy bien «como se hace eso».
No hay una verdadera cultura del voto, de pensar bien en quien depositaré mi confianza, la prueba son los indecisos, que son capaces de variar su voto entre la izquierda y la derecha como quien cambia de calcetines…
Por no hablar de los poderes en la sombra (y de eso en Galicia sabemos mucho) y su manipulación del voto caciquil.
Y ya no solo es el hecho de no saber hacer uso del voto, es que también está el uso que se da del mismo por parte de las instituciones.
Deposito una papeleta con una serie de nombres que ni conozco ni sé apenas nada de ellos más allá del segundo o tercero de la lista.
Y ya lo de la disciplina de voto me parece de lo más antidemocrático que existe.
¿O acaso alguien se cree que no hay gente en el PP que acepta las bodas gays, o que otra gente del PSOE está en contra del aborto?, pero no lo pueden manifestar en una votación. Toma democracia. Yo no podría tolerar que me obligasen a votar en contra de las bodas gays, por ejemplo.
Si es que, además, lo tenemos hecho en este momento: con los 40 años que llevamos de «supuesta» democracia deberíamos aglutinar la suficiente información, la suficiente cultura del voto como para saber hacer un mejor uso del mismo.
Más cultura, más educación se necesita al respecto. Si se hubiera hecho así desde el principio, enseñando a los niños en la escuela acerca de como actuar en democracia, hoy tendríamos otra sociedad.
Pero, repito, a fuerza de chocar contra muros, algo se nos debería haber quedado….digo yo.